sábado, 20 de agosto de 2011

El chico perfecto VI.

Me quedé tan fuera de combate que, por un momento, me olvidé de respirar. ¿De dónde había sacado Ryan mi número de teléfono? O lo que es más importante, ¿por qué demonios me había llamado?
Le pedí a Andrea que me esperara unos diez minutos y que volvería a llamarla. Aunque no la estuviese viendo, pude imaginarme su cara de pasmo. Le dije que era importante y le prometí que no iba a olvidarme, que por favor me esperara. Andrea bufó, bastante molesta, y me colgó. Lo entendí, y no podría recriminárselo, porque parecía que no me interesaba lo que ella me estaba contando. No era así, pero tenía una muy buena razón para desviar mi atención a otro asunto.
Respiré hondo un par de veces y me llevé el fijo a la oreja.
- ¿Ryan? ¿Eres tú?
- ¿Te pillo en mal momento? Puedo llamar más tarde... – murmuró.
- No, no, no pasa nada. ¿Cómo has conseguido mi teléfono?
- Bueno, no tenía ninguna manera de localizarte. Supuse que estarías viviendo en casa del señor Jameson, así que le pregunté a mi madre por el teléfono de su casa.
- Ah – respondí, impresionado por su sentido de la lógica, mientras buscaba la mejor manera de preguntarle qué quería de mí -. Puedo... ¿puedo ayudarte en algo?
Ryan se aclaró la garganta y titubeó, y reconocí perfectamente esa situación en la que quieres decir algo a alguien temiéndote la respuesta que vas a obtener.
- Yo, en fin, quería disculparme por lo de esta mañana.
- ¿Disculparte? Es decir, ¿por qué? – me quedé de piedra.
- Ya sabes, después de comer no fui a clase – habló muy despacio, tanteando mi reacción -. Creo que debí haberte avisado. A lo mejor te estuviste preguntando dónde estaba – acertó de lleno, pero no iba a admitírselo. Me mantuve en silencio y dejé que continuara -. Lo que pasó fue que a una amiga la llamaron del hospital porque su madre se había dado un golpe con el coche. Ella estaba muy asustada, y algunos de nosotros decidimos acompañarla...
Me repente, me sentí estúpido. Yo no me merecía que Ryan estuviese dándome explicaciones de nada, después de juzgarlo de la manera en que lo hice pensando en que se había largado porque se había cansado de mí.
- Ryan, no hace falta que...
- Quizás no, pero pensé que no estaba de más decírtelo. Y también quería preguntarte algo – continuó, y volví a ponerme alerta -. Es decir, a la hora de comer te dije que me esperaras, pero cuando volví a buscarte, te habías ido. ¿Sucedió algo?
Gracias a Dios que Ryan no podía verme, porque me quedé con cara de idiota. No recordaba para nada el que Ryan me hubiese dicho eso.
- ¿Me dijiste eso? – me atreví a preguntar.
- Sí – le oí reírse por lo bajo -, aunque creo que estabas atendiendo tu móvil y por eso no lo escuchaste. Te dije que iba a buscar dónde estaban sentados mis amigos y que, bueno, luego iba a preguntarte si querías almorzar con nosotros. Pero cuando volví a la entrada, ya te habías ido.
Se produjo un silencio incómodo que se prolongó unos segundos.
- ¿TJ? – dijo Ryan -. ¿Sigues ahí?
- Ryan, ¿puedes esperar un momento? 
Me dirigí a la ventana, la abrí de par en par, y después de apretar mi móvil contra mi pecho, saqué la cabeza por la ventana y grité con todas mis fuerzas. Esta vez no me sentí estúpido, me sentí un cretino. Me di cuenta de lo buen tío que era Ryan, y de lo injusto que había sido con él.
- Ryan – me llevé el teléfono al oído e intenté agradecerle el detalle sin que notara que me temblaba un poco la voz -, escucha, de verdad que yo...
- Oye – me interrumpió -, perdona que te corte, pero quiero proponerte algo. ¿Qué te parece si vamos a dar un paseo? Si aún no has visto el pueblo, podemos dar una vuelta para que te vayas ubicando.
Juro que casi se me saltaron las lágrimas. No podía creer lo que acababa de oír.
- Ryan...
- ¿O prefieres dejarlo para otra ocasión...? – de repente Ryan sonó arrepentido, y me apresuré para que no me malinterpretara.
- ¡No, no, me encantaría! ¡Me apetece mucho, aún no conozco el pueblo!
- Vaya – se sobresaltó por mi reacción, y entonces le cambió la voz -. ¿Entonces quedamos dentro de una hora?
- Claro, por supuesto – creo que notó estaba exultante, porque volvió a reírse -. ¿Dónde quieres que nos veamos?
- Mejor voy a buscarte a tu casa, no vaya a ser que te piedras buscando el lugar – la broma me sentó como una patada en el hígado, aunque le perdoné cuando escuché una sonora carcajada que me reconfortó -. Nos vemos luego.
Y colgó.
Me dejé caer en peso sobre la cama manteniendo una sonrisilla estúpida de quinceañera enamorada. Es increíble cómo pueden cambiar los acontecimientos en tan poco tiempo, pensé: hace cinco minutos estaba quejándome de él, y ahora, de repente, le debía una muy gorda. Tenía que aprovechar a tope esta oportunidad para ganarme a Ryan. No estaba seguro de cómo, pero tenía una hora para averiguarlo.
Pero antes de ponerme a maquinar estrategias, debía llamar a Andrea. Marqué su número desde mi móvil, y no me equivocaba cuando supuse que se había enfadado conmigo por dejarla con la palabra en la boca. Respondió a mi llamada con un gruñido.
Estuvimos hablando durante casi cuarenta minutos. Le pedí disculpas por haberle colgado y le expliqué lo que había sucedido. Ella dijo que lo entendía y que daba igual, y yo hice como que me lo creía. Es lo que tiene el sexo femenino: cuando dicen que da igual, es que realmente no les da igual. Entonces le pedí que me prometiera que no iba a estar triste. Andrea me dijo que no podía hacer eso, y lo entendí. Andrea y yo estábamos muy unidos, nos veíamos casi a diario y lo hacíamos todo juntos. Por eso comprendí cómo se sentía: debía de ser muy duro para ella pasar de estar conmigo casi todos los días a no tenerme cerca. Para mí también lo era, pero había sido mi decisión irme de Washington, así que, en cierta manera, no me permitía a mí mismo ser egoísta y llorar su ausencia por los rincones, aunque me moría de ganas de estar con ella. Traté de hacerle entender que, aunque yo no estuviera allí, que ella no estaba sola: tenía a su familia y a sus amigos. Bueno, a nuestros amigos, a los que también echaba de menos una barbaridad. Ella me dijo que no era lo mismo, y yo traté de convencerla. También traté de hacerle entender que solamente llevaba fuera dos días, y que no ayudaba nada el que ella estuviese tan baja de ánimos, a lo que ella me replicó que no comprendía por qué yo no estaba triste. Estoy más que triste, le dije, pero alguno de los dos tiene que mantenerse fuerte, y estaba claro que iba a ser yo, aunque por dentro me sentía igual que ella. Después de una larga conversación conseguí que me dijera que iba a hacer todo lo posible rehacer su vida sin mi compañía diaria, y añadió que iba a intentar buscar un trabajo de media jornada para ahorrar algo de dinero y poder venir a Reed River. Me alegré por ella, y después de decirle que la quería con todo mi corazón, colgó el teléfono.
Después de hablar con Andrea no se me había quedado muy buen sabor de boca. Me di cuenta de que, aunque al final consiguiera hacer migas con Ryan, nada iba a cambiar el que ella seguía allí, y yo aquí, a más de tres horas en coche. Pero ésa era una decisión que yo había tomado, así que era mi obligación acatar con las consecuencias. Así que, para evitar que Andrea volviera a deprimirse, mandé un mensaje a Sue, una amiga de Washington, y le pedí que se llevara a Andrea al cine. Medio minuto después me respondió que no había problema, y me dijo que ya se me echaba de menos. Yo también a vosotros, le respondí. Muchísimo.
Miré el reloj y quedaban veinte minutos para que Ryan llegara a casa, en el caso de que fuera puntual. La siesta y la aspirina me habían quitado el dolor de cabeza, así que aproveché ese tiempo para sacar toda mi ropa de la maleta y organizarla dentro del armario. Lo mismo hice con mis cosas para el aseo. Me quedé absolutamente impresionado cuando vi la cantidad de espacio que en circunstancias normales tiene un armarito de baño cuando no lo compartes con dos hermanas preadolescentes y una cuarentona que intenta inútilmente ocultar las inevitables marcas físicas de la edad. Aproveché también ese rato para empezar a colocar todos mis trastos en mi nuevo cuarto: mis libros, mis CD de música, mi ordenador portátil, mis pósters y mis viejos manga, entre otras cosas.
Cuando estaba debatiendo sobre dónde colgar mi póster de Nickelback, llamaron a mi puerta.
- ¿Thomas? – mi padre asomó la cabeza - ¿Has terminado con el inalámbrico? Necesito hacer una llamada.
- Sí, ya he terminado – cogí el teléfono y se lo lancé.
- Antes no pude preguntarte porque estabas hablando por el móvil – dijo, agarrando el teléfono al vuelo -. ¿Estás mejor?
- Mucho mejor. Tenías razón, sólo necesitaba una siesta.
- Suelo tener razón, aunque nunca me la des – espetó con una forzada mueca de orgullo.
Esperé a que hiciera la pregunta obvia, pero sólo se limitó a mirarme en silencio. Me impacienté.
- ¿No vas a preguntarme con quién estaba hablando?
- Si te soy sincero, me muero de curiosidad – respondió -, pero prefiero que me lo cuentes tú, si te apetece, antes que preguntártelo yo.
Los dos sonreímos.
- Era Andrea.
- Ah, hace mucho tiempo que no la veo. ¿Cómo está?
- Bueno – suspiré -, no está lo que se dice muy contenta conque me haya marchado.
- Me lo imagino – se rascó la mejilla, incómodo -. ¿Y tú?
Las palabras me salieron de lo más hondo.
- Espero no arrepentirme de haberlo hecho.
Me respondió con una sonrisa paternal que me conmovió.
- Te aseguro que no lo harás, hijo – hizo una pequeña pausa, y luego continuó con el interrogatorio -. ¿Y quién llamó a casa?
- Un compañero de clase – mi padre levantó las cejas en un gesto de sorpresa -. Me dijo de quedar para dar un paseo por el pueblo.
- ¡Eso es estupendo, Thomas! – exclamó, y me sonrojé un poco. Parecía más contento él por el logro que yo - ¿Lo ves? Te dije que no iba a ser para tanto: eres más extrovertido de lo que piensas.
En eso no estaba de acuerdo. Era una realidad que era tímido. Pero no podía negarle que al final tenía razón: no fue para tanto.
- Bueno, voy a llamar a la oficina antes de que se me haga tarde. Si me necesitas, estoy en el salón viendo la tele.
Se dio media vuelta y salió de mi cuarto. Antes de que fuera, le confesé:
- Papá – él se giró para mirarme -. Ha sido un puntazo. Gracias.
- De nada – sonrió, esta vez mostrando orgullo real -. Yo no soy como otros.
Sabía perfectamente de qué estaba hablando, y él comprendió enseguida que había captado su mensaje. Ésa era la clase de relación que yo habría deseado tener con mi madre, una relación normal en la que ella respetara mi intimidad y no se dedicara a cuestionarse si lo que le contaba era cierto o no, y tampoco aprovechara cualquier despiste para fisgonear entre mis cosas. Mi padre siempre me había dado la oportunidad de fijar los límites a lo que considerara que eran asuntos privados y asuntos que pudiera compartir. Se lo agradecí en el alma.
Cuando mi padre bajó las escaleras, fui al baño y me miré en el espejo. Aparte de eliminar el dolor de cabeza, la siesta me había dejado el pelo alborotado y la camiseta arrugada. Volví a mi habitación y saqué del armario mi camiseta favorita, una roja con un dibujo del cubo de Rubik’s. Me cepillé un poco el pelo, me cambié la camiseta, metí un par de dólares en el bolsillo de los vaqueros y bajé al piso inferior. Faltaban cuatro escalones cuando sonó el timbre.
Ryan.
De repente, me puse tenso. Por un momento, me sentí como en la noche de mi primer baile de graduación. Me aseguré de que seguía bien peinado, a pesar de que sólo había bajado un par de escalones desde que me había arreglado el pelo, respiré hondo y bajé al rellano. Antes de que pudiera llegar al recibidor, mi padre se había levantado y ya estaba abriendo la puerta.
Le observé de lejos: su pelo rubio, sus ojos azulísimos, su piel blanca y su sonrisa perfecta. Maldita sea, cuanto más le miraba, más envidia sentía.
- ¡Ryan! – mi padre le saludó enérgicamente -. Hace mucho tiempo que no te veía. ¿Cómo estás?
- Muy bien, señor Jameson, gracias – respondió Ryan con una enorme sonrisa. Además de guapo, educado. Me dieron ganas de abrirle el cráneo para diseccionarle el cerebro y comprobar que realmente era humano.
- Oye, ¿y cómo está tu madre? Hace unos días hablé con ella y me dijo que se incorporaría hoy a trabajar.
- Iba a hacerlo, pero ha recaído y prefirió quedarse descansando un par de días más hasta curarse del todo, por si era contagioso.
- Bueno, dile que en la oficina no tenemos prisa por que vuelva hasta que no se recupere del todo – bromeó mi padre.
Ryan se rió.
- Se lo diré – miró hacia mí, que estaba justo detrás de mi padre, escuchando la conversación. Sonrió abiertamente, dejando ver todos y cada unos de sus dientes blanquísimos -. ¡Hola, TJ!
- Hola – musité.
- Ah, ¿fuiste tú el que llamó antes a Thomas? – Ryan asintió. Entonces mi padre me arrastró por el brazo y me colocó entre él y Ryan. Me puse rojo como un tomate. Qué vergüenza. Me sentía como una adolescente en su primera cita con el quarterback del equipo de fútbol -. Entonces puedo estar tranquilo, está en buenas manos. Vigílalo para que no se pierda.
- ¡Papá! – espeté. Éste era el típico momento en el que tu padre te deja en ridículo delante de los otros.
- No se preocupe, señor Jameson – inquirió Ryan, y se echó a reír con mi padre -. Aunque no haya traído la correa, le prometo que no dejaré que se vaya muy lejos.
Qué gracioso, Ryan. Me muero de la risa.
- Bueno, chicos, que os divirtáis – dijo mi padre, despidiéndonos desde la puerta principal.
Ryan y yo empezamos a caminar en dirección opuesta a mi casa. Estaba jodidamente nervioso. Tenía que causar una buena impresión en Ryan para poder ganarme su confianza.
¿Pero cómo iba a hacerlo, si no tenía ni idea de qué hablarle?

2 comentarios:

  1. Este capi ha sido el que más me ha gustado. Poco a poco se va viendo que TJ siente algo más que envidia hacia Ryan (o eso creo) ¡Ahora solo falta que Ryan sea gay y ya está! Jajajajaja
    Espero que en: El chico perfecto VII caiga algo de yaoi, por muy poco que sea XD Lo estamos deseando Rie.

    Besos!!! :33333333

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  2. Por fin puedo comentar ;) Me ha hecho gracia lo de sacarle el cerebro y examinarlo. Hay personas tan rematadamente parecidas a la perfección de cara a los demás que dan ganas de saber que maquinan ahí dentro xD.
    Yo intento ser paciente, de verdad, pero TJ me pone nerviosa hasta a mí cuando ve a Ryan xD
    Kisses:3

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