lunes, 23 de julio de 2012

Reflect.



Sé que no soy la persona más interesante del mundo, y que no hago las cosas que la gente de mi edad suele hacer.

Pero no creo que sea una persona aburrida.

miércoles, 18 de julio de 2012

Retrato.



A pesar de su corta estatura, se dijo, la muchacha era bonita. Aun con aquellas sandalias de esparto, apenas alcanzaba el metro sesenta. Pero era una de esas chicas que tenían ese magnetismo que no sabes expresar con palabras.

Piel blanca, suave y tersa, siempre sonrosada en los pómulos y en la nariz. Siempre agradable al tacto.

Ojos del color del chocolate negro, con forma de almendra, coronados por filas de pestañas larguísimas. Cuando pestañeaba, sus párpados parecían las alas de las mariposas cuando volaban. 

Pelo castaño y fino que caía sobre los hombros en ondas suaves, y de vez en cuando, en algún tirabuzón. En verano, tendía a aclararse por la exposición al sol y la sal del mar.

Dientes blancos y perfectamente alineados, fruto de la ortodoncia adolescente, rodeados de unos labios delgados y suaves. Su boca era hipnótica, pensó. Producía en él un extraño efecto de sentir cómo todo pasaba a cámara lenta, excepto el movimiento de sus labios cuando hablaba. Muchas veces se olvidaba de escuchar lo que le contaba.

Tenía un cuerpo agradable a la vista, de curvas delicadas. Hombros finos, pecho poco exuberante, pero firme; cintura suave, caderas redondeadas, y piernas torneadas, como dos columnas griegas, sin rastro de estrías o de piel de naranja. Muslos tersos y gemelos fuertes, pero femeninos. Verla subida a unos tacones altos era un espectáculo.

Y por último, sus manos. Dedos largos y delgados de pianista, aunque en su vida había tocado ningún instrumento musical. Sus uñas, siempre cuidadas, llevaban en aquel momento un esmalte de color azul turquesa.

Cuando le vio acercarse de lejos, ella se colgó los auriculares del cuello y esbozó una enorme sonrisa, como si alguien hubiese pulsado un botón en su espalda que la hiciera sonreír de forma instantánea. Fue hacia él a paso acelerado, casi dando saltitos. Se situó frente a él y se puso de puntillas, pues ni siquiera las sandalias de tacón corrido eran suficientes para ponerla a su nivel. 

Y le besó, con esos labios suaves y delicados. Fue un beso modesto, pero largo. Uno de tantos. Él le colocó una mano en la nuca, y le rodeó la cintura con el brazo libre. Se separó de ella, y con una sonrisa tierna, la saludó:

- ¿Cómo estás, mi pizquito?

lunes, 16 de julio de 2012

¡Ostias! ¡Pero si yo tenía un blog!

Dios santo, creo que no publico una entrada seria desde hace más de tres meses... bueno, o lo que viniendo de mí se puede calificar de seria.

En fin, criaturitas del Señor, siento mucho haber dejado esto tan abandonado, pero la verdad es que he estado hasta arriba durante estos meses. De hecho, por eso lo dejé fuera de servicio allá por abril, porque me daba palo que alguien se pasara a cotillear y se encontrara la misma entrada durante no sé cuánto tiempo. Bueno, antes del verano tenía una excusa, pero desde que libré... vale, no tengo ninguna. No, mentira, sí que he estado haciendo algo importante. Me he apuntado a la autoescuela. Sí señor. Después de tres años diciendo "En verano me saco el carnet de conducir", ha tenido que llegar el cuarto para que, finalmente, me pusiera manos a la obra. De hecho, me presento a la Teórica la próxima semana.



Pero ése no es el caso.

Si alguien se preguntaba dónde estaba o si me había muerto, me complace comunicarle que no estoy muerta. No van a tener esa suerte. Simplemente estaba de prácticas. Prácticas. Dios mío, sólo repetir esa palabra en alto hace que se me revuelvan las tripas.

Este año era mi último año de carrera, y en el segundo cuatrimestre de Tercero (mi promoción fue la última con el Plan Viejo antes de Bolonia, hyuk) en Turismo tenemos solamente dos asignaturas: el Practicum y el Trabajo Fin de Carrera.

El Practicum no son más que prácticas laborales en un hotel durante los cuatro meses que dura el cuatrimestre ordinario. Qué bien suena eso, ¿eh? Polla.

Primer gran inconveniente de las prácticas: a pesar de tener la oportunidad de elegir el hotel en el que hacer las prácticas (escogí uno en el que pasaría una temporada en cada uno de los departamentos a lo largo del cuatrimestre porque me enteré de modo extraoficial que era el mejor de entre los que teníamos para elegir) estaba en Playa del Inglés. O traducido a un lenguaje universal, en el coño de la Bernarda, en la otra maldita punta de la isla. Y yo no tengo carnet de conducir. Ergo, me pasé cuatro meses, después de tres años acostumbrada a despertarme a una hora más o menos decente (entre las 8.30 y las 9.00 de la mañana) a ser la primera que se levantaba en mi casa para ir a coger la guagua que me llevara hasta el Sur. Un trayecto de cerca de una hora para ir y otra hora para volver, de lunes a viernes, eh, como que no. Durante esos meses descubrí que la revista Cuore y las novelas cortas de Agatha Christie son grandes aliadas en los viajes largos.

De hecho, ésta es la principal razón por la que, al final, decidí sacarme el carnet de conducir este verano.

Segundo gran inconveniente: la comida. Sí, vale, debería dar gracias de que no tenía que llevarme el almuerzo de casa, pero, por el amor de Dios, desde que estaba en el colegio no comía tan ma... bueno, no comparemos una cosa con la otra. El caso es que, entre aquélla carne llena de nervios, el pescado rebozado ausente de pescado y el arroz grasiento, estuve cuatro meses alimentándome a base de ensalada y helado. Y sorprendentemente, gané peso. Probablemente por culpa del helado. Del helado, y de que siempre que podía me escapaba a la cocina a robar repostería de la partida de pastelería. Con el beneplácito del jefe, por supuesto.

Aunque, si dejamos a un lado esos dos detalles, la verdad es que no puedo quejarme. Me trataron como una auténtica reina desde el primer día que pisé ese hotel, y estaría feo decir que no me sirvió de nada, porque aprendí muchísimo. Aunque también es verdad que, en algunas ocasiones, me sentí muy incómoda con la forma en que algunas personas me trataban y deseé no tener que bajar. Sin embargo, todo es cuestión de adaptarse a las circunstancias e ir tanteando el ritmo de trabajo. 

Sin lugar a dudas, donde más aprendí fue en Recepción. No sólo a nivel profesional, también a nivel personal. Yo, con lo introvertida que soy, me daba verdadero pánico estar en el mostrador tratando con los clientes, y más si me hablaban en alemán. Domino bastante bien el inglés, pero tengo falta de práctica con el alemán, y no voy a mentir, cada vez que se acercaba un cliente, en mi interior rezaba para que no me dijera Guten Tag. Y bien, no es que mi alemán sea ahora una maravilla, pero a fuerza de voluntad, ha mejorado bastante. Y también mi capacidad de fingir que no me da vergüenza hablar con desconocidos. Mi mayor logro durante el tiempo que estuve en la recepción fue que el recepcionista que me tenía loca, pero loca como una adolescente en celo, me dijera después de despachar a mi primer grupo de entradas (británicos): "¡Madre mía, eres un monstruo! ¡Tu inglés es impresionante!"


Mario y yo vamos a casarnos, lo sé. Independientemente de lo que pueda pensar su embarazadísima novia.

El caso es que al final de las prácticas en el hotel, a pesar de haber tenido compañeros agradables y compañeros cabrones, de haber pasado ratos buenos y ratos peores, y de haber aprendido más o haber aprendido menos, me sentí como si hubiera pasado a formar parte de esa pequeña familia.

UNA FAMILIA QUE NO IGNORE MI CURRÍCULUM EL DÍA DE MAÑANA, GRACIAS.

Y el Trabajo Fin de Carrera... en fin, quien me siga en Twitter probablemente haya leído numerosos tweets en los que me quejo de él. 

Me equivoqué completamente al elegir la asignatura sobre la que hacer el trabajo. No quería hacer un trabajo fácil: quería currarme un buen trabajo, y quería aprender. Inocente de mí, que escogí Gestión de Alimentos y Bebidas. Inocente de mí, que tenía como tutor de prácticas al Demonio en persona. 

Sí, vale, reconozco que parte de la culpa es mía, porque no empecé con el trabajo hasta abril, y tenía que entregarlo a mediados de junio. Pero la verdad, después de pasarme más de un mes leyendo artículos infumables en inglés, redactando textos utilizando toda mi creatividad de artemaníaca profesional y metiéndome tila por intravenoso, que el tipo no me contestara a ningún e-mail y que, en la primera reunión presencial, a menos de un mes de la fecha de entrega, me suelte: "Está bien, pero le falta trabajo. Además, el enfoque no es el que yo pretendía. La verdad, esperaba mucho más de ti"...


Todos los universitarios tenemos un profesor cabrón a lo largo de nuestras carreras. Éste es el mío.

Al final tuve que tragarme mi orgullo y las ganas que tenía de arrancarle los intestinos y corregir todos los detalles que "no terminaban de gustarle", y luego continuar el trabajo con el enfoque que "él pretendía". Aproveché los primeros días de junio, que ya no tenía prácticas, y me pegué una matada durante seis días seguidos, mañana y tarde, para terminar a tiempo el proyecto. Llegó un momento en el que mi derretido cerebrito no era capaz de generar más ideas, así que las últimas páginas del trabajo ni me paré a revisar lo que había escrito. De hecho, estaba convencida de que iba a entregarle una soberana basura, pero estaba tan cansada y tan harta del maldito trabajo que me daba igual. 

Así que el día que, en teoría, debía entregarle el trabajo terminado para que lo revisara y me diera las últimas indicaciones, subo a la facultad, ¿y qué me encuentro? El tipo no estaba en su despacho. ¿Saben lo que es un guerrero Saiyan? Pues eso. Me cogí un empute tal que le metí el trabajo en el casillero (más bien lo arrojé) y me dije: "¡A TOMAR POR CULO, ASÍ SE QUEDA! ¡ME VOY A TOMAR UNA CERVEZA!". 

Y así lo dejé. Y me puntuó el trabajo con un 9. Probablemente porque se equivocara corrigiendo. O porque no leyó la última parte del trabajo. 

Y bueno, después de eso, salvo el hecho de que, desde la semana pasada, no he salido más que para ir a la autoescuela y al gimnasio, la verdad es que no he hecho nada especialmente productivo este verano. Bueno, hace dos semanas me fui a un apartamento al Sur con mis cuatro hijos, digo, amigos (tos carraspeante). Tengo una lista larguísima de cosas que quiero hacer y de las cuales he hecho, pues... cuatro. Entre ellas, terminar la primera temporada de Juego de Tronos, leerme Los Juegos del Hambre y avanzar en el The Legend of Zelda: Skyward Sword con Carlota, por ejemplo. De hecho, mañana hemos quedado para viciarnos a muerte. 

¿Qué tengo ahora en mente? Pues leer mucho, ir a la playa para (intentar) ponerme morena, o algo que se le parezca; jugar al FFVII con Mr. Pelos y ver pelis. Muchas pelis. Oh, y escribir más capítulos de El chico perfecto, que ahora que tengo tiempo, no he avanzado nada. Lo siento. Por favor, piedad.

¡Oh! Y la semana que viene, además de presentarme al examen de conducir, tendré la ceremonia y la fiesta de graduación. Pienso beber mojitos hasta que no recuerde mi propio nombre. Bueno, tanto como eso no, pero casi. Afortunadamente, sé dónde tengo mis límites. Que creo que no son superiores al tercer mojito. O al segundo, si me apuras. Dios, doy pena.  

Y hasta aquí mis excusas. Simplemente quería hacérselo saber a todo aquél que tuviera dudas de mi paradero, o que al menos siga sintiendo un poco de interés por este panda de metro y medio. Prometo intentar mantener esto vivo.

Un beso muy fuerte desde Mordor.

¡Gracias por leer hasta el final! ♥