lunes, 30 de mayo de 2011

Muffins con pepitas de chocolate.

Para mi sorpresa, hacer muffins es ridículamente sencillo. Y si lo digo yo, que soy una negada para los postres que llevan horno, ¡ya pueden salirles a todo el mundo! (risas)

INGREDIENTES (12 unidades):
- 250g de harina
- 2 cucharaditas y media de levadura en polvo
- Media cucharadita de bicarbonato sódico
- Pepitas de chocolate (en cualquier supermercado se pueden encontrar. Las de la marca Vahiné están a buen precio y viene una buena cantidad).
- 1 huevo
- 60g de azúcar
- 60ml de aceite
- 200ml de yogur natural (lo que viene siendo un yogur y medio)

1) Mezclar en un bol la harina con la levadura y el bicarbonato.

2) En un bol aparte, mezclar el huevo batido con el azúcar, el aceite y el yogur.

3) Incorporar poco a poco mezclando bien con una cuchara o con un batidor de varillas la mezcla seca (harina, levadura y bicarbonato) con la mezcla húmeda hasta que quede una masa homogénea. Es importante no mezclar la masa con la batidora eléctrica, ni con el robot de cocina. De lo contrario podría no quedar esponjosa, y lo que se pretende con los muffins es precisamente eso.

4) Agregar las pepitas a la masa y mezclarlo un poco más para que se distribuyan por toda la pasta.

4) Precalentar el horno a 180ºC. Mientras va cogiendo temperatura, podemos preparar los muffins de varias maneras:

- Untar con mantequilla un molde múltiple para muffins, y distribuir la masa en los huecos.

- Colocar moldes de papel en el molde múltiple para muffins y llenar los papelitos con la masa.

- Poner en la bandeja del horno los moldes de papel de dos en dos para que ganen estabilidad, llenarlos con la masa y, directamente al horno.

5) Cocer los muffins en el horno durante 20-25 minutos. Una vez fuera del horno, si se han cocido sin los moldes de papel, dejar enfriar unos 5 minutos antes de desmoldar.

Si han sobrado pepitas después de añadirlas a la masa, se pueden colocar algunas en la parte superior de los muffins justo antes de meterlos en el horno.

Variante: en lugar de pepitas de chocolate, pueden usarse grageas de chocolate, tipo Lacasitos, M&M's o Smarties. En este caso es importante que, a la hora de añadirlos a la masa, no revolverlos demasiado porque destiñen.

Y por primera vez en la historia, ¡conseguí sacarles una foto a los que hice antes de que se los comieran! (risas)
















¡Que aproveche!

domingo, 29 de mayo de 2011

El chico perfecto. Prólogo.

Debido a múltiples opiniones populares a través de distintos medios sobre el one-shot De todo menos delicado, y debido también - y básicamente - a que el Profesor Layton no me está ayudando absolutamente nada en mi proceso de desestrés propio del periodo de exámenes del segundo cuatrimestre, he decidido continuar con un pequeño proyecto que empecé hace un par de años y que, por unas causas y otras, dejé de lado, con el título de El chico perfecto.

Se trata de la historia de TJ, un chico americano de 17 años cuya vida da un vuelco al trasladarse a vivir con su padre a un pueblito alejado de la capital de estado. TJ se enfrenta a duros cambios en su nuevo hogar, desde hacer nuevas amistades y adaptarse al ritmo académico pre-universitario, hasta replantearse, después de más de dos años con una novia estable y formal, su condición sexual. El culpable de este cúmulo de sensaciones confusas es Ryan, un compañero de clase de TJ con una personalidad muy original, a la vez que complicada, que desata en TJ una serie de sentimientos que carecen de toda lógica.

Es un relato sencillo, con mucho sentido del humor, y lo más importante: ¡mucho yaoi! (risas)

La verdad es que enseñé el borrador con las primeras páginas a algunas personas, y se mostraron muy satisfechas por cómo estaba saliendo, así que por eso voy a continuarlo. Es curioso, a todos les encantó el personaje de Ryan desde el principio (más risas). Por eso les animo a que le echen un ojo, aunque sea al prólogo de más abajo y a las primeras partes que vaya subiendo.

Espero que quien tenga tiempo - y ganas - de leerlo lo disfrute. Y espero también que, si recibe seguidores, comprendan que con los exámenes puede que no tenga tiempo suficiente de exprimir mi cerebro tanto y tan seguido como me gustaría, así que les pido paciencia para con mi persona.

Por si a alguien le interesa, ya solucioné el acertijo de los días de trabajo de Sammy del Profesor Layton. Era una auténtica estupidez, y podría haberlo tenido resuelto desde ayer si aprendiera a multiplicar bien las operaciones de dos cifras. Ahora me he atascado con el siguiente, uno de un perro, una niña, su padre, y la madre de Vexen, que es una furcia.

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En el momento en que decidí irme a vivir con mi padre creí que había tomado la mejor decisión de mi vida. Significaba que por fin iba a desaparecer de la vida de mi madre, y ella de la mía. Después de tantos años aguantándonos el uno al otro, cuando mi padre entró de repente aquel día en mi casa de Washington y me propuso irme con él, pensé que todos mis problemas se habían solucionado, y recuerdo que hasta se me saltaron las lágrimas cuando le respondí que sí, que me sacase de aquella maldita casa como fuese.
Sin embargo, en ese momento sólo pensaba en mi madre. En mi madre y todo lo que tenía que ver con ella. No me paré a pensar en todo lo que dejaba atrás con mi marcha. Mis hermanas, mis amigos, mi lugar secreto, el instituto, mi novia... Cuando vi por primera vez el ambiente triste del pueblucho al que me mudaba aquella tarde lluviosa, cuando crucé por primera vez el puente que pasaba el río de aguas oscuras que rodeaba Reed River, me di cuenta de que había perdido parte de mí. Todo lo que me había llevado años formar se había volatilizado, desparecido, como cenizas en una corriente de aire. Veía cómo todas esas cosas se iban con el viento, y yo no podía hacer nada por evitar que se apartasen de mí. Me había librado de mi madre, sí, pero a qué precio. Un ataque momentáneo de egoísmo había echado a perder lo que realmente me importaba.

La lluvia caía estrepitosamente sobre las lunas del viejo BMW negro de mi padre cuando empecé a pensar en todo lo que había dejado en Washington. Cada gota que golpeaba el cristal delantero me hacía pensar en algo que se había quedado allí y que no iba a recuperar. Sentí como mi corazón se iba resquebrajando a cada estallido de la lluvia contra el coche, hasta que no pude aguantar más. No pude evitar abrazarme las rodillas sobre el asiento delantero del coche como si fuese un crío, y se me escaparon las primeras lágrimas. Mi padre me miró, y comprendió enseguida que estaba destrozado. Me dio una palmada en el hombro.

-    No te preocupes, Thomas. Será duro al principio, pero ya verás cómo acabarás acostumbrándote y te gustará vivir aquí. Harás nuevos amigos y empezarás una nueva vida desde cero.

No le respondí. No me hubiesen salido las palabras. Sus palabras no me animaron en absoluto. Es más, me hicieron sentir peor. Me limité a abrazarme las rodillas aún más fuerte porque mis ganas de gritar y llorar aumentaban por segundos. No quería rehacer mi vida: yo ya tenía una, y acababa de perderla para siempre, como quien pierde los ahorros de toda su vida en una timba de póquer. Me arrepentí de haber aceptado su proposición. Ya no quería vivir con él, porque no me quedaba nada. No me quedaba absolutamente nada...

... hasta él me demostró que valía la pena quedarme y aguantar un poco más.

viernes, 27 de mayo de 2011

Fracaso absoluto.

"Vamos a suponer que hoy no curro. Si ayer no tuve el día libre, mañana no tengo que currar. Pero si ayer no trabajé, entonces mañana tengo que currar. Ahora digamos que he trabajado hoy, qué asco. Si no trabajé hace dos días, tendré que trabajar mañana. Pero si trabajé hace dos días, mañana no curro, ¡yeah!"

Supón que el año tiene 365 días y no tengas en cuenta dias festivos ni vacaciones. ¿Cuántos días al año trabaja Sammy?

Y pensar que volver a jugar a El Profesor Layton iba a ayudarme a desconectar después de las largas y agotadoras jornadas de estudio que me esperan durante las próximas semanas, lo único que he conseguido ha sido conseguir distraerme de los estudios para obsesionarme con este maldito puzzle, y con otros más, con el que llevo atascada dos días.

Muchas gracias, Profesor. No me está ayudando en absoluto.


lunes, 23 de mayo de 2011

Es lo que es. No es otra cosa.

Hace algunos años me esforzaba por ser la estudiante perfecta, la hija perfecta, la amiga perfecta y la novia perfecta. En definitiva, quería ser el ser humano perfecto, que lo hiciera todo bien y que contentara a todos con sus acciones. Inconsciente de que eso es biológica y humanamente imposible, de que el hecho de querer ser perfecto te hace ser imperfecto, yo seguía intentándolo hasta el punto de enfermar. Por unas causas u otras, le cogí miedo a comer, e incluso a dormir. Me daba tanto miedo lo que era capaz de hacer mi cerebro con mi cuerpo que acabé teniendo miedo de mí misma. 

Al final, con ayuda profesional y con el apoyo de todas esas personas que me quieren y que se preocupan por mí, fui capaz de superarlo, y ahora vivo con la única meta de ser estudiante, hija, amiga y novia. Tratar de ser perfecto acaba destruyéndote y destruyendo todo aquello que tienes y que te importa. Por eso no merece la pena. He aprendido que hay que vivir la existencia de uno mismo como tal, sin matices. Vivir, existir, y punto.

Pero ahora que he aprendido a hacer las cosas sin pensar en qué podrán pensar o querer realmente los demás con mis acciones, que de forma absolutamente voluntaria me dedico a mis estudios y a la vez ayudo con las tareas de la casa, no cuando me obligan a gritos, sino cuando es necesario; hago recados, cocino para cuatro personas y me preocupo por mantener el que es mi hogar en un ambiente acogedor, agradable y ordenado para que podamos vivir en él ¿cómo tengo que sentirme cuando a una persona vaga y egoísta que lo único que hace en casa es pegarse al portátil hasta que se le cuartean los ojos, dejar un rastro de desorden y suciedad por donde pasa, comerse lo que es de todos, o incluso lo que simplemente no es suyo, y pasarse por el forro de los huevos las normas, se le consiente todo lo que quiere y se le da todo hecho?

Muy a mi pesar, es lo que es. Pueden llamarlo como quieras, pero no deja de ser lo que es. Tengo 19 años, y mi hermana tiene 15. Y lo que tengo es un ataque de celos. Porque es completamente injusto que a alguien como ella, que en quien único ha pensado antes de en ella misma es en su ombligo, se la trate como si fuera la reina de la casa, independientemente de lo que yo haga o deje de hacer.

Supongo que el que no se te den las gracias por hacer las cosas más fáciles es el precio que tenemos que pagar los que somos primogénitos. O simplemente los que somos buenas personas.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El laboratorio de Komui: "sala de charla" 2.

Buenas noches de nuevo (reverencia). Bienvenidos una vez más al laboratorio de Komui, nuevamente sin Komui. Las preguntas que han ido llegando a la Orden para esta segunda sala de charla son las siguientes:

- ¿Cuántas veces te has disfrazado de soldado del Team Rocket?

- Qué cabrones... pues tres: una para el MAC-Weekend, otra para el Festival del Manga de noviembre pasado (esa vez fui con An), y la última me vestí y me paseé por la calle para ver cómo me miraba la gente. Fue muy divertido, muajijasjuas.

- ¿Piensas algún día hacerle un brownie a Bei?

- Senpai... primeramente debería aprender a hacer brownies, porque de los dos intentos que he hecho, ninguno me ha salido brownie, sino... chuchurrownies (risas). ¡Prometo llevarte un trocito cuando me salga!

- ¿Has seguido leyendo La Espada del Inmortal?

- Buen manga, sí señor. Pues no, porque el inútil de Mr. Pelos no se ha comprado más tomos más allá del 21, y era él quien me los prestaba.

- Pero si quien le regala los tomos de La Espada eres tú.

- ... es verdad (risita a lo Peter Griffin).

- ¿Qué prefieres, un polvo rápido con Black N' Decker, o uno con Pablito?

- Depende. Para los polvos rápidos con amor, Pablito. Para sexo hardcore, obviamente los 30 centímetros de Black N' Decker (grrr). Y sí, Pablito es el nombre del pene de mi novio.

- Sigue la frase: el señor Nigel-Murray...

- Mola, loco. El señor Nigel-Murray mola un cojón y medio. ¡Es tan adorable!
Para quien no sepa quién es el señor Nigel-Murray, es ese personaje tan cuqui de Bones:


















- ¿Adam Gontier o David Quesada?

- ¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Elegir entre un cantante famoso que no sabe ni que existo o entre mi novio que tanto me adora y que se desnuda cada vez que yo se lo pido? OBVIAMENTE, EL SEÑOR GONTIER.

- ¿Qué tipo de ropa interior usas?

- ¡Braguitas con dibujitos de animalitos! ¡Qué estupendito! - Dios, qué asco me acabo de dar a mí misma -

- ¿Sora o Lavi?

- ... pues... pues nunca me había parado a pensarlo... la verdad... la verdad es que... bueno, esto... eeeh... eeeeeeeeeh... (bloqueo cerebral)

- Ya el perro en sí es cursi... ¿por qué encima un nombre cursi?

- ¡Mi perro pomeranian imaginario no es cursi! ¡Y Bizcochito es un nombre súper cuqui!

- Aparte de cursi, copiado de Ally McBeal.

- ¡Que no! ¡Yo nunca vi Ally McBeal! ¡Es pura coincidencia! ¡Juro que no lo hice con esa intención!

- ¿Por qué esa manía de cambiarle el nombre a las cosas?

- Porque "virutas de caramelo" es muy aburrido. Frifringui mola mucho más. Si encima, en vez de frifringui, las llamas frifrifrufri como Carlota, ¡mola mucho más!

Y hasta aquí la sala de charla de hoy. Espero que haya sido de su agrado. Desde la Orden les deseamos que pasen todos una buena noche, y que si van a mantener relaciones sexuales en los próximos minutos, utilicen preservativo. Una caja de 4 euros cuesta menos que los 900 que cuesta cuidar y alimentar a un bebé (reverencia). 

lunes, 16 de mayo de 2011

Dos años, y sumando.

ADVERTENCIA: esta entrada es muy larga y ñoña. Si usted no quiere acabar en modo puke rainbows, desde la Orden Oscura le recomendamos que no la lea y que malgaste su tiempo en cosas útiles. Le sugerimos que, por ejemplo, vea porno. Gracias por su atención.

Hace hoy dos años, y más o menos a esta misma hora, durante el segundo día del III Salón del Manga de Gran Canaria - qué curioso, justo ayer terminó el IV Salón. Francamente, no cumplió mis expectativas, pero menos da una piedra -, mi amiga Annie me dijo: "Espérame aquí, que voy a ir a *insertar lo que Dios sabe qué carajo estaría haciendo*. ¡Vuelvo enseguida!".

No volvió.

Allí estaba yo, cosplayada de moguri, esperando en medio del recinto como una imbécil a que la muy zorra apareciese - en realidad yo sabía que no iba a aparecer - durante más de media hora. Y quiso el destino que en ese momento los planetas se alinearan para que apareciese delante de mí, caminando hacia la salida, una túnica de la Organización XIII con un parche en el ojo derecho. David, el del culito prieto - y tanto que le apretaba el culo esa túnica. ¡Madre mía del amor hermoso" -.

No sé si fue porque David me interesaba desde hacía un tiempo, o porque el día anterior había hecho una promesa con una amiga en la que nos había propuesto pillar cacho en ese Salón. No lo sé exactamente, pero la cuestión es que le grité:

- ¡Daviiiiiid! ¡Adóptame, que me abandonaron!

Y me adoptó. Me dijo que se quedaría haciéndome compañía hasta que volviera Annie. Sinceramente, GRACIAS POR NO HABER VUELTO NUNCA.

La verdad es que David me gustaba desde antes. Lo conocí cuando hacíamos las quedadas de la playa - que, a día de hoy, no se hacen por razones que se escapan a mi conocimiento. Y es una pena, porque lo pasábamos teta -. Desde el principio me pareció un tío muy majo y que, aunque físicamente no era mi tipo, no estaba mal. Y ya por aquel entonces descubrí que cuenta unos chistes malísimos. Pero en ese momento yo estaba completa y perdidamente colgada de un tío que no me hacía ni puñetero caso. Qué pérdida de tiempo.

Meses después, el día de mi cumpleaños, coincidimos. Yo había ido con unas amigas a comernos una pizza, y cuando volvimos al parque, él estaba allí con unos amigos. Como no teníamos nada más interesante que hacer, nos acoplamos y pasamos la tarde juntos. Allí me di cuenta de varias cosas: de que tenía unas pestañas larguísimas y preciosas; de que tenía un culo tremendo, y de que su repertorio de chistes malos seguía siendo pésimo. Pero también me di cuenta de algo más: de que sentía mucha, muchísima curiosidad por conocerle a fondo. Tenía la pinta de ser el típico tío que, de lo bueno que es, es tonto. No me equivocaba.

Después de eso nos encontramos por la calle algunas veces, y la última fue cuando me tenía sentada sobre sus rodillas en el Salón. Cuando quise darme cuenta, mientras hablábamos de banalidades, había empezado a acariciarme los gemelos con las yemas de los dedos - llevaba unos leggins cortos -. Me sorprendió lo suaves que tenía las manos, y más aún, lo delicado que era a pesar de ser un tío grandote. Era muy agradable.

Y cuando volví a darme cuenta, nuestros rostros estaban muy cerca. Yo me moría de ganas de besarlo. En ese momento, una parte de mi cerebro me dijo: "Ni se te ocurra. No lo hagas ahora porque es demasiado pronto. Pensará que estás desesperada". La otra dijo: "Al carajo. Cómele la boca".

Ganó la segunda parte. Él me miró con cara de sorpresa, y entonces pensé: "... mierda. Creo que no debí haberlo hecho". Y él, para asombro mío, empezó a reírse y me dijo: "¡Tranquila, que tenemos todo el día!".

Y nos pasamos el resto del Salón achuchados y dándonos mimos por los rincones. La gente nos miraba, supongo que porque nunca se habrían imaginado que nos liaríamos - yo, por lo visto, tenía fama de difícil -. Y esa fue la primera vez en mi vida que me resbaló absolutamente todo.

El domingo por la tarde, antes de que me fuera, me pidió mi móvil y me dijo que me llamaría. Durante los dos siguientes días me sentí como en una peli americana: mirando inútilmente el móvil a todas horas esperando como una perra en celo a que me llamara. Pero al final me llamó, y me propuso quedar el miércoles. Yo tenía el último examen de 2º de Bachillerato ese día, y cuando terminé, fuimos a pasear al parque.

A partir de esa tarde, y durante las siguientes en que nos vimos, yo iba enamorándome irremediablemente cada vez más. Al principio tuve miedo de decírselo, porque en un principio habíamos quedado en que lo nuestro no fuese nada serio, pero no podía evitarlo. Era un tío súper atento, dulce y cariñoso, de esos que parece que han salido de un episodio de los Teletubbies.

Saqué fuerzas de donde no las había y finalmente le confesé mis sentimientos. En un primer momento, él no supo qué contestarme, y entonces yo pensé: "... calladita estabas más guapa". Sin embargo, al final David me dijo que yo le gustaba un montón y que quería intentar algo serio conmigo.

Fíjate si salió bien el experimento que de eso hace ya dos años. Dos años en los que el pobrecito ha tenido que tragarse mis obsesiones, mis miedos, mis idas de olla, mis arrebatos y mis bajonas. Y a pesar de todo, sigue ahí. Bien es cierto que yo también he tenido que tragarme los suyos, y a la pregunta de quién de los dos ha tenido que tener más paciencia que el otro, la cosa está bastante igualada.

Pero, a pesar de las cosas malas que hayamos podido pasar juntos, son muchísimas más las cosas buenas que me ha regalado el estar con él. Él es mi primer novio - qué tristeza, yo en ese momento tenía 17 años -, y con él he descubierto lo que es sentirse querida de una manera especial, sentirse necesitada y sentirse protegida. Con él he hecho muchísimas cosas que hasta ese momento no había podido hacer con nadie.

Además, he tenido la suerte de que compartimos casi todas nuestras aficiones, y estar con él es una de las cosas más divertidas que ahora mismo podría hacer, aunque simplemente no hagamos nada.

Han pasado dos años, y desde lo más profundo de mis entrañas espero poder seguir queriéndole durante muchos años más - siempre y cuando no me abandone por una pelirroja de ojos verdes con pecas y tetas enormes a la que le gusten los juegos de tiros.

TE QUIERO, MR. PELOS.


lunes, 9 de mayo de 2011

Dos minutos, diecinueve segundos.

Todo estaba oscuro y no se oía un alma, salvo la respiración entrecortada y jadeante de Rebeca, que corría con todas sus fuerzas entre la negrura. No estaba yendo a ninguna parte. Avanzaba, dejaba metros y metros tras de sí, pero lo único que alcanzaban a ver sus grandes ojos verdes era un enorme espacio negro en la más profunda mudez. Tenía el corazón desbocado, la boca seca y los pulmones doloridos, pero tenía claro que, pasase lo que pasase, no podía dejar de correr.

Entonces, un grito desgarrador rompió el silencio de la inmensa oscuridad. Una voz femenina, muy familiar, la llamaba a gritos pidiendo ayuda. Rebeca sintió cómo el corazón se le paraba de golpe mientras una gota de sudor frío le recorría la nuca de arriba a abajo. Inspiró profundamente y trató de aumentar la velocidad a pesar de que tenía los tobillos hinchados y se dirigió ese lugar desde el que la mujer le pedía auxilio entre sollozos y gritos.

Y allí la encontró. Las tinieblas se disiparon y vio como, ante ella, se alzaba la misma vista de la ciudad que había desde el balcón del salón de casa. Las ventanas de los pequeños edificios centelleaban y el rumor del tráfico y la actividad nocturna llenaban el ambiente en donde antes sólo había silencio. Era la misma vista, la misma estampa que aquella noche en que encontró a su madre agarrada a la barandilla del balcón.

No era simplemente la misma vista. Era la misma escena. A sus pies se alzaba una balaustrada metálica, y colgando de ella, su madre, Elizabeth Stewart, con el rostro y los hombros cubiertos de sangre, aún vestida con un finísimo camisón blanco. Pendía entre el cielo y el asfalto de la carretera, luchando por incorporarse y trepar hasta el balcón.

- ¡Rebeca, ayúdame! – suplicó Elizabeth.

Rebeca agarró a su madre por las muñecas y tiró de ella hacia arriba. Estaba agotada por la carrera entre las tinieblas. Apenas podía respirar y se le iban las fuerzas con cada resoplido. Sus articulaciones temblaban. Todo estaba muy borroso. Sus esfuerzos no iban a ser suficientes para subir a la mujer hasta el saliente. Rebeca rompió a llorar al darse cuenta de que era inútil.

- ¡Hija, no llores! ¡Puedes hacerlo! – le animó su madre.

- ¡Mamá, no puedo!

- ¡Sí que puedes! ¡Revy, ayúdame, por favor! – Elizabeth Stewart rompió a llorar también, presa del pánico.

Rebeca tiró y tiró de su madre hasta que empezaron a crujir brazos y espalda, pero era imposible que ella pudiera incorporarla hasta el balcón. Sabía que su madre, tarde o temprano, caería al vacío, porque sus manos sudorosas no eran capaces de levantarla y empezaban a escurrirse entre las muñecas de su madre. Rebeca se deshizo en lágrimas.

- ¡Mamá!

- ¡Revy, aguanta! ¡No me sueltes, Revy! – la mujer clavó con fuerza las uñas.

Rebeca aulló, y el espamo hizo que soltara las manos de su madre. Elizabeth Stewart chilló cuando notó la falta de presión sobre sus manos y sintió el viento colarse entre los mechones de su larga melena pelirroja. Rebeca, a pesar de los arañazos, se inclinó sobre la barandilla y deslizó  los brazos entre los barrotes para intentar agarrarla…


Entonces apareció, sentado de cuclillas sobre la verja del balcón, a su lado, manteniendo un equilibrio perfecto. El rostro del miedo: pelo alborotado, ojos rojos, dientes blancos y tez pálida. La persona con la que Rebeca soñaba cada noche desde hacía doce años. El hombre del frac.

El caballero del traje azul sostenía a la madre de Rebeca por una de las muñecas sin ninguna dificultad. Mantenía la mirada clavada en la muchacha, demasiado exhausta para razonar. Aterrorizada, Rebeca le suplicó:

- ¡Por favor! ¡Ayuda a mi madre!

La madre de Rebeca pataleó en el aire y chilló con todas sus fuerzas.

- ¡Rebeca! ¡Aléjate de ese hombre!

El extraño ladeó la cabeza lentamente y sonrió, mostrando sus perfectos y brillantes dientes que brillaron como perlas a las luces de los edificios. Fue entonces cuando el cerebro de la confundida Rebeca empezó a funcionar. Colmillos.

- ¡Eres un vampiro! ¡Por favor, ayúdala! ¡Se va a caer!

Elizabeth Stewart gritó de nuevo.

- ¡Revy, no!

El vampiro del frac azul alzó la mano que sujetaba a la mujer sin el menor esfuerzo hasta que ambos rostros quedaron a la misma altura y susurró:

- ¿Quieres que la ayude, niña?

- ¡Maldita sea, sí, joder! ¡Ayúdala! ¡Por favor! – Rebeca se puso echa una fiera. No era momento de vacilar.

- ¡Rebeca! – su madre lanzó un chillido desde lo más hondo de los pulmones, pero el vampiro no pareció inmutarse - ¡Éste hombre es el que intentó tirarme por el balcón! ¡Viene a por nosotros!

Rebeca dejó de respirar por un instante y sus pupilas se dilataron.

- Pero eso… eso es imposible… los vampiros no pueden…

El vampiro sonrió de nuevo y apretó los dedos contra la muñeca de Elizabeth.

- Ya. Pero yo no soy un tío legal – musitó.

Los dedos del hombre del frac se despegaron uno a uno hasta que soltaron por completo la mano de Elizabeth Stewart y la dejaron caer al vacío. Rebeca gritó alzando los brazos tratando inútilmente de sujetar a su madre.


Sudando y con el corazón a punto de sufrir un paro cardíaco, Rebeca se incorporó sobre la cama a la vez que repetía el gritaba. Respirando entrecortadamente por la boca, miró a ambos lados de la cama y comprobó que seguía entre las paredes su habitación. Secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, bufó sonoramente y se dejó caer sobre la almohada. Giró perezosamente la cabeza y clavó la mirada en uno de los posters que colgaban de la pared oeste.

- No me mires así, Chad – se quejó ante la abierta sonrisa del cantante del poster de Nickelback.

Había vuelto a soñar con lo mismo una noche más, y con ésta era la octava noche seguida que tenía ese sueño. Rebeca llevaba teniendo pesadillas con el vampiro del frac casi todas las noches desde que tenía cinco años, pero aquélla era la primera vez que tenía el mismo sueño durante una semana. No sólo cuando se iba a la cama. Incluso cuando se quedaba dormida en el sofá después de comer o se le cerraban los ojos en la clase de Literatura del señor Jameson soñaba con ese hombre y su madre pendiendo del balcón.

Porque el sueño era exactamente el mismo una noche tras otra. La habitación negra, el grito de su madre, el balcón y el vampiro, siempre en el mismo orden y en las mismas circunstancias. Nada cambiaba. Dos minutos y diecinueve segundos. De las veinticuatro horas que tiene el día, esos dos minutos y diecinueve segundos eran minutos de pánico.

Porque, a pesar de llevar soñado lo mismo durante una semana, a Rebeca se le seguían poniendo los pelos de punta. Era imposible acostumbrarse a los ojos de aquel demente o a los gritos de su pobre madre, a la que veía morir todas las noches.

jueves, 5 de mayo de 2011

De todo menos delicado.

Me di cuenta de que, a medida en que avanzaba nuestra conversación, Ryan se me había ido acercando cada vez más. Tanto, que pude sentir cómo su respiración me azotaba la piel del cuello.

Su aliento era cálido y, por motivos que no sabría explicar, parecía dulce. Me gustaba la sensación que me dejaba sobre la garganta, y eso me puso nervioso. Se trataba de mi mejor amigo, al cual intentaba desde hacía días no relacionar con mi líbido. Mi mejor amigo estaba haciendo que se me acelerase el corazón cada vez más, hasta que empecé a tener dificultad para respirar y hablar con normalidad.

Lo que más me jodió fue que se me notaba que estaba a punto de saltarle al cuello como una perra en celo.

- Pero... Ryan... - intenté balbucear, pero sólo conseguí soltar un jadeo cuando pronuncié su nombre.

La boca de Ryan se torció en esa sonrisa burlona que de repente me pareció demasiado provocativa.

- Te dije que no te haría ninguna gracia hablar del tema.

- No es normal que dos hombres se besen, Ryan...

Las palabras que salieron de mis labios sin permiso parecieron divertirle. Se rió, nunca supe si con sarcasmo o simplemente le hizo gracia, pero me estremecí al oír su risilla. Era la primera vez que me parecía tan irresistible, y eso estaba empezando a asustarme.

Entonces, cuando me percaté de que Ryan se reseguía la línea del labio superior con la punta de la lengua, fue cuando verdaderamente empecé a tener miedo.

- Puede que sí – se acercó aún más a mí, casi lo tenía encima. Me cogió las mejillas con las manos y me miró directamente a los ojos. Fui incapaz de devolverle la mirada a esos preciosos ojos azules. Se me iba la mente a su boca, a esos labios fatales que me pedían un beso a gritos -. ¿Pero desde cuándo tú y yo hemos sido normales?

No sé en qué narices estaría pensando Ryan en el momento en que formuló la pregunta mágica que, de algún modo, estaba deseando oír. Yo tenía claro qué se me pasaba por la cabeza en ese instante: quería besarlo. Quería besar a Ryan de una manera en que nunca había besado ni a una chica ni a nadie. Tenía demasiadas ganas de sentir su lengua dentro de mi boca.

Y él pareció entenderme, porque fue exactamente lo que hizo. Me besó de una forma que sería incapaz de describir con palabras. Sus labios tenían el más dulce y excitante sabor que había probado nunca, completamente distinto a cualquier pintalabios que habría llevado alguna chica a las que yo había besado antes. Me sorprendió notar lo fríos que estaban, a pesar de lo agradables que eran. Posiblemente era por el tacto del metal del aro que le perforaba el labio, pero precisamente el choque del piercing de Ryan contra mi boca era una de las cosas que más me gustaban.

Se separó de mí y, sin retirar sus manos de mi cara, me susurró con una sonrisa maliciosa:

- Éste es el momento en que o me paras o no soy responsable de lo que haga a partir de ahora.

Ni siquiera me paré a pensar en qué demonios tendría que haberle respondido. Quería que fuese lo más irresponsable que se le ocurriese. Deseaba a Ryan.

Por eso me abalancé sobre él hasta dejarlo boca arriba sobre la cama conmigo encima. Sabía de sobra que Ryan estaba alucinando, pero yo no podía aguantarlo más. Necesitaba de una vez por todas saciar la angustia que tenía acumulada en mi interior.

Efectivamente, Ryan estaba flipando en colorines. Sus maravillosos y cristalinos ojos azules casi parecían que habían aumentado de tamaño. Sin embargo, a pesar de su sorpresa ante mi arrebato sexual, no paró de sonreír como si estuviese a punto de hacer alguna travesura.

- No me lo puedo creer, Thomas Jameson – se burló con maldad mientras fruncía falsamente el ceño. Noté que su mano derecha se deslizaba bajo mi camiseta y me acarició el pecho con las yemas de los dedos -. Me parece increíble que finalmente haya conseguido excitarte. Tú, el tío más heterosexual de los Estados Unidos.

El pulso se me aceleró y me di cuenta de que había empezado a resoplar. Fui capaz de rechistarle entre jadeos vergonzosos:

- No me lo pongas más difícil, ¿quieres?

La sonrisa de Ryan se desvaneció de golpe y me miró muy serio.

- ¿Te sientes incómodo?

- Sí – tuve que cerrar los ojos para evitar mirarle a la cara.

Ryan sacó la mano de debajo de mi ropa, y de repente me entró un escalofrío.

- Te dije que me parases si no querías que siguiese. Me he dejado llevar. Siento haberte puesto nervioso.

Nervioso no era la mejor palabra para calificarme en ese momento. Cogí la mano de Ryan por la muñeca y la llevé de nuevo hasta donde estaba hacía unos segundos, bajo mi camiseta. Ryan me miró escandalizado.

- Estoy incómodo porque en este momento estoy muy cachondo y como no me eches un polvo ahora mismo voy a acabar explotando.

Me sorprendió la barbaridad que me acababa de salir sola. Jamás había dicho nada semejante, ni siquiera a una chica. Pero, a pesar de eso, me sentí aliviado. Había estado evitando decirle eso a Ryan durante días, y por fin lo había soltado. Y qué a gusto que había quedado.

Ryan estaba de acuerdo conmigo y soltó una risilla que me puso los pelos de punta.

- ¿Estás seguro de que quieres acostarte conmigo? Te advierto – deslizó las manos hasta el cierre de mis vaqueros y me los desabrochó – que no soy nada delicado.

Francamente, quería que fuese de todo menos delicado.

lunes, 2 de mayo de 2011

2.051 kilómetros.

Yo tengo una amiga a la que aún le cuestan las sumas de números de dos cifras. De hecho, cuando jugamos a las cartas, necesita una calculadora. Científica.

Y gracias a esa nula e inexistente capacidad para las Matemáticas, el destino, la Divina Providencia, Chuck Norris, o lo que sea que haya allá arriba me dio la oportunidad, y la suerte, de poder tenerla en mi vida.



Gracias, deviantART. Nunca podré estarte lo suficientemente agradecida.

Recuerdo perfectamente el día que quedamos por primera vez. Estaba acojonada.

Porque cuando empezaron nuestras primeras conversaciones por Messenger, yo estaba pasando por un momento amargo: empezaba a temerme que iba a perder a la que en esa época era una de mis mejores amigas.

El año pasado me había pasado lo mismo: la que fue mi mejor amiga durante la Secundaria me reemplazó por un tío al que conocía de dos días. Y me estaba volviendo a pasar lo mismo. Paso por paso. Síntoma por síntoma. Me estaban dejando de lado de nuevo. Entonces pensaba: "¿Es culpa mía? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿No soy lo suficientemente buena amiga? ¿Por qué se cansan de mí? ¿Qué tienen ellos que no tengo yo? ¿Por qué los prefieren a ellos?".

Sinceramente, me estaba hundiendo pensando que quizás yo no servía para tener amigos.

Y entonces quedamos. Charlamos. Cotilleamos. Pedimos sushi para llevar y nos lo comimos en su casa. Era la primera vez que comía sushi, y tengo que admitir que no me gustó nada. Lo odié. Qué ingenua yo, que ahora quisiera poder comerlo a todas horas.

Cuando volví a casa no podía dejar de pensar en si le había causado una buena impresión. Estaba preocupada. "¿Le habré caído bien? ¿Seguirá hablándome después de esto? ¿Querrá que volvamos a vernos?".

Tuve suerte, y así fue. Cada vez hablábamos más, nos veíamos con más frecuencia, nos contábamos cosas cada vez más importantes, nos reíamos más fuerte. Y yo cada vez sentía que la quería más. Necesitaba una amiga como ella, que me necesitara a mí también, que confiara en mí y que contara conmigo. Vaya si la encontré.

Y entonces un día me dije: "No va a ser culpa mía después de todo".

Pasados un par de meses, pasó lo que me temía: aquella amiga que se estaba alejando acabó yéndose. Me reemplazó por un tío que en menos de medio año la iba a dejar tirada como a un perro. Lo pasé de culo. Se me volvía a ir una amiga a pesar de que luché por ella.

Y tuve miedo. Si perdía una tercera, yo estaba segura de que me daba un algo que me iba a dejar loca del todo.

Pero ella no se fue. A pesar de que le dije que mis dos mejores amigas me habían dejado de lado sin saber exactamente el porqué, ella se quedó conmigo. Confió en mí y me prometió que nunca iba a reemplazarme sin motivos, y menos por un tío. No pude hacer nada más que prometerme a mí misma que iba a hacer que ella se sintiera orgullosa de mí.

Desde entonces hemos vivido muchas cosas juntas: mucho ramen, muchos helados, muchas carcajadas, muchos libros, muchos dias de compras, mucho cine, muchas tardes muertas. Demasiadas cosas. Momentos buenos, momentos amargos y momentos un poco más amargos (que, con orgullo puedo decir, que no son muchos).

Han pasado tres años desde que comí sushi en su habitación. Y dentro de cuatro meses ella se me va a estudiar fuera. A Madrid.

Intento convencerme a mí misma de que no es para tanto.

"Madrid no está tan lejos". ¿2.051 kilómetros no es lejos?
"Nos veremos en vacaciones". ¿Realmente voy a tener que esperar a vacaciones?

"Hablaremos por teléfono, por Messenger, o por Skype". ¿Y los abrazos estranguladores de cobra cómo se los doy?

Las cosas claras: no se puede imaginar lo mucho que voy a echarla de menos. Es que no se lo imagina.
Estoy segura de que ella siente lo mismo, y eso supongo que me dará ánimos para no sentirme tan triste. Porque seguro que, cuando regrese, va a alegrase tanto como yo de verla aparecer por la puerta de la terminal de llegadas. Tendremos un bonito momento Kodak a cámara lenta y una banda sonora cursi (risas).

Pero pase lo que pase, durante el tiempo que estemos separadas, voy a seguir haciendo que se sienta orgullosa de mí.

TE QUIERO MUCHÍSIMO, ANNIE.



¡Gracias por leer hasta el final! ♥