miércoles, 16 de enero de 2013

Propuesta youtuber para el próximo laboratorio de Komui.

¡Buenas noches, pandas de las praderas! Que no, que no me he muerto. No van a tener esa suerte todavía. El problema es que soy una persona muy vaga ocupada. Hablando en serio, siento mucho que pasen milenios entre un post y otro, sé que algunos (Evelyn, sí, va por ti) se pasan horas stalkeando este blog a la espera de algo nuevo, pero me he pasado todas las vacaciones pegada estudiando, y a la vuelta, la situación no es que haya cambiado demasiado. Por suerte para ustedes, me queda un único examen justo dentro de una semana, y es el examen lolailo del cuatrimestre. Por lo cual, proclamo que, el próximo viernes (el jueves ya tengo programado un día intenso de Skyward Sword en casa de Carlota) comenzará la redacción del próximo episodio de lo que yo llamo "la magia gay". 


El caso es que, hasta que ese momento llegue, quería hace una petición en plan youtuber. Nunca hasta ahora he pedido nada, así que, ¡estoy en mi derecho a hacerlo, al menos, una vez! Hace mucho tiempo que no hago un laboratorio de Komui (sin Komui), de esos que a Eve le gustan tanto. Y la verdad es que llevo algunos días pensando en que me gustaría hacer uno. 

Pero quiero hacer algo diferente. Por una vez, no quiero autopreguntarme y dar información de manera gratuita (y pre-seleccionada, por supuesto. ¿O acaso se creen que me autopregunto cosas que no me interesa contar?). Por eso, propongo un método alternativo y súper chulo. ¡Las preguntas del próximo laboratorio me gustaría que me las hicieran ustedes, ávidas fieras en busca de algo sobre lo que chismorrear! Y me comprometo a contestarlas todas. TODAS. Sean las que sean. Ahora, no se pasen, porque si la pregunta se sale demasiado de madre, no voy a responderla. Aunque, en un principio, pretendo no ignorar ninguna. O sea, si a alguien le interesa cuánto mide el pene de mi novio, voy a decirlo. Yo no me corto un pelo.

Así que si tienes alguna cuestión que te corroe el alma y te llena de desasosiego, o simplemente te apetece dejarme en una situación comprometida, twittea tu pregunta utilizando el hashtag #komuislab. Les recuerdo que mi Twitter es @rietsukabookman, aunque si pinchan en el pajarito azul ése tan majo que hay a la derecha de sus pantallas, accederán a él directamente. Cuando acumulemos un número suficiente, haré un post recopilatorio en el que garantizo risa y humor ácido marca de la casa.

Sí, uso Twitter porque soy moderna. Podría usar perfectamente una cuenta de ask.fm para lo mismo, pero personalmente, el Ask me parece una red social de chonis (con todos mis respetos a los non-self considering chonis).

¡Espero con ganas sus preguntas! 


miércoles, 2 de enero de 2013

Crónica de otra Nochevieja deprimente.

Todo el que me conoce sabe que detesto el día de Nochevieja. Lo detesto, lo aborrezco, lo odio. Porque llevo veintiún años haciendo exactamente lo mismo. Lo mismo. Con todos los puntos y las comas. A mí eso de salir por las noches no me entusiasma demasiado, pero creo que ésa es la única noche en que de verdad no me importaría hacerlo. Porque lo necesito. Y mis padres me han dicho que, con la edad que tengo, puedo salir cuando me apetezca. Pero que, en Fin de Año, nada de estar tirada en la calle o de macrofiestas. Eso no me deja demasiado margen de actuación.

Las últimas veintiún Nocheviejas han empezado conmigo y con mi madre (quién, por otras razones, odia el 31 de diciembre aún más que yo, si cabe) de morros desde las cinco de la tarde. A eso de las nueve y pico llegamos a casa de mis abuelos paternos, un pisito macroenano en el que difícilmente caben dos, pues nos metemos seis; y del que siempre sales apestando a comida. La mesa se pone de la misma forma desde veintiún años; nos sentamos en los mismos sitios desde hace veintiún años, y cenamos exactamente lo mismo desde hace veintiún años. El repertorio culinario de mi abuela es reducido, pero tío, de eso a cocinar pescado al horno año tras añ... bueno, el año pasado creo que hizo otra cosa. No salió muy bien, si volvimos a comer pescado al horno este año también. 

Y luego, cuando ya hemos terminado de cenar, llega el séptimo invitado a la cena, que es Manolo Vieira. Este señor no es santo de mi devoción, pero lo que me repatea es que tengamos que guardar silencio sepulcral durante todo el monólogo porque mi abuelo quiere oír todos y cada uno de los chistes del caballero. Que, si por lo menos alguno hiciera gracia, pues bueno, sería algo más llevadero. 

Suenan las campanadas, brindamos, y llega entonces la media hora más larga del año, en la que mi padre se decide a marcharse. Quiero decir, ya hemos partido el año con los abuelos, que es la obligación, ¿a qué cojones estás esperando? Este año decidí hincharme a cava para pasar esa media hora, y también para intentar que lo que me quedaba de noche se me hiciera más ameno.

A eso de la una toca la visita a casa de mi otra abuela, en la que cenan todos mis otros tíos. En cierto modo, estoy segura de que la noche no sería tan amarga si la pasara allí. Pero el panorama cuando llegamos es el mismo: todo el mundo trincado, sonriendo falsamente y haciendo como que todos se llevan genial. Y este año, sinceramente, eso me dolió. Después de todo lo que ha pasado estas Navidades, estar ahí fue peor que meterse desnuda en una habitación hecha de hielo.

Nos quedamos viendo la tele hasta que mi abuela dice: "Señores, lo siento mucho, pero hasta aquí llegué", y se va a dormir. Y una vez ella se marcha, como ya hemos cumplido, nos vamos a casa. Ya han terminado las obligaciones, no tenemos más motivos para seguir fuera.

Eran las 2.40 de la mañana cuando me acosté a dormir. Hay días entre semana que me acuesto más tarde, pero estaba tan cabreada y tan deprimida que no tenía ganas ni de leer, ni de echar una partida a la PlayStation, nada.

Porque lo que me sentó mal no fue la noche en sí. Que también. Fue otra cosa. Este año fue el primero que comí uvas con las campanadas. No me apasionan las uvas, pero este año sentí que debía hacerlo. Dicen que, con cada uva, tienes que pedir un deseo. Yo tenía muy claro qué iba a pedir. Pero, con los nervios de las uvas y de poder pensar clara y rápidamente qué era lo que realmente deseaba para este año, después de pedir que mi abuela mejorara, que en casa de mi novio encuentren trabajo y que él termine los estudios y no se rinda, con la última campanada, sin darme cuenta, sin pensarlo, pedí poder hacer las paces con Andrea.

De verdad, a veces me sorprendo de lo enormemente gilipollas que puedo llegar a ser.

¡Gracias por leer hasta el final! ♥