domingo, 12 de junio de 2011

El chico perfecto II.

Confié en las palabras de mi padre hasta el momento exacto en que metí un pie en mi nueva clase. La atmósfera que se formó a mi alrededor era tan pesada que podía cortarse con un cuchillo: todos me miraron cuando entré y, al sentirme observado, me quedé paralizado en el marco de la puerta, sin saber qué decir o qué hacer, pero ninguno se acercó. Me ignoraron por completo y siguieron con sus charlas. Sentí cómo un sudor frío me recorría la nuca y se me encendieron las mejillas. Busqué rápidamente con  la mirada un sitio desocupado para sentarme y acudí corriendo a él.

Desde ese preciso instante no levanté la mirada del suelo. Estaba patéticamente abochornado. ¿Qué había hecho para que todos me mirasen de esa manera y luego apartasen la vista de mí como si me hubiesen imaginado, si ni siquiera abrí la boca? No entendía nada, pero las miradas de todos aquellos extraños me atravesaron como ajugas.

Observé por el rabillo del ojo algunos detalles que me llamaron la atención de aquella gente. Me regañé a mí mismo por ponerme a criticarlos como una vieja, pero es que mis compañeros eran el más claro ejemplo del concepto de glamour y exquisitez de las fiestas pijas que aparecían en los reportajes de las revistas del corazón. Todos parecían haberse puesto de acuerdo para parecer clones: polo y vaqueros perfectamente planchados en escalas de azul a morado pastelito, con cuidadísimos y cuidadosamente engominados flequillos peinados hacia un lado. No tenían la pinta de que les gustara el fútbol, el baloncesto o los videojuegos como a los chicos normales. A ver cómo conseguía sacarles algún tema de conversación

Lo de las chicas era un mundo aparte, pero a la vez paralelo, al universo masculino. Gamas de rosa chicle, blanco impoluto y malva bebé cubrían sus delgados cuerpos en forma de blusas finas, pantalones apretados y falditas minúsculas. En circunstancias normales me habrían deleitado con el dominio de la minifalda, pero estas chicas eran tan cursis que me daban repelús. Me imaginé cuánto tiempo gastarían esas las niñas en peinarse y maquillarse de la forma en que iban, pintadas como puertas, con peinados imposibles y con vida propia. Y no quería ni pensar en lo que tardarían en combinar todos los pendientes, pulseras y demás abalorios con la ropa que llevaban puesta.       

Suspiré de forma ruidosa. De todas las clases que podrían haberme tocado, había llegado a parar a aquella donde tenía claro que no iba a integrarme jamás. Sólo con escuchar las conversaciones de mi alrededor llegaba a la conclusión de que ese mundo al que ellos estaban acostumbrados era completamente diferente al mío: que mi si padre iba a comprarme esto, que si anoche en tal programa dijeron lo otro, que si el fin de semana irían a emborracharse al chalet de tal después del polo... Ese mundo no iba para nada conmigo. ¿Qué no sería para tanto decías, papá? Me reí en bajo, y mis carcajadas sonaron sarcásticas y tristes. Éste iba a ser un curso muy largo...

Entonces, le vi aparecer, y no pude evitar mirarle durante tanto rato, aunque aún no sabría explicar por qué lo hice.

Podría haber sido porque llevaba los hombros demasiado relajados al entrar por la puerta del aula, a pesar de ser completamente diferente a los demás.

O porque, al igual que a mí, todos le miraron cuando se metió en la clase, pero no les hizo el más mínimo caso mientras los demás le miraban con una mueca de asco y desprecio.

O porque entró tarareando tranquilamente la canción que sonaba en sus auriculares, sin importarle molestar las conversaciones ajenas.

O, simplemente porque, entre esa masa clónica de gente, me pareció la persona más auténtica que había visto en toda mi vida.

Analicé cada uno de los aspectos que me obligaban a mirar al chico que acababa de entrar como si fuese una colegiala. En lo primero en que me fijé fue en que llevaba un aro de plata en el labio inferior. De alguna manera, le quedaba demasiado bien. Sus labios eran finos y parecían muy suaves, y el piercing, muy a mi pesar, porque siempre había querido hacerme uno en el mismo sitio, le quedaba muy bien. 

Después me fijé en su pelo. Demasiado rubio. Demasiado liso. Demasiado perfecto para ser un tío. El flequillo le cubría la mitad de la cara, y el pelo le cubría ligeramente la nuca. Cualquiera habría dicho que se trataba de un corte de pelo de chica, pero le pegaba. La combinación entre el brillo dorado de su pelo y la palidez de su piel se fundían en una extraña armonía que te obligaba a mirarle.  Me daba demasiada envidia.

Su indumentaria siguió en mi reconocimiento. Me sorprendió el contraste que había entre su sudadera negra y sus vaqueros rotos y deshilachados y el poderío de los colores tipo rosa y demás del resto. Sin embargo, a él no parecía importarle en absoluto. Las cadenas que colgaban de sus pantalones tintineaban como si quisiesen decir “No me importa, y si no te gusta es tu problema”.

Pero lo que más captó mi atención fue, sin duda alguna, sus ojos. Sus ojos azules, ligeramente rasgados y de pestañas oscuras y kilométricas, hechizaban con sólo mirarlos de reojo. No eran nada fuera de lo común, pero su mirada guardaba cierto misterio que le parecía ser la persona más interesante del mundo.  Envidié todas y cada una de sus cualidades físicas, una por una.

No podría calcular con exactitud cuánto tiempo permanecí mirándole, pero era cuestión de segundos el que me pillase observándolo tan fijamente. Efectivamente, bastaba con que lo pensase para que sucediese. El chico se giró en mi dirección y me vio mirándolo. Tierra, trágame, pensé. Me tomaría por loco, por raro, o qué sé yo, por gay. Mis relaciones sociales en mi nuevo hogar empeoraban por momentos.
Sin embargo, no hizo ninguna mueca de asco, ni me dirigió ninguna mirada extraña. Se quitó los auriculares de las orejas y me dedicó una sonrisa amable, dejando entrever sus dientes blancos y perfectos. ¿Acaso ese chico no tenía ni un solo defecto?

Yo, por el contrario, no supe cómo reaccionar. No sabía qué hacer, si devolverle la sonrisa, decirle algo agradable, ignorarle, o simplemente pestañear, por ejemplo. Aparté la vista y miré al suelo. Qué vergüenza. Buen trabajo, TJ, me regañé.

- Perdona, ¿está ocupado?

El chico perfecto se había acercado hasta la mesa y señalaba el pupitre contiguo al mío con una amplia sonrisa. Dios santo, qué voz. Hasta su voz era bonita, aterciopelada y acorde con su imagen . Qué suerte has tenido de que tu madre te pariese así, pensé.

Levanté la cabeza y, con la cara sonrojada, negué con la cabeza. Él dejó la mochila sucia y harapienta sobre la mesa y se sentó sin quitarme el ojo de encima con esa sonrisa traviesa de oreja a oreja. Me pregunté qué encontraba tan divertido para no parar de reírse.

- Vaya, así que chico nuevo, ¿eh?

Qué listo. ¿Cómo lo has adivinado? ¿Por qué es la primera vez que me ves, quizás? ¿Porque estoy completamente solo en una clase llena de gente? Por favor. Ahora resulta que no es tan original como pensaba. Se limitará, como todos, a tratarme como el chico nuevo. Me hundí. ¿Encontraría algún día alguien con quien poder relacionarme?

- Ser el nuevo es un rollo. A mí me tocó hace dos años. Te compadezco, en serio.

El corazón me dio un vuelco. Acababa de oír cómo el cielo se abría y los ángeles cantaban. Aún podría guardar esperanzas en cuanto a tener algo de vida social. El chico perfecto sí que era perfecto después de todo, o tenía todas las papeletas para serlo. Estaba siendo amable conmigo por propia iniciativa. Gracias, Jesús, gracias, gritaron mis entrañas.

Pero, vamos, no te quedes callado. Responde con algo ingenioso, cae bien:

- Ya, pero es lo que toca.

Se rió a carcajadas. Definitivamente, yo le parecía gracioso.

- ¡Pues menos mal que te lo tomas bien! Yo quise hasta cambiarme de instituto. ¡Incluso intenté que me expulsaran a propósito!

- ¿Tan malo fue? – los ojos se me abrieron como platos y empecé a preocuparme.

- Me estoy quedando contigo – contestó, sorprendido. No pensó que fuera a picar. Me sonrojé: me sentía el típico novato al que le tomaban el pelo con cualquiertontería.

El chico perfecto se volvió a reír y me dio una palmada en el hombro.

- Siento haberte asustado, era un chiste. Me llamo Ryan – me ofreció los nudillos y yo choqué los míos contra los suyos.

- TJ.

- ¿TJ? Qué curioso. ¿Puedo preguntar de qué?- me miró con ojos inquietos.

- Thomas.

Ryan frunció el ceño.

- Espera. ¿Eres el hijo del señor Jameson?

- Eh... sí. ¿Conoces a mi padre? – la pregunta me pilló por sorpresa. Sabía que Reed River era un pueblo pequeño y todo el mundo se conocía, pero eso no me lo esperaba.

Se encogió de hombros.

- Sí, bueno, mi madre trabaja con él en el mismo departamento y a menudo viene a tomar café a casa. Además, ¿quién no conoce los partidos de los sábados por la tarde del señor Jameson? – al decir eso último, se le iluminaron los ojos.

- ¿Tú también ibas a los partidos? – sentí bastante curiosidad. A pesar de jugar todos los fines de semana en el parque, no reconocía a Ryan. Ni siquiera me sonaba su cara.

- Claro que iba. De todas formas, lo sigue haciendo – Ryan se rió entre dientes.

- ¡Eso no me lo ha dicho! – me puse pálido y me envolvió un aura de vergüenza ajena -. Por el amor de Dios, a su edad y que siga haciendo tonterías de ese tipo.

- No tiene nada de malo – me miró poniéndose serio de repente. Sería la primera impresión que tendría de él, pero le sentaba bien estarlo -. Yo sigo yendo al parque los sábados... no juego con los chavales, pero me quedo mirando muchas veces. Da gusto ver que hay adultos que, en el fondo, no han dejado de ser niños, y no se avergüenzan de mostrarlo – se giró de lado sobre la silla y adquirió una mirada distante en sus enormes ojos azules, fijándose en algún punto en el vacío -. Yo daría lo que fuese por tener un padre así...

Ryan permaneció en silencio unos segundos, sumido en sus propios pensamientos. Cuando finalmente se calló fue cuando me di cuenta de que Ryan tenía un don de conversación que cualquiera habría querido tener, incluso yo. Cada vez lo envidiaba más.

Me sentí incómodo al no oír a Ryan parlotear animadamente. En cierta manera, reconfortaba mi mal comienzo con el resto de la clase. Le miré un instante, esperando que se sintiese observado y saliese de su ensimismamiento.

Al cabo de unos segundos volvió a darse la vuelta hacia mí sobre la silla y sonrió algo avergonzado.

- Lo siento. Me he quedado pensando en mis cosas.

- No pasa nada – respondí, tratando de imitar su sonrisa. Fracasé. No podía igualar unos dientes así. Ni dos años más de ortodoncia me habrían dejado los dientes así.

Ryan relajó los hombros y echó una mirada alrededor de la habitación extendiendo el brazo izquierdo.

- Bueno, TJ, te daría la bienvenida al Saint John’s, pero de buena no tendría nada.

- ¿Qué quieres decir?

- La primera hora en tu nuevo instituto ha resultado ser la peor de todas las que podrían haberte tocado. Menuda suerte, chaval.

- Bueno... a mí me gusta la Física... – mentí, y me encogí de hombros.

- No me refiero a eso. Mira a tu alrededor. ¿Qué te parece la gente? – levantó el mentón señalando a un grupo de chicas que estaban cerca de nosotros y charlaban a gritos sobre un nuevo y carísimo perfume que estaba a la venta.

Me pensé cuidadosamente la respuesta que iba a darle, pero solamente podía contestar de una forma:

- No lo sé. La verdad, no he hablado con nadie más en los últimos 10 minutos...

Ryan asintió lentamente.

- Exacto. Y en esta clase no esperes encontrar a alguien con quien puedas hacerlo.

Parecía muy molesto, y eso me puso alerta. Ryan no estaba bromeando, se le notaba en los ojos, y me imaginé que cuando fue su turno de ser el chico nuevo le habría pasado lo mismo a él. Le compadecí.

- ¿No son sociables o…? – me atreví a preguntar.

- Son idiotas – se limitó a decir. Mi cara de pasmo debió de sorprenderle, así que suavizó un poco el tono y se excusó -. Bueno, a lo mejor he sido demasiado explícito, pero míralos. ¿Crees realmente que esta… esta fauna mostraría algún tipo de interés en alguien que no fueran ellos mismos?

Para ser franco, realmente me asustó el que Ryan utilizara un tono de voz completamente normal para soltar esa clase de florituras sobre las personas que tenía a menos de dos metros de distancia. Lo normal es que, cuando pones verde a alguien, bajes la voz para que no te escuche, pero parecía que Ryan quería que le escuchasen.

Tuvo resultado. Las chicas que cacareaban sobre aquella carísima colonia habían dejado de hablar para prestar atención a lo que Ryan decía sobre ellas. En sus caras se veía que no les estaba haciendo ni la más mínima gracia que estuviese diciendo esas cosas. La más alta de todas, una chica con una larga melena estropeada por el calor de la plancha y el tinte rubio barato se separó del grupo y se dirigió a nuestra mesa con cara de malas pulgas. Perfecto, pensé. Ahora pensarán que participaba de la conversación y me cogerán manía. Maldito seas, Ryan. Tienes el don de la palabra, pero tienes la boca muy grande.

La Barbie pelo paja preparó una sonrisa forzada antes de dirigirse a nosotros. Tenía los dientes de color blanco dentista. Gente con pasta que se lo puede permitir, supuse.

- Perdonad, chicos – la Barbie puso voz ñoña mientras de reclinaba sobre la mesa de Ryan, exhibiendo, creo que a propósito, el enorme escote de su blusa blanca. No pude evitarlo y se me fueron los ojos -. Creo haber escuchado cosas feas que no me han gustado nada.

Intenté excusarme diciendo que era una equivocación, pero Ryan se me adelantó, respondiendo sin molestarse lo más mínimo en mirarla para hablarle a la cara:

- Es que si no fuesen cosas malas no te molestarían, reina.

Fue tan sarcástico que hasta me dolió. La chica del escote puso mala cara un momento, y luego volvió a mirarme.

- Escucha, tú no le hagas caso, ¿vale? Es un tío rarito. Hazme caso. Aléjate de él si no quieres que te lo pegue.

- ¿Y entonces qué, Katie, querida? ¿Prefieres que esté con el rarito o con la que no ve más allá del relleno de su sujetador? – contestó con una sonrisa socarrona.

Kate, que así debía de llamarse la Barbie, apretó los dientes y se posicionó frente a Ryan para mirarle directamente a los ojos. El gesto brusco de Kate alarmó al resto de los presentes, que poco a poco formaron un círculo alrededor de nuestros pupitres. Todos miraban a Ryan, y no con buena cara, la verdad. Se me pusieron los pelos de punta. Aquello no iba a acabar bien.

- Mira, niñato, ¿se puede saber de qué vas? – Kate montó en cólera -. ¿De dónde sacas esas confianzas para llamarme Katie, para empezar?

- Desde que tú sacaste las tuyas para decirle al nuevo qué es lo que tiene que hacer.

¡Maldito merluzo, a mí no me metas en tus historias!

- Oh, ¿ahora resulta que va a hacer lo que tú le digas?

- Para nada, porque esto es un país libre. Sólo voy a darle un consejo – me dirigió una mirada traviesa que me puso alerta. Iba a soltar otrafloritura, estaba seguro. Dios, esto no puede ir a peor, pensé -: no te juntes con zorras.

Ryan se ganó, y bien merecidos, los abucheos de todos los que nos rodeaban. Vi cómo una de las amigas de Kate la sujetaba por los brazos y la llevaba hasta la pared posterior para calmarla. Estuvo a punto de lanzarse sobre Ryan de pura rabia. Él, sin embargo, ignoraba los gritos. Sonreía orgulloso. La verdad, mi imagen de chico perfecto al que me encantaría idolatrar se esfumó por completo. Ryan era muy guapo, no había ninguna duda. Pero era un repelente maleducado al que le perdían demasiado las formas.

 Sentí cómo me ardían las mejillas. Me iban a comer durante el resto del curso por juntarme con Ryan, de eso no había duda. Pero la verdad, no me quedaba otra. Era la única persona que, desde que entré por la puerta, mostró cierta amabilidad conmigo.

¿No iba a ser para tanto, papá? ¿Estás seguro?

El barullo cesó cuando la puerta se abrió de golpe y un señor calvo y con bigote entró en el aula. Llevaba un libro enorme bajo el brazo y con la mano izquierda sujetaba un maletín de piel. Echó una mirada rápida al interior de la habitación y todos los que estaban de pie armando jaleo se sentaron en sus asientos sin abrir la boca. ¿Quién era ése? ¿Un profesor de Física o Hitler?

El señor del bigote, sin dejar de mirarnos a todos, caminó hasta la tarima y dejó lo que cargaba sobre la mesa. Luego, tras un profundo suspiro, se frotó las sienes y musitó:

- Ryan, cuando acabe la clase quiero hablar contigo.

Ryan levantó los brazos y fingió enojarse. En realidad, parecía divertido.

- ¿No puede darme por una vez el beneficio de la duda, señor Callaghan?

- Hace dos años que te doy clase de Física, Ryan. Creo que estoy ligeramente acostumbrado.

- De todos modos, ¿quién iba a darle el beneficio de la duda a un capullo como Ryan? – se oyó musitar a Kate varias filas más atrás.

El señor Callaghan escuchó el comentario.

- Señorita Turner, como vuelva a oírle decir algo parecido no sólo del señor Martin, sino de cualquier alumno de esta clase, le prometo que voy a hacerla venir durante todos los veranos hasta que cumpla los veintiuno – la regañó, y Kate hizo un mohín.

Me quedé de piedra. El señor Callaghan tenía pinta de tío serio. De hecho, lo era. Sin embargo, parecía que con Ryan había… no sabría decir si era simple favoritismo o era un vínculo secreto. No había que ser un lumbreras para darse cuenta de la confianza que había entre ambos. Es más, se dirigía a directamente a Ryan por su nombre de pila, y no por el apellido como el resto de educadores del país, o incluso del mundo, qué sé yo. Sentí verdadera curiosidad, pero no iba a preguntárselo a Ryan. Ni hablar. Mejor no abrir la boca.

3 comentarios:

  1. Hola Rie. (Si me permites llamarte así XD)
    No me conoces, pero yo a ti sí, desde hace poco, pero te conozco. Con esto quiero que sepas que me gusta tu manera de jugar con las letras, tu manera de formar frases llenas de sentimiento, mis felicitaciones. También te quiero felicitar por esta historia que estas haciendo, que sepas que me gusta y la voy a seguir con cierto interés ^^.
    Respecto a los personajes (aún queda bastante para que tenga uno claro) pero creo que me decanto por Ryan, haber que nos deparará ^^

    ResponderEliminar
  2. Hola!!!! No sé cómo, pero el destino me trajo a tu blog. Y tengo que decirte que tu historia de verdad me ha gustado!!!
    Ryan me ha llamado mucho la atención (es encantador), y Thomas... Bueno, no puedo evitar admitir que me identifiqué con él en su manera de ser y en sus maneras de pensar.
    Te felicito por cómo escribes! Yo solo había abierto el prólogo para husmear, y sin embargo terminó atrapándome!!!
    Sé que hace siglos que subiste ésto, quizás ni leas el comentario, pero bueno, tenía que decírtelo.

    Y en fin, si acaso sí lo lees y tienes tiempo, te invito a visitar mi blog, pues yo he comenzado hace poco a subir una novela propia y estoy en busca de opiniones! Su nombre es Génesis, y es de un género ciencia ficción, con romance y aventura. Está ambientada en una realidad Steampunk, aunque no sé si sabrás lo que ésto es.
    Bueno, de todas formas, vuelvo a decirte que tu historia me encanta. Un saludo!!
    Mucha Suerte.

    ResponderEliminar
  3. Escribo para agradecerte por haber respondido mi mensaje!! Y bueno, es un gusto para mí que hayas dado un poco de tu tiempo para hojear mi historia. Conozco lo del poco tiempo, es una de las cargas de todo ésto ¿No? Sientes que todo corre muy rápido y no llegas a hacer nada. Es como inevitable.
    Siempre es genial recibir opiniones y felicitaciones de alguien por algo que uno hizo, aún más por alguien que no conoces, eso es muy cierto, así que repetiré el muchas gracias por haber pasado por mi blog.
    Yo volveré por aquí en cuanto sigas con tu interesante historia ^ ^
    Un saludo.
    Y que la suerte esté contigo ;)

    ResponderEliminar

¡Vamos, es gratis y no duele!


¡Gracias por leer hasta el final! ♥