lunes, 1 de agosto de 2011

El chico perfecto V.

El resto del día transcurrió de forma normal. Aunque más que normal, yo lo habría definido como “predecible”. Salvo por un detalle: no volví a ver a Ryan. Desde que huí de él y de sus amigos en la terraza de la cafetería, no apareció por ninguna parte, ni en clase ni en los pasillos. Había desaparecido de repente. Y, sinceramente, no me importaba lo más mínimo a dónde había ido. Yo ya había recibido mi pequeña decepción particular, y no tenía ganas de recibir una segunda.
Por lo tanto, la ausencia de Ryan durante las dos horas que siguieron al rato del almuerzo tuvo tres consecuencias penosas. La primera fue que, obviamente, me quedé a la merced de la más absoluta soledad del chico nuevo. No es que me sorprendiera, ni mucho menos, pero empezaba a estar un poco harto de la indiferencia de mis compañeros. ¿Acaso sus padres o les habían enseñado los fundamentos básicos de la educación y la cortesía? Con un simple “hola” me habría conformado. Pero ni eso. De hecho, durante una de las clases traté de dar un pequeño paso y pedir a la chica que se sentaba delante de mí una goma de borrar, y la muy borde ni siquiera se giró para dármela: estiró el brazo y la dejó caer sobre mi mano. Estaría concentrada con la clase, pensé. Esperé tontamente a que me la reclamara y así poder dedicarle una sonrisa forzada y darle las gracias, pero probablemente el finísimo tanga blanco, de Calvin Klein, si no me equivoco, que le asomaba por encima de los vaqueros, le obstruía el riego sanguíneo hacia el cerebro y se olvidó, o quiso olvidarse, de que me había prestado la goma. Así tengas de borrar tus apuntes con la lengua, desagradable.
La segunda fue que, dado mi penoso sentido de la orientación y mi principio de miopía, me perdí durante un cambio de clase. Había estado toda la mañana dependiendo de Ryan por los pasillos porque ese día teníamos las mismas asignaturas, pero al desaparecer de repente, fui incapaz de encontrar el aula de Matemáticas. Nadie me había enseñado el instituto y tampoco tenía un plano que poder seguir, así que traté de buscar una cara conocida y confié en que fuera a la misma clase que yo. La única cara que me atreví a seguir fue la de la Barbie pelo paja, Kate, pues era la única persona a la que había visto de cerca después de a Ryan. La perseguí por los pasillos a una distancia prudencial para que no me descubriera.  Pero, oh, fracaso. Se metió en los servicios con su elenco de muñecas perfumadas, y parecían no tener prisa. No podía quedarme esperando junto al aseo a que saliera, o pensaría que era un acosador. Fingí jugar con mi móvil un par de minutos esperando a que regresara, pero un penetrante olor a tabaco procedente del interior del servicio me dio a entender que no tenía intención de ir a clase. Genial, pensé. Me tocaba embarcarme en la aventura de encontrar el aula entre ese inmenso laberinto de paredes grises, puertas idénticas y letreros con letra minúsculas. El decorador del instituto debía de haber ganado la titulación en una feria. Al final di con ella, después de más de diez minutos abriendo puertas al azar y pidiendo disculpas a los profesores por interrumpirles la clase.
La tercera, que para mí fue la peor, es que Ryan no estaba para advertirme que no le dijera a la señora Atkins, la veterana maestra de Matemáticas, que era el chico nuevo. Cuando respondí a su pregunta, me hizo salir a la tarima y me dio delante de todo el mundo dos enormes besos de abuela que me dejaron la marca del pintalabios tatuadas en las mejillas. Aunque sabía que no lo había hecho con mala intención, en mi vida me había sentido tan abochornado. Me sonrojé tanto que podría haber camuflado perfectamente las marcas rojas de su lápiz de labios. Aunque, bueno, si tengo que sacar algo positivo del arrebato amoroso de la señora Atkins, es que al menos mis compañeros se lo pasaron en grande. Lo que no me hizo tanta gracia fue que los dos imbéciles que se sentaron detrás de mí se pasaran toda la clase lanzándome besos. Para hacerme sentir estúpido sí que os percatáis de mi existencia, ¿eh?
Si a todo eso le juntaba que empezaba a sentir un tremendo y punzante dolor de cabeza por la falta de sueño y mi propensión a las jaquecas, deseé con toda mi alma que ese día se acabara de una vez por todas.

Al final terminó. A las cuatro de la tarde sonó la campana y una multitud de estudiantes chillones se abalanzó contra las puertas de la entrada principal. Cada uno de los gritos me taladró un rincón diferente de la cabeza, y cuando llegué al vestíbulo temí por la estabilidad de mi cráneo.
Salí del edificio, y noté cómo se me encendían las mejillas de nuevo. Un familiar BMW negro estaba aparcado junto a la acera, y mi padre estaba apoyado tranquilamente sobre él. Cuando me vio, me saludó con la mano. ¿Por qué había venido a buscarme a la salida del instituto? ¿Qué edad se creía que tenía, siete años? Me acerqué corriendo hacia él y le espeté, molesto:
- ¿Qué estás haciendo aquí?
- Bueno – contestó, rascándose la nuca, visiblemente sorprendido -, pensé que quizás aún no estarías familiarizado con el recorrido desde aquí hasta casa.
No lo había pensado. Había dado en el clavo. Gruñí y me metí en el asiento del copiloto sin mediar palabra. Mientras conducía traté de memorizar los nombres de las calles que íbamos recorriendo para intentar volver solo mañana, pero el dolor de cabeza me impedía concentrarme en nada. Me rendí y me froté el entrecejo con los dedos. Tras unos minutos en silencio, mi padre intentó iniciar una conversación:
- En fin, ¿qué tal tu primer día?
- Bien – mentí en tono seco. No tenía ganas de hablar, y mucho menos de mi desastroso día. Mi padre enarcó las cejas.
- ¿De verdad? No te veo muy convencido.
- En serio.
Mi padre me dedicó una mirada preocupada que hacía años que no le veía. De repente me sentí un poco culpable por haberle hablado de esa forma tan tosca. Traté de suavizar la situación.
- Me duele la cabeza, eso es todo.
- Oh, vaya - respiró aliviado, y eso me hizo sentir algo mejor -. Seguro que es de dormir poco. Cuando lleguemos a casa te daré una aspirina y te echas un sueñecito, ¿vale?

Asentí. Realmente me había leído el pensamiento.
Mientras me servía un vaso de agua con el que tomarme la medicina, mi padre me dijo que estaría trabajando con el ordenador en su despacho, en el piso inferior, y me pidió que le avisara si necesitaba algo. Le di las gracias y subí a mi habitación. En otras circunstancias habría aprovechado la tarde para deshacer mi maleta y organizar un poco el lío de notas y apuntes que había tomado en clase, pero me sentía tan agotado, física y mentalmente, que me limité a lanzar mi mochila contra la pared y desplomarme boca abajo sobre la cama. Empecé a contar lentamente desde cero. Antes de llegar al dieciocho, ya me había quedado dormido.
Me despertó la vibración de mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones. Le dediqué al móvil una bonita retahíla de palabrotas. Debía de llevar unos tres cuartos de hora de sueño profundo y reparador, así que ya podía ser importante como para despertarme. Me llevé el auricular a la oreja sin molestarme en mirar la pantalla parpadeante y contesté con una especie de gruñido animal.
- ¿Diga?
- Hola, TJ.
Esa voz, tan suave y melódica. El corazón me dio un vuelco y me despejé de golpe.
- ¿Andrea?
Se le escapó una risilla coqueta que sonó como unas campanillas. Me encantaba cuando se reía así.
- ¿Estabas durmiendo?
- No, no, sólo estaba medio traspuesto – mentí -. ¿Cómo estás?
- Bueno, más o menos – Andrea sonó apagada y triste de repente, y supuse perfectamente por qué. Antes de que pudiera contestarle, me interrumpió -. Pero lo más importante es cómo te encuentras tú.
- He tenido un día de perros – suspiré -. He dormido fatal y en el instituto no he podido...
- ¿Has ido a clase? – replicó, y su voz sonó una octava más alta - ¡Me prometiste que no lo harías! ¡Dijiste que te quedarías en casa descansando!
- Ya, bueno... – en efecto, se lo había prometido. Intenté excusarme, pero no me salía nada creíble -. Lo siento.
- Debí habérmelo imaginado – Andrea habló muy despacio -. Esto es importante para ti, ¿verdad?
- Sí. Quiero ir a la universidad cueste lo que cueste.
- Lo sé – por cómo respondió, supe que estaba sonriendo. Me habría encantado verla. Maldita sea, la echaba muchísimo de menos -. ¿Qué tal el instituto? ¿La gente es maja?
Le agradecí que cambiara de tema, pero no me gustó tanto que cambiara a ese tema. Seguía sin tener ganas de hablar, pero... qué narices, es mi novia. ¿Quién si no iba a escuchar cómo me quejaba?
- Esos tíos apestan, Annie – contesté secamente; a Andrea le pilló desprevenida y lanzó una exclamación de desconcierto -. No he hablado con nadie hoy.
- Pero eso es normal, TJ – trató de consolarme -. Nadie hace amigos como quien se hace un huevo frito, esas cosas llevan tiempo. Y más tú, que eres tan tímido con la gente que no conoces...
- No me refiero a eso. No he hablado con nadie porque nadie me ha dirigido la palabra.
- Venga ya, estás exagerando – bufó.
- Andrea – traté de explicarme -, ninguno de esos niños pijos ha sentido ni la más mínima curiosidad por mí. ¡Yo, en su lugar, me moriría de ganas de hacerme preguntas!
- Quizás no pretendían agobiarte y querían darte tu espacio.
- No saben ni cómo me llamo.
Me di cuenta de que quiso consolarme y hacerme pensar lo contrario, pero se quedó sin argumentos. Permaneció en silencio unos segundos.
- ¿De verdad que son todos tan desagradables?
- Bueno, todos no. Hay un chico con el que sí estuve hablando un rato – admití.
- ¿Lo ves? – Andrea trató de animarme -. Ya te dije que exagerabas.
- Pero si se tomó la molestia de hacerlo fue porque no tiene nada que ver con los demás.
- ¿A qué te refieres? – preguntó con interés.
- Es diferente. No es un niñato playboy como los otros. La verdad es que es un tipo muy peculiar.
Mientras le describía, me di cuenta de que sí que me importaba dónde había estado Ryan, y de lo mucho que me hubiera gustado que hubiese estado conmigo el resto del día. Me dio mucha pena, porque de verdad Ryan era un tío que valía la pena.
- Parece interesante.
- A ti te habría encantado – bromeé. Ella se rió.
-No digas tonterías. El único hombre en mi vida eres tú.
- ¡Qué mentirosa eres!
De repente, Andrea permaneció en un silencio que se prolongó más de lo que me esperaba. Tuve un mal presentimiento. Ella no era de las que se quedaban calladas si no era por un motivo de peso.
- ¿Annie?
Me contestó sollozando, y en ese momento me dieron ganas de golpearme la cabeza contra la pared.
- Esto me va a costar mucho, TJ – dijo, y yo luché porque no me salieran las lágrimas. Nos habíamos prometido ser fuertes y llevar la separación lo mejor posible, pero no me imaginé que ella iba a estar tan sensible. Yo la echaba de menos, muchísimo, pero confiaba en que podría sobrellevarlo. Ella parecía que no, y me rompí por dentro -. Me siento muy sola.
- Andrea...
En ese momento, llamaron a la puerta. Apoyé el auricular del móvil contra mi pecho y me acerqué a la puerta. Mi padre se asomó y me alcanzó el teléfono inalámbrico.
- Preguntan por ti – dijo muy bajito, esbozando una sonrisa que no entendí.
- ¿Por mí? – me quedé a cuadros. Aparte de que no había oído el teléfono, ¿quién iba a preguntar por mí en la casa de mi padre?
Él se encogió de hombros manteniendo la sonrisa y bajó al piso inferior. Me llevé el teléfono al oído.
- ¿Diga?
- ¿TJ?
Se me paró el corazón de golpe.
- ¿Ryan?

2 comentarios:

  1. ¡Me estoy imaginando los compañeros de Thomas y, la verdad, que asco de compañeros! La segunda consecuencia penosa, que putada. Tener que seguir a la pija más gilipollas para encontrar la clase de matemáticas y encima resulta que la pija pelo paja no iba.
    Y los besos de la profesora Atkins, buahh ni me lo quiero imaginar.
    Me ha gustado, no tanto como el anterior capítulo, pero no ha bajado la devoción por esta novela.

    Besos :3

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  2. Tiempo sin pasarme por aquí.No puedo comentar en tu entrada de arriba T.T Maldito portátil.
    Me ha parecido precioso lo que has escrito. Incluso lo del eructo te lo prometo xD Es que todos tenemos personas que son así que te conocen tanto y tu las conoces tanto que a veces asusta. Me he identificado muchísimo con ese sentimiento porque querer a alguien es quererlo con todas esas cosillas que te sacan de quicio pero que si lo piensas es lo que hacen única a esa persona :3
    En cuanto a la historia...me da ternurita Andrea T.T Todos los presentes sabemos que con Ryan tendrá algo que le tocará mucho más hondo y aunque así es la vida no puedo evitar pensar que (por lo que se ha visto a priori de ella)la pobre lo pasa mal.
    Espero otro capítulo ;)
    Besos^^

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