miércoles, 29 de junio de 2011

El chico perfecto III.

Después de suspirar profundamente una vez más, el profesor se acercó a la pizarra y comenzó a escribir los datos de un problema que no supe identificar. No había copiado más de tres números cuando se giró hacia la clase y echó una ojeada rápida buscando a alguien hasta clavar sus ojos en mí. Tragué saliva, o al menos eso intenté, porque tenía la garganta cerrada.

- ¿Jameson?

Todo el mundo se giró para mirarme, y de repente me sentí tan observado que podría haber reventado en pedacitos. Para mi sorpresa, oí que uno de los dos chicos que se sentaban justo detrás de mí le preguntó al otro que quién era yo, que si me había equivocado de clase. Increíble. No se había enterado de que era nuevo. La gente pasa de todo. Asentí, porque si abría la boca, no sé qué podría haber salido de ahí.

- Me gustaría también que se quedara al final de la clase, porque quiero hablar con usted – espetó, y sin esperar a que le contestara, se dio media vuelta y siguió con sus números.

Sentí cómo el aire que había a mi alrededor se volvía pesado y me aplastaba contra el suelo. Madre mía, ¿qué demonios había hecho para que el profesor me regañara, si es que no había hecho nada? De hecho, aunque hubiera querido, no habría podido hacerlo. No tenía ni la más remota idea de sobre qué quería hablarme. Lo único que se me ocurrió es que me relacionara con lo que Ryan le había dicho a esa chica, al igual que los demás. Qué maravilla, pensé.

El señor Callaghan empezó la clase sin inmutarse, y juro que hice todo lo posible para prestar atención, pero pasados diez minutos, mi mente no hacía más que darle vueltas al mismo asunto. No es que no entendiera la teoría de la longitud de onda de De Broglie, sino que esos momentos no podía pensar en otra cosa que en Ryan. ¿Qué hago con Ryan? ¿Sigo el consejo de Kate y me alejo de él, o me arriesgo a ser odiado por todos y le doy una oportunidad? Claro que, si opto por la primera opción, puede que acabe solo. Puede no, estoy seguro, teniendo en cuenta que más de uno en esta clase no sabía hasta ahora, y creo que aún no sabe, de mi existencia, y probablemente no muestren ni el más mínimo interés en conocerla. Por su parte, Ryan fue el único que se dignó a intercambiar un par de palabras conmigo, y sí, parece que todo el mundo le tiene manía y que es un poco repelente, pero quizás sea sólo un mal día, y en el fondo es buena gente…

Para, para, para, TJ. Para un momento. Quizás le estoy dando demasiada importancia a eso de hacer amigos. Tanta, que estoy yendo demasiado deprisa, y las relaciones no se forjan en un día, y menos en cuarenta minutos. No puedo pretender hacer amigos sin conocer a la otra persona, y menos si la otra persona no me conoce a mí tampoco. Creo que lo más sensato es dejar este tema a un lado de momento y centrarme en mis estudios. El próximo año entro en la universidad, y debo dedicarme en cuerpo y alma a todas las asignaturas, y más teniendo en cuenta que me incorporo a mitad de semestre. Veamos, ¿qué está diciendo el profesor sobre la constante de Pranck…?

A quién quiero engañar, sí que me importa. Soy un adolescente inmaduro y estúpido al que le importan las apariencias y que necesita relacionarse. Me importa mi futuro, sí, pero en mi escala de prioridades, tener a mi alrededor gente de mi edad con la que pueda compartir gustos, pensamientos e inquietudes es más importante. Es más, si quiero llegar a la universidad, tal y como están las cosas, voy a necesitar ayuda, porque estudiando por mi cuenta no va a ser suficiente.

Maldita sea, ¿qué voy a hacer?

Mi cerebro estaba empezando a saturarse, así que decidí dejarlo por el momento. Estiré los brazos sobre la mesa, cogí aire y lo solté. De repente, volví a tener esa sensación de que me observaban. Creo que suspiré demasiado fuerte. Efectivamente, todo el mundo me miraba con el ceño fruncido, incluido el profesor. Qué vergüenza. La sangre se me subió a las mejillas y empecé a sofocarme.

- ¿Tiene alguna dificultad con el movimiento lineal de la partícula, señor Jameson?

Hitler, por favor, no me hagas esto.

- No, señor – mentí, desviando la mirada. Sentía cómo sus ojos me penetraban como cuchillos.

- Entonces supongo que no tendrá ningún problema en salir a la pizarra y plantear el problema, ¿verdad? – dijo, y me ofreció la tiza.

Tierra, trágame. Si tuviera que elegir un momento para morir, éste sería ideal. ¿De verdad quiere que salga ahí, delante de todo el mundo? Además, no tengo ni la más remota idea de qué tengo que hacer. Si hubiese atendido algo, podría haberme quedado con las ideas más importantes, pero es que no había retenido ni eso. Recuerdo que cuando estaba en el instituto de Washington estudié la longitud de onda, pero estoy tan bloqueado que soy incapaz de recordar cómo se resuelven estos problemas.

Te odio, Callaghan. Te odio tanto en este momento.

Me levanté y cogí la tiza, rezando para que el maestro no notara que me sudaban las manos. Me acerqué a la pizarra y leí atentamente los datos varias veces. Definitivamente, no tenía ni idea de cómo resolver el ejercicio, y yo cada vez estaba más nervioso, porque a medida que pasaban los segundos, la gente empezaba a impacientarse y a murmurar cosas como “¿A qué está esperando?” o “No tiene ni flores”, entre algún “¿Ése es el nuevo?” que oí al fondo de la clase. Yo en mi vida había padecido pánico escénico, pero en aquel momento me entraron unas enormes ganas de vomitar.

La voz del profesor impidió que la primera náusea se convirtiera en una arcada.

- Silencio – se dirigió primero a la clase y luego a mí. Su rostro se relajó y me habló en un tono, aunque menos tenso, igual de serio, que me hizo sentir algo mejor -. Jameson, ¿por qué no empieza por sustituir las variables en la fórmula?

Le miré perplejo, y al ver que no tenía intención de decirme nada más, me armé de valor y paciencia y me dirigí a la pizarra. Observé nuevamente los datos y traté de seguir las instrucciones del señor Callaghan siguiendo más o menos un razonamiento dentro de la lógica básica del ser humano, no de la Física. Cuando completé la fórmula, intenté resolver los cálculos, pero no sabía por dónde empezar. Como el murmullo no cesaba, me rendí. Dejé la tiza en el cajón, me disculpé y le confesé al profesor que no sabía cómo continuar.

- No importa, señor Jameson, puede sentarse. Ya ha hecho más de lo que cualquiera en esta aula ha hecho durante todo el curso.

Regresé a mi asiento, ignorando las réplicas de mis compañeros al comentario del profesor. Me dejé caer sobre la silla y me tapé la cara con las manos. A pesar de que había tratado de halagarme, el cumplido del señor Callaghan no me animó en absoluto. Puede que fuera cierto y que esa clase no destacara por tener genios entre sus paredes, pero me ridículo y torpe. Ahora todos pensarán que soy estúpido, me dije a mí mismo.

Aunque si algo he de agradecerle al maestro, en el fondo, es que no hiciera distinción conmigo por ser el chico nuevo, y que me sacara a la pizarra y me hiciera pasar el mal trago como a cualquier otro. De esta forma, supuse, ni mis compañeros ni yo esperaríamos un trato de favor en lo que a mí respecta. Entonces no supe si alegrarme o echarme a llorar.

Mientras me lamentaba, vi por el rabillo del ojo que Ryan me estaba mirando. Antes de que pudiera decirle nada, se metió la mano en el bolsillo y me ofreció un caramelo, alegando que estaba un poco pálido y que quizás necesitara algo dulce. Lo acepté y le di las gracias, aunque tuve que guardarlo porque me sentía incapaz de llevarme nada a la boca.

Traté de seguir el resto de la clase como si no hubiese pasado nada, pero estaba demasiado excitado como para atender y tomar unos buenos apuntes. Cuando sonó el timbre, el corazón aún me latía con fuerza y algunas gotas de sudor frío me recorrían la nuca de arriba abajo. Mientras los demás abandonaban la sala entre risas y parloteos, recogí mis cosas de la mesa y me dirigí hacia la salida, pero Ryan aún no se había levantado de su asiento, y parecía no tener intención de hacerlo. Jugaba tranquilamente con el cable de sus auriculares entre sus dedos, ignorando a los demás. Quizás me estaba perdiendo algo y por eso no lo entendía, así que decidí preguntarle, sintiéndome un poco estúpido:

- ¿No vas a salir?

- Aún no. Callaghan dijo que quería hablar conmigo, ¿recuerdas?

No, no me acordaba. Y tampoco me acordaba de que yo también tenía que quedarme para hablar con el profesor. Dios mío, pensé. Hoy voy a acabar en parada cardiorrespiratoria, estoy seguro. Si no me corto las venas yo mismo antes.

Una vez quedábamos en el aula el señor Callaghan, Ryan y yo, Ryan cerró la puerta y se acercó a la tarima. Puede que fuera por los nervios, pero juraría que estaba silbando. Supuse que ésa no era la primera bronca que se llevaba y que estaría acostumbrado a que los profesores le gritasen. Eso me dio que pensar: ¿de verdad Ryan era tan capullo como aquellas chicas habían dicho? ¿Tanto como para que los profesores lo regañen con frecuencia?

- Bueno, Ryan, ¿qué tal está tu madre?

¿Qué? Un momento. ¿Le ha preguntado que cómo está su madre?

- Lleva un par de días algo acatarrada y se encuentra un poco cansada, pero en cuestión de un par de días se le pasará. No parece nada grave

- Mi mujer y mi hijo pequeño también están constipados desde ayer. Probablemente sea un virus que anda pululando por ahí.

- ¿En estas fechas? ¿Usted cree? ¿No es un poco tarde?

- Fíjate que la semana pasada hizo muchísimo calor de repente y ahora se ha puesto el tiempo muy malo. Los cambios bruscos de temperatura pueden bajar las defensas.

No me lo podía creer. Yo me esperaba una charla larga y aburrida sobre la moral y la tolerancia entre un estudiante rebelde y un profesor rígido y estricto. ¿Y qué me encontré? A un alumno tranquilo y a un señor agradable cotilleando alegremente sobre banalidades. Me pilló completamente desprevenido, y si no hubiese mantenido las formas, se me habría escapado una exclamación. Definitivamente, había algo que me estaba perdiendo, y estaba convencido de que era algo relacionado con Ryan. ¿Quién era ese chico? ¿Por qué no lo regañó el profesor? ¿Qué clase de relación extraña y secreta mantienen? ¿Por qué con los demás chicos se comportaba de esa forma tan… peculiar?

Cuantas más preguntas me hacía, más curiosidad sentía por él.

Un par de minutos de charla después, Ryan se despidió del señor Callaghan y salió del aula. Justo antes de cerrar la puerta, me dirigió una mirada fugaz y me sonrió. Me dio tanta vergüenza que fui incapaz de devolvérsela, aunque me sentí un poco más tranquilo y reconfortado.

Así que tomé aire, le pedí a Dios que alguien en el pasillo tuviera a mano un desfibrilador por si me daba un infarto, y me acerqué a la mesa del maestro.

- ¿Quería hablar conmigo, señor? – mi voz sonó aguda y chillona. Carraspeé un poco, pero no logré sonar convincente.

Esperé unos segundos a que frunciera el ceño y, con la misma voz ronca y seria con la que había hablado en la clase, me sermoneara. Sin embargo, no lo hizo. De la misma manera en que se había dirigido a Ryan, me invitó a tomar asiento y espetó:

- Me habría gustado que esta reunión hubiese tenido lugar esta mañana, pero por ciertos motivos no llegué a tiempo. Espero que pueda disculparme por retrasarle para la siguiente clase. De todas formas, no voy a quitarle mucho tiempo.

Tardé varios segundos en razonar sus palabras.

 - ¿Usted es el tutor?

- Sí, además de su profesor de Física. Me llamo Anthony Callaghan – se presentó, y me estrechó la mano.

A lo que el señor Callaghan se refería a que la dirección del instituto había programado una reunión con el que iba a ser mi tutor a primera hora de la mañana, justo antes de que comenzara el horario lectivo. Cuando llegué a la oficina de administración, la secretaria me había dicho que el tutor no había aparecido y que aplazaría nuestra reunión para otro momento.

O sea, ¿que este sucedáneo de dictador bipolar iba a ser mi tutor? Madre mía.

El señor Callaghan sacó de su maletín una carpeta roja con mi nombre y un montón de papeles. Sacó algunos y me los presentó.

- Mire, señor Jameson, aquí le he recogido algunos documentos que pueden serle de interés. Éste es su horario. En la parte de atrás del folio tiene el nombre de los profesores de las diferentes asignaturas que le corresponden, así como las aulas donde se imparten. Le he dejado dentro también los criterios de evaluación y competencias de cada asignatura, pero le recomiendo que, de todas maneras, consulte con el profesor. Tiene aquí dentro, además, más información en general sobre el centro que creo que puede que necesite.

Cuánta información de repente y tan rápido. El cerebro me iba a reventar.

- De todas formas, para que no se agobie, lo mejor es que, cuando tenga tiempo, le eche un vistazo y me pregunte cualquier cosa que no entienda.

- Gracias – musité, totalmente impresionado por su exceso de formalidad. Le eché una ojeada rápida a los papeluchos, y encontré algo en el horario que no terminó de cuadrarme -. Esto, ¿puedo preguntarle algo ahora?

- Faltaría más. Estoy a su entera disposición.

- Dos de las optativas que aparecen en el horario no son las que solicité en el formulario de inscripción…

- Es cierto. Hice todo lo posible por que la secretaria le asignase las que usted había pedido, pero al incorporarse a mitad de semestre, el cupo de alumnos para la gran mayoría de ellas estaba lleno.

Genial. Siempre había querido estudiar cosas tan útiles como Italiano Básico y Relaciones Laborales.

- Si quiere, puede presentar una reclamación en la oficina de administración.

- Es igual. Si no se puede, no se puede – mentí. Mi cara de asco debió de ser evidente, porque al señor Callaghan se le escapó una risilla.

- Ya, bueno. Está claro que, salvo Prácticas de Laboratorio, las optativas que tiene no van a servirle demasiado si quiere ser médico.

Le miré con los ojos como platos. ¿Cuándo le dije yo que quería ser médico?

- ¿Cómo sabe que quiero estudiar Medicina?

- Por las optativas que eligió. Todas tienen que ver con la rama de Ciencias de la Salud. ¿Me equivoco?

- No, señor – no pude quitar la cara de pasmo.

- ¿Puedo preguntarle en qué quiere especializarse?

- Pues… me gustaría ser pediatra.

Asintió, y se inclinó hacia delante mostrando interés.

- Deben de gustarle los niños.

- Sí. Tengo dos hermanas pequeñas y estoy acostumbrado a cuidar de ellas.

- ¿De verdad? ¿Qué edad tienen?

- Once años. Son gemelas.

- Vaya. Mi hijo tiene la misma edad – respondió, cerrando los ojos con una media sonrisa.

Me había pasado. Cuando quise darme cuenta, los nervios y la tensión habían desaparecido por completo y me encontraba charlando tranquilamente con él. Creo que juzgué al señor Callaghan demasiado rápido. Me percaté de que esa imagen de profesor estricto no era más que un papel, y que en las distancias cortas era un hombre agradable con muy buenas dotes de conversación.

A lo mejor Ryan también era de ese tipo de personas.

- Bueno, yo estaba muy interesado en preguntarle el motivo por el que decidió incorporarse en mitad del curso, pero creo que ya tengo mi respuesta – confesó, y se dejó caer sobre el respaldo de la silla.

Llevaba un rato esperando que lo preguntara, y me sorprendió que no lo hiciera.

- Las razones personales no las conozco, y no voy a preguntar por ellas porque no es de mi incumbencia, ni muchísimo menos – explicó -. Pero las otras razones, después de hablar con usted, me han quedado muy claras.

- ¿A qué razones se refiere? – me atreví a preguntar.

- A usted le preocupa su futuro, señor Jameson. Tiene una visión muy nítida de lo que quiere hacer, y además parece estar motivado para lograrlo, a pesar de que le espera un duro camino. Eso le honra, como estudiante y como persona. Y estoy seguro de que, con esa actitud, va a ser un alumno excepcional.

Había acertado de pleno, pero no me esperaba que lo dijera así. Me ruboricé.

- Gracias, señor Callaghan – murmuré.

- No tiene por qué dármelas – dijo con una sonrisa -. Sólo digo lo que veo. Y permítame decirle que, al menos por mi parte, cuenta con todo mi apoyo, y espero que también cuente con el apoyo de los demás profesores y de sus compañeros.

Sobre todo de mis compañeros.

El señor Callaghan metió todos los papeles en la carpeta y me la dio.

- Pues eso es todo. Si tiene alguna pregunta, no dude en acudir a mí o a cualquiera de sus maestros. Estamos para ayudarle – dijo, y me dio la mano.

Definitivamente me había equivocado con este profesor. La actitud Hitler es solamente una fachada. En el fondo es un tío muy cumplidor que se preocupa por sus alumnos, o al menos por mí. Me gustaba el señor Callaghan. De momento, ya tenía el apoyo del tutor, y eso me hacía sentirme algo más seguro con respecto al asunto académico.

¿Conseguiría algún día el apoyo de mis compañeros, en cualquiera de los asuntos?

martes, 21 de junio de 2011

Fuera de control - Desde el otro lado.

Con éste, ya son treinte y siete los tiroteos que me han pillado a mí en medio y sin tener nada que ver. Y más concretamente, con éste son veintiuno los que tienen lugar en el interior del Yellowflag, al menos desde que estoy en Roananpur. Pobre Bao. Me extraña que, a pesar de que cada cuatro o cinco días le revientan el bar, sigue empeñándose en reformarlo. Más de una vez ha tenido que pagar los gastos de reparación después de un siniestro total, y eso cuesta una pasta.

Y lo que más me extraña es que, a pesar de eso, siga dejándonos entrar a beber al bar. Porque también es cierto que la mayor parte de las trifulcas las empezamos nosotros. Bueno, cuando digo nosotros, me refiero a ella.

Revy.

Ahí está otra vez, detrás del mostrador, liándose a tiros con los que pueden ser... ¿doce tipos? Desde aquí cuento doce. Doce chicanos del cártel de Tijuana. Ignoro qué hacen aquí mexicanos que no pertenecen a la familia de Gustavo, pero el caso es que esta vez ha sido un asunto de despecho. El que parece un alto cargo, un tal Rodríguez, se acercó a Revy cuando estábamos en la barra y le propuso una cita. Bueno, una cita exactamente no... le propuso sexo. Ella le mandó a freír espárragos, y en fin, no sé cómo, pero han acabado todos disparándose entre ellos.

Personalmente me sorprende que tantos tíos le propongan esas cosas a Revy. Hablando claro, Revy no es que rezume feminidad y delicadeza por los poros... ella tiene su propia belleza, supongo. Lo más divertido del asunto es que Revy siempre rechaza amablemente los planes que le ofrecen. Y cuando digo amablemente me refiero a que les dice que no y les amenaza un poco, sin llegar a apuntarle a la cara con la pistola.

Esta vez no ha sido tan amable y la que parecía una noche tranquila ha acabado en tiros, gritos y sangre por todas partes: ellos por su lado, y los que no tenemos nada que ver, escondidos detrás de la barra. Hace algún tiempo, yo habría estado en este mismo lugar muerto de miedo, hecho un ovillo y rezándole a Buda para que no me alcanzara ninguna bala. Ahora, bueno, digamos que mi mayor preocupación es que se me está acabando la copa de Bacardi. He pasado tanto tiempo con Revy y la compañía Lagoon que creo que ya me he acostumbrado a esta clase de situaciones, a pesar de que en mi vida he sostenido un arma. Ya no temo por mi vida, porque sé que ella va a protegerme si fuera necesario.

Lo que realmente temo ahora es por su vida. No hay duda de que Revy sabe cuidarse muy bien ella sola. Sin embargo, ¿qué pasaría si alguna vez no pudiera con su adversario? Eso es algo poco probable, pero si ella tuviera problemas, nadie podría ayudarla, mucho menos yo. ¿Qué pasaría si ella estuviera a punto de perder la vida, no sólo porque sí, sino porque intenta protegerme a mí? Sinceramente, no sabría qué hacer. Seguramente Dutch se encargaría de dar caza al pobre diablo que lo hiciera. ¿Y yo? ¿Qué podría hacer yo, salvo sentarme y llorar?

Ahora me doy cuenta de que, si comparo todo lo que Revy, a pesar de ser como es, ha hecho por mí, yo por ella no he hecho gran cosa. Ella me ofreció una nueva vida después de que el cabrón de mi jefe me obligara a desaparecer; ella siempre se la ha jugado para protegerme, hasta el punto de ir a buscarme al campamento de una guerrilla; ella se enfrentó cara a cara con Ginji en Tokio, por ella y por mí también; ella me ha enseñado a sobrevivir en una ciudad en la que, si parpadeas, acabas con un tiro en la cabeza.

¿Y qué he hecho yo por ella? Nada.

Oh, bueno, algo que sí he hecho es darle problemas, sacarla de sus casillas y, en fin, nunca me puse aquella camiseta hawaiiana tan hortera que me regaló.

Me pregunto cómo demonios no me ha matado ella misma, conociéndola como la conozco. Hubiera sido cualquier otro, y según subí al lanzatorpedos de Dutch cuando me secuestraron aquel día, me habría volado la tapa de los sesos.

Quizás la respuesta esté precisamente en eso: en que soy yo. Puede que me haga ilusiones, porque Revy es de esa clase de personas que ni quiere ni necesita amigos, ¿pero puede ser que me haya cogido algo de... algo así como afecto, y por eso sigue a mi lado a pesar de todo?

Yo, desde luego, sí que se lo he cogido, muy a mi pesar. Al prinipio sentía lástima por ella, porque me daba mucha pena que una persona como ella acabara de esa manera. ¿Qué clase de cosas tendrían que haberle sucedido para que terminara siendo alguien que no tiene escrúpulos ni siente compasión por nadie que no sea ella misma? Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que la vi disparar un arma. Fue aquí mismo, en el Yellowflag. Las luces habían reventado, y entre la más absoluta oscuridad, la veía sonreir de forma diabólica.

Pero, a medida que me he esforzado por conocerla algo mejor, porque no es que ella se haya dejado, he descubierto que no es una mala persona al fin y al cabo. Revy tiene sus cosas, pero en el fondo no deja de ser una chica con problemas que necesita un hombro sobre el que llorar de vez en cuando. Bueno, no literalmente, claro.

Y creo que al final encontró ese hombro en mí. O al menos eso parece. Ella una vez me llamó colega, y recuerdo que sonrió ligeramente al decirlo. Jamás podría olvidarlo. Yo también la considero una colega. Confío en ella de la misma manera en que ella confía en mí. Ella es mi único respaldo aquí, de la misma manera en que yo soy su único respaldo. Ella es la primera persona con la que hablé directamente sobre mis sentimientos y mis principios, y aunque no los compartamos, ella también me confía los suyos.

Sinceramente, sin Revy, yo no sé cómo carajo habría sobrevivido en Roananpur durante tanto tiempo. Se lo debo todo.


Un momento. ¿Qué pasa? No se oyen disparos. De hecho, no se oye nada. Esto es muy raro. De repente se me han acabado las ganas de seguir bebiendo. Tengo una ganas locas de echar una ojeada por encima de la barra, pero sé que no debo hacerlo si quiero seguir conservando el cráneo de una sola pieza.

- Rock, no te muevas.

Es Revy. Se ha deslizado, no sé cómo ni cuando, detrás del mostrador. Estaba cambiando los cargadores de las Berettas muy, muy despacio, para que las balas no golpeen el metal y no hagan ruido.

- ¿Qué ha pasado?

- ¿Estás ciego o qué? ¿No ves que me he quedado sin balas? Cuando quieres eres corto, tío.

Ahora mismo me encantaría reírme, pero como probablemente me mataría de una forma lenta y dolorosa, voy a hacer como que no la he escuchado.

- Me refiero a por qué no disparan.

- ¿Y yo qué coño sé? ¿Te crees que soy una puta pitonisa? Sólo quédate quietecito y no digas ni una sola palabra.

- De acuerdo, de acuerdo.

En estos casos, lo mejor es resignarse y hacerle caso, porque si le llevas la contraria, Revy puede regalarte una buena ostia. Y no es la primera vez que yo me llevo una.

Revy se ha agazapado y creo que va a saltar por encima de la barra. Se está relamiendo. Vaya, parece que lo está disfrutando.

- Ten cuidado.

- No te preocupes, colega. Dame cinco minutos y podremos seguir bebiendo.

No sé por qué, pero la manera en que ha dicho eso no me ha gustado nada. Tengo un mal presentimiento.

Ha saltado. Un grito. Dos gritos. Una ráfaga de balas de metralleta. Un disparo. Dos disparos. Tres disparos. Cuatro disparos. Cinco disparos. Seis disparos.Todos ellos de Beretta. Cinco cuerpos muertos cayendo sobre el suelo, uno detrás de otro. 

Y de repente, otra vez silencio.

Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno... 

Bang.

Ese disparo no ha sido de Beretta. El cadáver ya ha golpeado el suelo, y no se oyen más disparos. Tengo un presentimiento horrible.

- ¡Dios mío! ¿Qué coño ha pasado? ¡Esos mamomes se han cargado a Dos Manos!

Que te jodan, Bao. No quería oírlo.

De repente, las manos me han empezado a temblar, y el vaso ha caído al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Mi respiración es irregular. Mi corazón se ha desbordado. Creo que voy a vomitar.

Tengo que mantener la calma. Tengo que mantener la calma y respirar hondo para pensar de forma razonada y lógica. Tiene que haber una manera de...

¿Para qué engañarnos? No hay ninguna manera de nada. Dentro de más o menos un minutos, voy gritar y a llorar, y voy a volverme loco.

Mientras tanto, creo que me fumaré un pitillo.

viernes, 17 de junio de 2011

Fuera de control.

Yo jamás había perdido el control durante un tiroteo. Esto me ha hecho pensar en cómo debe de sentirse la gente normal cuando se encuentran de frente con un tiroteo y no pueden hacer absolutamente nada contra una puta pistola.

El tiempo pasaba realmente despacio mientras me sumía en una especie de sueño. Los minutos se me hacían como horas y las imágenes pasaban delante de mis ojos como diapositivas. No tenían sonido. Sabía que ahí había gente disparando, haciendo mucho ruido. Sí, tío, el orgásmico ruido de los disparos. Tiros insensibles, gritos de dolor, cristales reventándose, casquillos cayendo sobre el suelo. Debería haber sido una escenita perfecta para todos esos bastardos que son como yo.

Pero no oía nada. Absolutamente nada. Era como si alguien hubiera absorbido el sonido. Lo único que era capaz de escuchar con claridad era mi corazón latiendo como una estampida de búfalos dentro de mi cabeza. Mi corazón palpitando y mis jadeos. Jadeos. Nunca había jadeando de miedo antes. Eso era nuevo. Joder.

El interior del Yellowflag se había vuelto desconocido para mí. Nada me era familiar. Las bombillas se habían fundido. Los cristales estaban destrozados. La gente se escondía bajo las mesas. Aunque normalmente era yo la que solía reducir a ruinas el bar, esta vez era diferente. Ése no era mi Yellowflag. Esta vez no.

Quizás lo sentía así porque tenía una bajada de tensión bestial. Estaba mareada y a punto de desmayarme. Los ojos se me cerraban solos. Todo mi cuerpo sudaba. Me costaba respirar.

Y aquí estoy yo, la gran Dos Manos, escondida de detrás esta mierda de barra, esperando de forma ridícula a que esta puta sensación pasara. No podía mover ni un músculo. Sudor y jadeos: eso es todo lo que soy capaz de hacer en este momento. ¿Por qué coño estoy tan aterrorizada? Soy Miss Rebecca. Yo no tengo miedo. Nunca. Todo el mundo lo sabe. Entonces, joder, ¿por qué? ¿Por qué estoy aquí a punto de morirme de puro terror? ¿Acaso me he vuelto una gallina artrósica?

Ni siquiera puedo mantener las pistolas en las manos. ¿Qué cojones pasa? ¿Qué coño está pasando para que yo me ponga a temblar de esta manera? Es un jodido tiroteo. Ni que fuera la primera vez que formo parte de uno. ¿Qué está pasando?

Lo sé. Sé lo que pasa. Está detrás de mí. Detrás de la barra. Ahí está el motivo. El puto motivo.

Pero no quiero verlo. De ninguna manera. Otra vez no.

- ¡Revy! ¿¡Qué cojones estás haciendo aquí!? ¡Vete a echar una mano, zorra de los huevos!

Tío, Bao me está gritando... otra vez. Creo que Bao me odia. Bueno, si yo fuera él, me odiaría. Siempre le jodo el bar y nunca le he pagado las reformas. Me pregunto por qué aún no me ha partido el cráneo.

- ¡Por el amor de Dios, Revy, mueve el puto culo, maldita sea!

- No me grites, Bao. Te estoy escuchando.

¿Ésa es mi voz? Dios. Me tiembla la voz como si tuviera un consolad... joder, tío, estoy delirando.

- ¡Pues si me estás escuchando encárgate de tus amigos, Revy, o te sacaré los ojos con una cuchara!

Si ahora mismo no estuviera como estoy, te aseguro que sería yo la que te sacaría los ojos, gilipollas. Pero yo no usaría la cuchara. Pero es que me siento tan mal que me la sopla todo. Si me muriera ahora, sería simplemente genial.


¿Qué? El sonido está volviendo. Oigo los disparos. Oigo el ruido. Oigo el tiroteo. Me cago en la puta, es asquerosamente delicioso. Empezaba a echarlo de menos.

Lo sabía. Aquello no podía durarme para siempre.

Y puedo oír perfectamente los pasos de un pobre imbécil que se acerca en esta dirección. Escucho claramente el tintineo de las balas dentro de su arma. No, tío. No me vas a coger.

Tres. Dos. Uno...

Bang.

¡Sí, baby, directo entre las cejas! Tío, Miss Rebecca ha vuelto. Realmente nunca se había ido. Y ahora, vamos a por “mis amigos”. No pienso aguantar a esos cabrones que se han dedicado a jugar mientras estaba detrás de la barra. Vamos a enseñarles por qué me llaman Dos Manos.


Dios. Dios, joder, no. Otra vez no. Mierda. Maldita sea, joder. Debería haberme quedado detrás de la puta barra. El mareo está volviendo. Mis piernas están empezando a temblar otra vez. Se me han cerrado los pulmones y me quema la garganta. No puedo respirar.

Me he desplomado sobre el suelo. Sí, yo. Las piernas no pueden aguantarme. Me pesa la cabeza. El aire es turbio e insoportable. Estoy agotada. No puedo mover ni un músculo. Estoy totalmente paralizada. Me siento tan...

... rota. Estoy completamente rota por dentro. Él sigue ahí, tirado sobre el suelo. No puedo verle la cara, pero sé que todavía está sangrando. Los pistoleros están disparando a su alrededor, pero les importa una mierda. Nadie le ve. Está solo, en medio del campo de batalla.

Y está muerto. Le dije que no se moviera, pero lo hizo. Ese idiota se alejó de la barra y ahora está muerto. Intentó escapar y un hijo de puta le disparó. Y está muerto.

Rock está muerto.

Le he matado. Yo he matado a Rock. Esos mamones han venido a por mí. Yo soy la razón por la que en este momento hay un tiroteo. Si no hubiera gente disparando, Rock estaría vivo. Pero están disparando a quemarropa, y Rock está muerto. Está muerto. Para siempre.

Quiero llorar. Quiero gritar. Estoy desesperada. Rock está muerto. No sé qué hacer. Estoy en blanco. Es la primera vez que me siento culpable por la muerte de alguien. He matado a tanta gente que ya he perdido la cuenta. A mí me la pela la gente. Desde siempre. Disfruto matando. Disparar mientras me piden clemencia, eso me excita.

Entonces, ¿por qué me siento así? Quiero arrancarme la piel. Quiero morder algo hasta partirme los dientes. ¿Cuál es la diferencia?

Lo sé perfectamente, pero no quiero admitir que es Rock. La diferencia es Rock. El gilipollas de Rock. Es Rock el que se está muriendo ahí. Es mi Rock.

Porque es mi Rock. Se ha convertido en mi Rock. Él me lo dijo: “Si tú eres un fusil, yo soy la bala”. Una bala es lo más importante en un arma. Yo soy el fusil, y él es mi bala. Él es una de las pocas personas en las que confío. Y no mentiría si dijera que es la única persona en la que verdaderamente confío.

Me hizo sentir útil. Me hizo ver que soy una persona más allá de ser una máquina de matar. “Cuando me ofreciste unirme a vosotros, tuve la sensación de que me liberaba, de que me libraba de un peso”. Eso me dijo una vez. Yo, la puta escoria de la sociedad, hizo eso. Hice algo por una buena persona.

Nadie puede negar que Rock es un buen tipo. Sé que él sería mi aceite si yo fuera agua. Casi le disparo una vez porque al principio no le soportaba. De verdad que quise matarle. Pero es una buena persona. Él es el tipo de tío que a mí me habría gustado ser si hubiese tenido la oportunidad. Nunca ha empuñado una pistola. Nunca ha matado a nadie, ni siquiera a una mosca. Siempre está sonriendo. Siempre está de buen humor.

Y está muerto. Rock está muerto. Y no hay ninguna manera de hacer que regrese.

¿Qué coño puedo hacer ahora?

Lo único que se me ocurre en estos momento es meterme por el culo mis principios. Esperar a ver si me matan, y si al final tengo suerte, esperar a ver si despierto de esta jodida pesadilla.

Mientras tanto, creo que me fumaré un pitillo.

martes, 14 de junio de 2011

Recuerdos de la adolescencia.

Esta entrada se la dedico a las cinco hijas de puta que me amargaron la Secundaria.

La enana de mierda.

La de los granitos en la cara.

La que era tan mona porque el chico que le gustaba no le hacía caso, y por eso se ponía triste.

La friki que se pasaba las tardes jugando a la PlayStation.

La que, con 15 años, nunca había besado a un chico.

La de los aparatos en los dientes.

La rarita que leía esos comics impresos al revés.

La que se pegaba la vida estudiando y no tenía vida social.

La aburrida que iba a quedarse sola porque no salía a emborracharse por las noches.

La que no se ponía tacones.

La que obedecía a sus padres.

La pelota que siempre respondía al profesor cuando hacía una pregunta y nadie contestaba.

La que se hacía la víctima y lloraba cuando "le hacían una bromita".

La que no fumaba.

La que no sabía maquillarse.

La que era virgen a los 15 años.

La que no iba a ganarse una rosca.

La que iba a quedarse más sola que la una si no maduraba.

La que, por lo visto, no se sentía ofendida cuando no contaban con ella.

Esa chica, ahora mismo, tiene 19 años.

Esta chica está estudiando una carrera universitaria que le apasiona, y en el primer curso le ofrecieron la beca de Excelencia por sus buenas notas.

Esta chica tiene unos amigos por los que daría su vida, y que darían su vida por ella.

Esta chica tiene una familia que la adora y que la apoya en todo lo que se propone.

Esta chica está enamorada hasta las trancas de un hombre que la hace feliz sólo con mirarla a los ojos.

Esta chica viaja al extranjero una vez al año.

Esta chica disfruta de su tiempo libre haciendo siempre lo que más le gusta y con quien quiere.

Esta chica ha conseguido absolutamente todo lo que se ha propuesto.

¿Y ustedes qué?

Ustedes están solas, ahora son ustedes las que lloran porque no encuentran a nadie que las quiera.

Ustedes van a dedicarse durante el resto de sus vidas a trabajar de cajeras en un supermercado, porque han sido incapaces de labrarse una trayectoria académica aceptable.

Ustedes van a quedarse sin amigos, pues a las personas falsas y que critican a otras por detrás siempre se las acaban pillando.

Ustedes van a acabar con problemas de hígado y de pulmones por no hacer otra cosa que beber y llenarse los pulmones de alquitrán.

Ustedes van a ser incapaces de ser felices, porque no les va a quedar nada por lo que poder serlo.

El tiempo le da a cada uno lo que se merece.

domingo, 12 de junio de 2011

El chico perfecto II.

Confié en las palabras de mi padre hasta el momento exacto en que metí un pie en mi nueva clase. La atmósfera que se formó a mi alrededor era tan pesada que podía cortarse con un cuchillo: todos me miraron cuando entré y, al sentirme observado, me quedé paralizado en el marco de la puerta, sin saber qué decir o qué hacer, pero ninguno se acercó. Me ignoraron por completo y siguieron con sus charlas. Sentí cómo un sudor frío me recorría la nuca y se me encendieron las mejillas. Busqué rápidamente con  la mirada un sitio desocupado para sentarme y acudí corriendo a él.

Desde ese preciso instante no levanté la mirada del suelo. Estaba patéticamente abochornado. ¿Qué había hecho para que todos me mirasen de esa manera y luego apartasen la vista de mí como si me hubiesen imaginado, si ni siquiera abrí la boca? No entendía nada, pero las miradas de todos aquellos extraños me atravesaron como ajugas.

Observé por el rabillo del ojo algunos detalles que me llamaron la atención de aquella gente. Me regañé a mí mismo por ponerme a criticarlos como una vieja, pero es que mis compañeros eran el más claro ejemplo del concepto de glamour y exquisitez de las fiestas pijas que aparecían en los reportajes de las revistas del corazón. Todos parecían haberse puesto de acuerdo para parecer clones: polo y vaqueros perfectamente planchados en escalas de azul a morado pastelito, con cuidadísimos y cuidadosamente engominados flequillos peinados hacia un lado. No tenían la pinta de que les gustara el fútbol, el baloncesto o los videojuegos como a los chicos normales. A ver cómo conseguía sacarles algún tema de conversación

Lo de las chicas era un mundo aparte, pero a la vez paralelo, al universo masculino. Gamas de rosa chicle, blanco impoluto y malva bebé cubrían sus delgados cuerpos en forma de blusas finas, pantalones apretados y falditas minúsculas. En circunstancias normales me habrían deleitado con el dominio de la minifalda, pero estas chicas eran tan cursis que me daban repelús. Me imaginé cuánto tiempo gastarían esas las niñas en peinarse y maquillarse de la forma en que iban, pintadas como puertas, con peinados imposibles y con vida propia. Y no quería ni pensar en lo que tardarían en combinar todos los pendientes, pulseras y demás abalorios con la ropa que llevaban puesta.       

Suspiré de forma ruidosa. De todas las clases que podrían haberme tocado, había llegado a parar a aquella donde tenía claro que no iba a integrarme jamás. Sólo con escuchar las conversaciones de mi alrededor llegaba a la conclusión de que ese mundo al que ellos estaban acostumbrados era completamente diferente al mío: que mi si padre iba a comprarme esto, que si anoche en tal programa dijeron lo otro, que si el fin de semana irían a emborracharse al chalet de tal después del polo... Ese mundo no iba para nada conmigo. ¿Qué no sería para tanto decías, papá? Me reí en bajo, y mis carcajadas sonaron sarcásticas y tristes. Éste iba a ser un curso muy largo...

Entonces, le vi aparecer, y no pude evitar mirarle durante tanto rato, aunque aún no sabría explicar por qué lo hice.

Podría haber sido porque llevaba los hombros demasiado relajados al entrar por la puerta del aula, a pesar de ser completamente diferente a los demás.

O porque, al igual que a mí, todos le miraron cuando se metió en la clase, pero no les hizo el más mínimo caso mientras los demás le miraban con una mueca de asco y desprecio.

O porque entró tarareando tranquilamente la canción que sonaba en sus auriculares, sin importarle molestar las conversaciones ajenas.

O, simplemente porque, entre esa masa clónica de gente, me pareció la persona más auténtica que había visto en toda mi vida.

Analicé cada uno de los aspectos que me obligaban a mirar al chico que acababa de entrar como si fuese una colegiala. En lo primero en que me fijé fue en que llevaba un aro de plata en el labio inferior. De alguna manera, le quedaba demasiado bien. Sus labios eran finos y parecían muy suaves, y el piercing, muy a mi pesar, porque siempre había querido hacerme uno en el mismo sitio, le quedaba muy bien. 

Después me fijé en su pelo. Demasiado rubio. Demasiado liso. Demasiado perfecto para ser un tío. El flequillo le cubría la mitad de la cara, y el pelo le cubría ligeramente la nuca. Cualquiera habría dicho que se trataba de un corte de pelo de chica, pero le pegaba. La combinación entre el brillo dorado de su pelo y la palidez de su piel se fundían en una extraña armonía que te obligaba a mirarle.  Me daba demasiada envidia.

Su indumentaria siguió en mi reconocimiento. Me sorprendió el contraste que había entre su sudadera negra y sus vaqueros rotos y deshilachados y el poderío de los colores tipo rosa y demás del resto. Sin embargo, a él no parecía importarle en absoluto. Las cadenas que colgaban de sus pantalones tintineaban como si quisiesen decir “No me importa, y si no te gusta es tu problema”.

Pero lo que más captó mi atención fue, sin duda alguna, sus ojos. Sus ojos azules, ligeramente rasgados y de pestañas oscuras y kilométricas, hechizaban con sólo mirarlos de reojo. No eran nada fuera de lo común, pero su mirada guardaba cierto misterio que le parecía ser la persona más interesante del mundo.  Envidié todas y cada una de sus cualidades físicas, una por una.

No podría calcular con exactitud cuánto tiempo permanecí mirándole, pero era cuestión de segundos el que me pillase observándolo tan fijamente. Efectivamente, bastaba con que lo pensase para que sucediese. El chico se giró en mi dirección y me vio mirándolo. Tierra, trágame, pensé. Me tomaría por loco, por raro, o qué sé yo, por gay. Mis relaciones sociales en mi nuevo hogar empeoraban por momentos.
Sin embargo, no hizo ninguna mueca de asco, ni me dirigió ninguna mirada extraña. Se quitó los auriculares de las orejas y me dedicó una sonrisa amable, dejando entrever sus dientes blancos y perfectos. ¿Acaso ese chico no tenía ni un solo defecto?

Yo, por el contrario, no supe cómo reaccionar. No sabía qué hacer, si devolverle la sonrisa, decirle algo agradable, ignorarle, o simplemente pestañear, por ejemplo. Aparté la vista y miré al suelo. Qué vergüenza. Buen trabajo, TJ, me regañé.

- Perdona, ¿está ocupado?

El chico perfecto se había acercado hasta la mesa y señalaba el pupitre contiguo al mío con una amplia sonrisa. Dios santo, qué voz. Hasta su voz era bonita, aterciopelada y acorde con su imagen . Qué suerte has tenido de que tu madre te pariese así, pensé.

Levanté la cabeza y, con la cara sonrojada, negué con la cabeza. Él dejó la mochila sucia y harapienta sobre la mesa y se sentó sin quitarme el ojo de encima con esa sonrisa traviesa de oreja a oreja. Me pregunté qué encontraba tan divertido para no parar de reírse.

- Vaya, así que chico nuevo, ¿eh?

Qué listo. ¿Cómo lo has adivinado? ¿Por qué es la primera vez que me ves, quizás? ¿Porque estoy completamente solo en una clase llena de gente? Por favor. Ahora resulta que no es tan original como pensaba. Se limitará, como todos, a tratarme como el chico nuevo. Me hundí. ¿Encontraría algún día alguien con quien poder relacionarme?

- Ser el nuevo es un rollo. A mí me tocó hace dos años. Te compadezco, en serio.

El corazón me dio un vuelco. Acababa de oír cómo el cielo se abría y los ángeles cantaban. Aún podría guardar esperanzas en cuanto a tener algo de vida social. El chico perfecto sí que era perfecto después de todo, o tenía todas las papeletas para serlo. Estaba siendo amable conmigo por propia iniciativa. Gracias, Jesús, gracias, gritaron mis entrañas.

Pero, vamos, no te quedes callado. Responde con algo ingenioso, cae bien:

- Ya, pero es lo que toca.

Se rió a carcajadas. Definitivamente, yo le parecía gracioso.

- ¡Pues menos mal que te lo tomas bien! Yo quise hasta cambiarme de instituto. ¡Incluso intenté que me expulsaran a propósito!

- ¿Tan malo fue? – los ojos se me abrieron como platos y empecé a preocuparme.

- Me estoy quedando contigo – contestó, sorprendido. No pensó que fuera a picar. Me sonrojé: me sentía el típico novato al que le tomaban el pelo con cualquiertontería.

El chico perfecto se volvió a reír y me dio una palmada en el hombro.

- Siento haberte asustado, era un chiste. Me llamo Ryan – me ofreció los nudillos y yo choqué los míos contra los suyos.

- TJ.

- ¿TJ? Qué curioso. ¿Puedo preguntar de qué?- me miró con ojos inquietos.

- Thomas.

Ryan frunció el ceño.

- Espera. ¿Eres el hijo del señor Jameson?

- Eh... sí. ¿Conoces a mi padre? – la pregunta me pilló por sorpresa. Sabía que Reed River era un pueblo pequeño y todo el mundo se conocía, pero eso no me lo esperaba.

Se encogió de hombros.

- Sí, bueno, mi madre trabaja con él en el mismo departamento y a menudo viene a tomar café a casa. Además, ¿quién no conoce los partidos de los sábados por la tarde del señor Jameson? – al decir eso último, se le iluminaron los ojos.

- ¿Tú también ibas a los partidos? – sentí bastante curiosidad. A pesar de jugar todos los fines de semana en el parque, no reconocía a Ryan. Ni siquiera me sonaba su cara.

- Claro que iba. De todas formas, lo sigue haciendo – Ryan se rió entre dientes.

- ¡Eso no me lo ha dicho! – me puse pálido y me envolvió un aura de vergüenza ajena -. Por el amor de Dios, a su edad y que siga haciendo tonterías de ese tipo.

- No tiene nada de malo – me miró poniéndose serio de repente. Sería la primera impresión que tendría de él, pero le sentaba bien estarlo -. Yo sigo yendo al parque los sábados... no juego con los chavales, pero me quedo mirando muchas veces. Da gusto ver que hay adultos que, en el fondo, no han dejado de ser niños, y no se avergüenzan de mostrarlo – se giró de lado sobre la silla y adquirió una mirada distante en sus enormes ojos azules, fijándose en algún punto en el vacío -. Yo daría lo que fuese por tener un padre así...

Ryan permaneció en silencio unos segundos, sumido en sus propios pensamientos. Cuando finalmente se calló fue cuando me di cuenta de que Ryan tenía un don de conversación que cualquiera habría querido tener, incluso yo. Cada vez lo envidiaba más.

Me sentí incómodo al no oír a Ryan parlotear animadamente. En cierta manera, reconfortaba mi mal comienzo con el resto de la clase. Le miré un instante, esperando que se sintiese observado y saliese de su ensimismamiento.

Al cabo de unos segundos volvió a darse la vuelta hacia mí sobre la silla y sonrió algo avergonzado.

- Lo siento. Me he quedado pensando en mis cosas.

- No pasa nada – respondí, tratando de imitar su sonrisa. Fracasé. No podía igualar unos dientes así. Ni dos años más de ortodoncia me habrían dejado los dientes así.

Ryan relajó los hombros y echó una mirada alrededor de la habitación extendiendo el brazo izquierdo.

- Bueno, TJ, te daría la bienvenida al Saint John’s, pero de buena no tendría nada.

- ¿Qué quieres decir?

- La primera hora en tu nuevo instituto ha resultado ser la peor de todas las que podrían haberte tocado. Menuda suerte, chaval.

- Bueno... a mí me gusta la Física... – mentí, y me encogí de hombros.

- No me refiero a eso. Mira a tu alrededor. ¿Qué te parece la gente? – levantó el mentón señalando a un grupo de chicas que estaban cerca de nosotros y charlaban a gritos sobre un nuevo y carísimo perfume que estaba a la venta.

Me pensé cuidadosamente la respuesta que iba a darle, pero solamente podía contestar de una forma:

- No lo sé. La verdad, no he hablado con nadie más en los últimos 10 minutos...

Ryan asintió lentamente.

- Exacto. Y en esta clase no esperes encontrar a alguien con quien puedas hacerlo.

Parecía muy molesto, y eso me puso alerta. Ryan no estaba bromeando, se le notaba en los ojos, y me imaginé que cuando fue su turno de ser el chico nuevo le habría pasado lo mismo a él. Le compadecí.

- ¿No son sociables o…? – me atreví a preguntar.

- Son idiotas – se limitó a decir. Mi cara de pasmo debió de sorprenderle, así que suavizó un poco el tono y se excusó -. Bueno, a lo mejor he sido demasiado explícito, pero míralos. ¿Crees realmente que esta… esta fauna mostraría algún tipo de interés en alguien que no fueran ellos mismos?

Para ser franco, realmente me asustó el que Ryan utilizara un tono de voz completamente normal para soltar esa clase de florituras sobre las personas que tenía a menos de dos metros de distancia. Lo normal es que, cuando pones verde a alguien, bajes la voz para que no te escuche, pero parecía que Ryan quería que le escuchasen.

Tuvo resultado. Las chicas que cacareaban sobre aquella carísima colonia habían dejado de hablar para prestar atención a lo que Ryan decía sobre ellas. En sus caras se veía que no les estaba haciendo ni la más mínima gracia que estuviese diciendo esas cosas. La más alta de todas, una chica con una larga melena estropeada por el calor de la plancha y el tinte rubio barato se separó del grupo y se dirigió a nuestra mesa con cara de malas pulgas. Perfecto, pensé. Ahora pensarán que participaba de la conversación y me cogerán manía. Maldito seas, Ryan. Tienes el don de la palabra, pero tienes la boca muy grande.

La Barbie pelo paja preparó una sonrisa forzada antes de dirigirse a nosotros. Tenía los dientes de color blanco dentista. Gente con pasta que se lo puede permitir, supuse.

- Perdonad, chicos – la Barbie puso voz ñoña mientras de reclinaba sobre la mesa de Ryan, exhibiendo, creo que a propósito, el enorme escote de su blusa blanca. No pude evitarlo y se me fueron los ojos -. Creo haber escuchado cosas feas que no me han gustado nada.

Intenté excusarme diciendo que era una equivocación, pero Ryan se me adelantó, respondiendo sin molestarse lo más mínimo en mirarla para hablarle a la cara:

- Es que si no fuesen cosas malas no te molestarían, reina.

Fue tan sarcástico que hasta me dolió. La chica del escote puso mala cara un momento, y luego volvió a mirarme.

- Escucha, tú no le hagas caso, ¿vale? Es un tío rarito. Hazme caso. Aléjate de él si no quieres que te lo pegue.

- ¿Y entonces qué, Katie, querida? ¿Prefieres que esté con el rarito o con la que no ve más allá del relleno de su sujetador? – contestó con una sonrisa socarrona.

Kate, que así debía de llamarse la Barbie, apretó los dientes y se posicionó frente a Ryan para mirarle directamente a los ojos. El gesto brusco de Kate alarmó al resto de los presentes, que poco a poco formaron un círculo alrededor de nuestros pupitres. Todos miraban a Ryan, y no con buena cara, la verdad. Se me pusieron los pelos de punta. Aquello no iba a acabar bien.

- Mira, niñato, ¿se puede saber de qué vas? – Kate montó en cólera -. ¿De dónde sacas esas confianzas para llamarme Katie, para empezar?

- Desde que tú sacaste las tuyas para decirle al nuevo qué es lo que tiene que hacer.

¡Maldito merluzo, a mí no me metas en tus historias!

- Oh, ¿ahora resulta que va a hacer lo que tú le digas?

- Para nada, porque esto es un país libre. Sólo voy a darle un consejo – me dirigió una mirada traviesa que me puso alerta. Iba a soltar otrafloritura, estaba seguro. Dios, esto no puede ir a peor, pensé -: no te juntes con zorras.

Ryan se ganó, y bien merecidos, los abucheos de todos los que nos rodeaban. Vi cómo una de las amigas de Kate la sujetaba por los brazos y la llevaba hasta la pared posterior para calmarla. Estuvo a punto de lanzarse sobre Ryan de pura rabia. Él, sin embargo, ignoraba los gritos. Sonreía orgulloso. La verdad, mi imagen de chico perfecto al que me encantaría idolatrar se esfumó por completo. Ryan era muy guapo, no había ninguna duda. Pero era un repelente maleducado al que le perdían demasiado las formas.

 Sentí cómo me ardían las mejillas. Me iban a comer durante el resto del curso por juntarme con Ryan, de eso no había duda. Pero la verdad, no me quedaba otra. Era la única persona que, desde que entré por la puerta, mostró cierta amabilidad conmigo.

¿No iba a ser para tanto, papá? ¿Estás seguro?

El barullo cesó cuando la puerta se abrió de golpe y un señor calvo y con bigote entró en el aula. Llevaba un libro enorme bajo el brazo y con la mano izquierda sujetaba un maletín de piel. Echó una mirada rápida al interior de la habitación y todos los que estaban de pie armando jaleo se sentaron en sus asientos sin abrir la boca. ¿Quién era ése? ¿Un profesor de Física o Hitler?

El señor del bigote, sin dejar de mirarnos a todos, caminó hasta la tarima y dejó lo que cargaba sobre la mesa. Luego, tras un profundo suspiro, se frotó las sienes y musitó:

- Ryan, cuando acabe la clase quiero hablar contigo.

Ryan levantó los brazos y fingió enojarse. En realidad, parecía divertido.

- ¿No puede darme por una vez el beneficio de la duda, señor Callaghan?

- Hace dos años que te doy clase de Física, Ryan. Creo que estoy ligeramente acostumbrado.

- De todos modos, ¿quién iba a darle el beneficio de la duda a un capullo como Ryan? – se oyó musitar a Kate varias filas más atrás.

El señor Callaghan escuchó el comentario.

- Señorita Turner, como vuelva a oírle decir algo parecido no sólo del señor Martin, sino de cualquier alumno de esta clase, le prometo que voy a hacerla venir durante todos los veranos hasta que cumpla los veintiuno – la regañó, y Kate hizo un mohín.

Me quedé de piedra. El señor Callaghan tenía pinta de tío serio. De hecho, lo era. Sin embargo, parecía que con Ryan había… no sabría decir si era simple favoritismo o era un vínculo secreto. No había que ser un lumbreras para darse cuenta de la confianza que había entre ambos. Es más, se dirigía a directamente a Ryan por su nombre de pila, y no por el apellido como el resto de educadores del país, o incluso del mundo, qué sé yo. Sentí verdadera curiosidad, pero no iba a preguntárselo a Ryan. Ni hablar. Mejor no abrir la boca.

¡Gracias por leer hasta el final! ♥