miércoles, 29 de junio de 2011

El chico perfecto III.

Después de suspirar profundamente una vez más, el profesor se acercó a la pizarra y comenzó a escribir los datos de un problema que no supe identificar. No había copiado más de tres números cuando se giró hacia la clase y echó una ojeada rápida buscando a alguien hasta clavar sus ojos en mí. Tragué saliva, o al menos eso intenté, porque tenía la garganta cerrada.

- ¿Jameson?

Todo el mundo se giró para mirarme, y de repente me sentí tan observado que podría haber reventado en pedacitos. Para mi sorpresa, oí que uno de los dos chicos que se sentaban justo detrás de mí le preguntó al otro que quién era yo, que si me había equivocado de clase. Increíble. No se había enterado de que era nuevo. La gente pasa de todo. Asentí, porque si abría la boca, no sé qué podría haber salido de ahí.

- Me gustaría también que se quedara al final de la clase, porque quiero hablar con usted – espetó, y sin esperar a que le contestara, se dio media vuelta y siguió con sus números.

Sentí cómo el aire que había a mi alrededor se volvía pesado y me aplastaba contra el suelo. Madre mía, ¿qué demonios había hecho para que el profesor me regañara, si es que no había hecho nada? De hecho, aunque hubiera querido, no habría podido hacerlo. No tenía ni la más remota idea de sobre qué quería hablarme. Lo único que se me ocurrió es que me relacionara con lo que Ryan le había dicho a esa chica, al igual que los demás. Qué maravilla, pensé.

El señor Callaghan empezó la clase sin inmutarse, y juro que hice todo lo posible para prestar atención, pero pasados diez minutos, mi mente no hacía más que darle vueltas al mismo asunto. No es que no entendiera la teoría de la longitud de onda de De Broglie, sino que esos momentos no podía pensar en otra cosa que en Ryan. ¿Qué hago con Ryan? ¿Sigo el consejo de Kate y me alejo de él, o me arriesgo a ser odiado por todos y le doy una oportunidad? Claro que, si opto por la primera opción, puede que acabe solo. Puede no, estoy seguro, teniendo en cuenta que más de uno en esta clase no sabía hasta ahora, y creo que aún no sabe, de mi existencia, y probablemente no muestren ni el más mínimo interés en conocerla. Por su parte, Ryan fue el único que se dignó a intercambiar un par de palabras conmigo, y sí, parece que todo el mundo le tiene manía y que es un poco repelente, pero quizás sea sólo un mal día, y en el fondo es buena gente…

Para, para, para, TJ. Para un momento. Quizás le estoy dando demasiada importancia a eso de hacer amigos. Tanta, que estoy yendo demasiado deprisa, y las relaciones no se forjan en un día, y menos en cuarenta minutos. No puedo pretender hacer amigos sin conocer a la otra persona, y menos si la otra persona no me conoce a mí tampoco. Creo que lo más sensato es dejar este tema a un lado de momento y centrarme en mis estudios. El próximo año entro en la universidad, y debo dedicarme en cuerpo y alma a todas las asignaturas, y más teniendo en cuenta que me incorporo a mitad de semestre. Veamos, ¿qué está diciendo el profesor sobre la constante de Pranck…?

A quién quiero engañar, sí que me importa. Soy un adolescente inmaduro y estúpido al que le importan las apariencias y que necesita relacionarse. Me importa mi futuro, sí, pero en mi escala de prioridades, tener a mi alrededor gente de mi edad con la que pueda compartir gustos, pensamientos e inquietudes es más importante. Es más, si quiero llegar a la universidad, tal y como están las cosas, voy a necesitar ayuda, porque estudiando por mi cuenta no va a ser suficiente.

Maldita sea, ¿qué voy a hacer?

Mi cerebro estaba empezando a saturarse, así que decidí dejarlo por el momento. Estiré los brazos sobre la mesa, cogí aire y lo solté. De repente, volví a tener esa sensación de que me observaban. Creo que suspiré demasiado fuerte. Efectivamente, todo el mundo me miraba con el ceño fruncido, incluido el profesor. Qué vergüenza. La sangre se me subió a las mejillas y empecé a sofocarme.

- ¿Tiene alguna dificultad con el movimiento lineal de la partícula, señor Jameson?

Hitler, por favor, no me hagas esto.

- No, señor – mentí, desviando la mirada. Sentía cómo sus ojos me penetraban como cuchillos.

- Entonces supongo que no tendrá ningún problema en salir a la pizarra y plantear el problema, ¿verdad? – dijo, y me ofreció la tiza.

Tierra, trágame. Si tuviera que elegir un momento para morir, éste sería ideal. ¿De verdad quiere que salga ahí, delante de todo el mundo? Además, no tengo ni la más remota idea de qué tengo que hacer. Si hubiese atendido algo, podría haberme quedado con las ideas más importantes, pero es que no había retenido ni eso. Recuerdo que cuando estaba en el instituto de Washington estudié la longitud de onda, pero estoy tan bloqueado que soy incapaz de recordar cómo se resuelven estos problemas.

Te odio, Callaghan. Te odio tanto en este momento.

Me levanté y cogí la tiza, rezando para que el maestro no notara que me sudaban las manos. Me acerqué a la pizarra y leí atentamente los datos varias veces. Definitivamente, no tenía ni idea de cómo resolver el ejercicio, y yo cada vez estaba más nervioso, porque a medida que pasaban los segundos, la gente empezaba a impacientarse y a murmurar cosas como “¿A qué está esperando?” o “No tiene ni flores”, entre algún “¿Ése es el nuevo?” que oí al fondo de la clase. Yo en mi vida había padecido pánico escénico, pero en aquel momento me entraron unas enormes ganas de vomitar.

La voz del profesor impidió que la primera náusea se convirtiera en una arcada.

- Silencio – se dirigió primero a la clase y luego a mí. Su rostro se relajó y me habló en un tono, aunque menos tenso, igual de serio, que me hizo sentir algo mejor -. Jameson, ¿por qué no empieza por sustituir las variables en la fórmula?

Le miré perplejo, y al ver que no tenía intención de decirme nada más, me armé de valor y paciencia y me dirigí a la pizarra. Observé nuevamente los datos y traté de seguir las instrucciones del señor Callaghan siguiendo más o menos un razonamiento dentro de la lógica básica del ser humano, no de la Física. Cuando completé la fórmula, intenté resolver los cálculos, pero no sabía por dónde empezar. Como el murmullo no cesaba, me rendí. Dejé la tiza en el cajón, me disculpé y le confesé al profesor que no sabía cómo continuar.

- No importa, señor Jameson, puede sentarse. Ya ha hecho más de lo que cualquiera en esta aula ha hecho durante todo el curso.

Regresé a mi asiento, ignorando las réplicas de mis compañeros al comentario del profesor. Me dejé caer sobre la silla y me tapé la cara con las manos. A pesar de que había tratado de halagarme, el cumplido del señor Callaghan no me animó en absoluto. Puede que fuera cierto y que esa clase no destacara por tener genios entre sus paredes, pero me ridículo y torpe. Ahora todos pensarán que soy estúpido, me dije a mí mismo.

Aunque si algo he de agradecerle al maestro, en el fondo, es que no hiciera distinción conmigo por ser el chico nuevo, y que me sacara a la pizarra y me hiciera pasar el mal trago como a cualquier otro. De esta forma, supuse, ni mis compañeros ni yo esperaríamos un trato de favor en lo que a mí respecta. Entonces no supe si alegrarme o echarme a llorar.

Mientras me lamentaba, vi por el rabillo del ojo que Ryan me estaba mirando. Antes de que pudiera decirle nada, se metió la mano en el bolsillo y me ofreció un caramelo, alegando que estaba un poco pálido y que quizás necesitara algo dulce. Lo acepté y le di las gracias, aunque tuve que guardarlo porque me sentía incapaz de llevarme nada a la boca.

Traté de seguir el resto de la clase como si no hubiese pasado nada, pero estaba demasiado excitado como para atender y tomar unos buenos apuntes. Cuando sonó el timbre, el corazón aún me latía con fuerza y algunas gotas de sudor frío me recorrían la nuca de arriba abajo. Mientras los demás abandonaban la sala entre risas y parloteos, recogí mis cosas de la mesa y me dirigí hacia la salida, pero Ryan aún no se había levantado de su asiento, y parecía no tener intención de hacerlo. Jugaba tranquilamente con el cable de sus auriculares entre sus dedos, ignorando a los demás. Quizás me estaba perdiendo algo y por eso no lo entendía, así que decidí preguntarle, sintiéndome un poco estúpido:

- ¿No vas a salir?

- Aún no. Callaghan dijo que quería hablar conmigo, ¿recuerdas?

No, no me acordaba. Y tampoco me acordaba de que yo también tenía que quedarme para hablar con el profesor. Dios mío, pensé. Hoy voy a acabar en parada cardiorrespiratoria, estoy seguro. Si no me corto las venas yo mismo antes.

Una vez quedábamos en el aula el señor Callaghan, Ryan y yo, Ryan cerró la puerta y se acercó a la tarima. Puede que fuera por los nervios, pero juraría que estaba silbando. Supuse que ésa no era la primera bronca que se llevaba y que estaría acostumbrado a que los profesores le gritasen. Eso me dio que pensar: ¿de verdad Ryan era tan capullo como aquellas chicas habían dicho? ¿Tanto como para que los profesores lo regañen con frecuencia?

- Bueno, Ryan, ¿qué tal está tu madre?

¿Qué? Un momento. ¿Le ha preguntado que cómo está su madre?

- Lleva un par de días algo acatarrada y se encuentra un poco cansada, pero en cuestión de un par de días se le pasará. No parece nada grave

- Mi mujer y mi hijo pequeño también están constipados desde ayer. Probablemente sea un virus que anda pululando por ahí.

- ¿En estas fechas? ¿Usted cree? ¿No es un poco tarde?

- Fíjate que la semana pasada hizo muchísimo calor de repente y ahora se ha puesto el tiempo muy malo. Los cambios bruscos de temperatura pueden bajar las defensas.

No me lo podía creer. Yo me esperaba una charla larga y aburrida sobre la moral y la tolerancia entre un estudiante rebelde y un profesor rígido y estricto. ¿Y qué me encontré? A un alumno tranquilo y a un señor agradable cotilleando alegremente sobre banalidades. Me pilló completamente desprevenido, y si no hubiese mantenido las formas, se me habría escapado una exclamación. Definitivamente, había algo que me estaba perdiendo, y estaba convencido de que era algo relacionado con Ryan. ¿Quién era ese chico? ¿Por qué no lo regañó el profesor? ¿Qué clase de relación extraña y secreta mantienen? ¿Por qué con los demás chicos se comportaba de esa forma tan… peculiar?

Cuantas más preguntas me hacía, más curiosidad sentía por él.

Un par de minutos de charla después, Ryan se despidió del señor Callaghan y salió del aula. Justo antes de cerrar la puerta, me dirigió una mirada fugaz y me sonrió. Me dio tanta vergüenza que fui incapaz de devolvérsela, aunque me sentí un poco más tranquilo y reconfortado.

Así que tomé aire, le pedí a Dios que alguien en el pasillo tuviera a mano un desfibrilador por si me daba un infarto, y me acerqué a la mesa del maestro.

- ¿Quería hablar conmigo, señor? – mi voz sonó aguda y chillona. Carraspeé un poco, pero no logré sonar convincente.

Esperé unos segundos a que frunciera el ceño y, con la misma voz ronca y seria con la que había hablado en la clase, me sermoneara. Sin embargo, no lo hizo. De la misma manera en que se había dirigido a Ryan, me invitó a tomar asiento y espetó:

- Me habría gustado que esta reunión hubiese tenido lugar esta mañana, pero por ciertos motivos no llegué a tiempo. Espero que pueda disculparme por retrasarle para la siguiente clase. De todas formas, no voy a quitarle mucho tiempo.

Tardé varios segundos en razonar sus palabras.

 - ¿Usted es el tutor?

- Sí, además de su profesor de Física. Me llamo Anthony Callaghan – se presentó, y me estrechó la mano.

A lo que el señor Callaghan se refería a que la dirección del instituto había programado una reunión con el que iba a ser mi tutor a primera hora de la mañana, justo antes de que comenzara el horario lectivo. Cuando llegué a la oficina de administración, la secretaria me había dicho que el tutor no había aparecido y que aplazaría nuestra reunión para otro momento.

O sea, ¿que este sucedáneo de dictador bipolar iba a ser mi tutor? Madre mía.

El señor Callaghan sacó de su maletín una carpeta roja con mi nombre y un montón de papeles. Sacó algunos y me los presentó.

- Mire, señor Jameson, aquí le he recogido algunos documentos que pueden serle de interés. Éste es su horario. En la parte de atrás del folio tiene el nombre de los profesores de las diferentes asignaturas que le corresponden, así como las aulas donde se imparten. Le he dejado dentro también los criterios de evaluación y competencias de cada asignatura, pero le recomiendo que, de todas maneras, consulte con el profesor. Tiene aquí dentro, además, más información en general sobre el centro que creo que puede que necesite.

Cuánta información de repente y tan rápido. El cerebro me iba a reventar.

- De todas formas, para que no se agobie, lo mejor es que, cuando tenga tiempo, le eche un vistazo y me pregunte cualquier cosa que no entienda.

- Gracias – musité, totalmente impresionado por su exceso de formalidad. Le eché una ojeada rápida a los papeluchos, y encontré algo en el horario que no terminó de cuadrarme -. Esto, ¿puedo preguntarle algo ahora?

- Faltaría más. Estoy a su entera disposición.

- Dos de las optativas que aparecen en el horario no son las que solicité en el formulario de inscripción…

- Es cierto. Hice todo lo posible por que la secretaria le asignase las que usted había pedido, pero al incorporarse a mitad de semestre, el cupo de alumnos para la gran mayoría de ellas estaba lleno.

Genial. Siempre había querido estudiar cosas tan útiles como Italiano Básico y Relaciones Laborales.

- Si quiere, puede presentar una reclamación en la oficina de administración.

- Es igual. Si no se puede, no se puede – mentí. Mi cara de asco debió de ser evidente, porque al señor Callaghan se le escapó una risilla.

- Ya, bueno. Está claro que, salvo Prácticas de Laboratorio, las optativas que tiene no van a servirle demasiado si quiere ser médico.

Le miré con los ojos como platos. ¿Cuándo le dije yo que quería ser médico?

- ¿Cómo sabe que quiero estudiar Medicina?

- Por las optativas que eligió. Todas tienen que ver con la rama de Ciencias de la Salud. ¿Me equivoco?

- No, señor – no pude quitar la cara de pasmo.

- ¿Puedo preguntarle en qué quiere especializarse?

- Pues… me gustaría ser pediatra.

Asintió, y se inclinó hacia delante mostrando interés.

- Deben de gustarle los niños.

- Sí. Tengo dos hermanas pequeñas y estoy acostumbrado a cuidar de ellas.

- ¿De verdad? ¿Qué edad tienen?

- Once años. Son gemelas.

- Vaya. Mi hijo tiene la misma edad – respondió, cerrando los ojos con una media sonrisa.

Me había pasado. Cuando quise darme cuenta, los nervios y la tensión habían desaparecido por completo y me encontraba charlando tranquilamente con él. Creo que juzgué al señor Callaghan demasiado rápido. Me percaté de que esa imagen de profesor estricto no era más que un papel, y que en las distancias cortas era un hombre agradable con muy buenas dotes de conversación.

A lo mejor Ryan también era de ese tipo de personas.

- Bueno, yo estaba muy interesado en preguntarle el motivo por el que decidió incorporarse en mitad del curso, pero creo que ya tengo mi respuesta – confesó, y se dejó caer sobre el respaldo de la silla.

Llevaba un rato esperando que lo preguntara, y me sorprendió que no lo hiciera.

- Las razones personales no las conozco, y no voy a preguntar por ellas porque no es de mi incumbencia, ni muchísimo menos – explicó -. Pero las otras razones, después de hablar con usted, me han quedado muy claras.

- ¿A qué razones se refiere? – me atreví a preguntar.

- A usted le preocupa su futuro, señor Jameson. Tiene una visión muy nítida de lo que quiere hacer, y además parece estar motivado para lograrlo, a pesar de que le espera un duro camino. Eso le honra, como estudiante y como persona. Y estoy seguro de que, con esa actitud, va a ser un alumno excepcional.

Había acertado de pleno, pero no me esperaba que lo dijera así. Me ruboricé.

- Gracias, señor Callaghan – murmuré.

- No tiene por qué dármelas – dijo con una sonrisa -. Sólo digo lo que veo. Y permítame decirle que, al menos por mi parte, cuenta con todo mi apoyo, y espero que también cuente con el apoyo de los demás profesores y de sus compañeros.

Sobre todo de mis compañeros.

El señor Callaghan metió todos los papeles en la carpeta y me la dio.

- Pues eso es todo. Si tiene alguna pregunta, no dude en acudir a mí o a cualquiera de sus maestros. Estamos para ayudarle – dijo, y me dio la mano.

Definitivamente me había equivocado con este profesor. La actitud Hitler es solamente una fachada. En el fondo es un tío muy cumplidor que se preocupa por sus alumnos, o al menos por mí. Me gustaba el señor Callaghan. De momento, ya tenía el apoyo del tutor, y eso me hacía sentirme algo más seguro con respecto al asunto académico.

¿Conseguiría algún día el apoyo de mis compañeros, en cualquiera de los asuntos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Vamos, es gratis y no duele!


¡Gracias por leer hasta el final! ♥