jueves, 29 de septiembre de 2011

El chico perfecto VII.

Siento mucho haber tardado tanto, pero con la tontería de empezar las clases no he tenido tiempo para escribir. Sean misericordiosos, por favor, soy universitaria.

Avanzamos un par de metros en silencio, un silencio que se me hizo demasiado incómodo. Esperé a que Ryan dijese algo, cualquier comentario, para poder empezar una conversación. Pero, para mi sorpresa, se limitó a caminar a mi lado con las manos en los bolsillos. A diferencia de mí, él llevaba los hombros relajados y daba pasos tranquilos y seguros; yo caminaba con largas y torpes zancadas, intentando no quedarme atrás, e iba tan tenso que notaba mis palpitaciones bajo la piel del cuello. Tenía que decir algo, cualquier cosa, antes de que Ryan se diera cuenta de que estaba nervioso. Aunque yo no definiría tal y como estaba aquella tarde como nervioso: estaba acojonado.

Vamos, TJ, di lo primero que se te ocurra, pero dilo ya.

- Oye, Ryan – se giró hacia mí, sin dejar de caminar; me sobresalté -, ¿cómo se encuentra la madre de tu amiga?

Había esperado algo más ingenioso, pero no estaba mal.

- Oh, está bien, sólo tiene una pequeña herida en la frente. Ya sabes que los cortes en la cabeza sangran un montón – se encogió de hombros -. Fue más el susto del golpe que otra cosa.

Y se hizo el silencio otra vez, y se me estaban acabando las ideas. Antes de que me el cerebro se me prendiera fuego, Ryan me preguntó:

- TJ, ¿te molesta que te haya invitado a salir? – me quedé tan perplejo que se me olvidó responder, y él pareció aún más decepcionado. No me agradaba verle así -. Pareces incómodo. Quizás me haya precipitado y deberíamos dejarlo para otro día…

Oh, no. ¡Arréglalo! ¡Arréglalo, maldita sea, antes de que sea demasiado tarde!

- ¡No, no, en absoluto! – me apresuré tanto a poner una excusa que escupí frases sin sentido a gritos -. Es decir, ¡me alegra que llamaras! Porque, bueno, ya sabes, yo no conozco gente aquí y… bueno, en clase tampoco he hablado… con nadie, y eso, pero… o sea, ¡no estoy incómodo! Contigo no, me refiero…

Y el premio al ridículo más grande de la historia es para Thomas Jameson. Aplausos, por favor.

Aunque parece que el ridículo valió la pena, porque a Ryan se le escapó una risilla y volvió a sonreír.

- Por eso no te preocupes. Ya te dije que no esperaras hablar con nadie en el instituto. Son gentuza – quise replicárselo, pero la expresión de Ryan cambió de forma súbita  y no me dejó continuar -. Son unos cretinos, TJ. Con el tiempo te darás cuenta. Y no me importa que pienses que te estoy posicionando contra ellos, porque es precisamente lo que estoy haciendo.

Me dejó totalmente sin palabras. ¿De verdad que todo aquello que me dijo era para convencerme de que mis compañeros eran tan mala gente? ¿Tanto los odiaba Ryan como para querer eso?

- Yo creo que… - me atreví a decir. Volvió a interrumpirme. No supe si me gustaba menos verlo decepcionado o verlo mosqueado.

- ¿Por qué intentas defenderlos? Ya has visto la manera en que ignoran a todo el que no se parezca a ellos – sus ojos, de repente, se volvieron sombríos. El azul celeste pasó a ser índigo -. Me lo hicieron a mí, y a ti también te lo harán con el paso de los días.

No sabía si preguntárselo. Quizá no me respondiera, y no se lo reprocharía. Lo intenté de todas maneras.

- ¿A qué te refieres, Ryan? ¿Qué te hicieron?

Ryan cerró los ojos e inspiró profundamente. Puede que hubiese dado con el motivo por el que los detestaba tanto, pero jamás me hubiese imaginado que lo acosaran.

- Cuando llegué al instituto, hace dos años – habló muy despacio, con un deje de conformismo -, todos fueron amables. Se comportaban como estudiantes normales. Ya sabes, me hacían preguntas, querían saber cosas de mí, de la misma forma en que yo quería saber cosas de ellos. Yo me abrí y respondí a todo lo más amablemente que pude. Pero entonces – Ryan se detuvo un momento y tragó saliva. Instintivamente, yo hice lo mismo -, cuanto más me dejaba conocer, más se iban apartando. Dejaron de hablarme sin motivo alguno, hasta que al final acabaron haciéndome el vacío. Yo no entendía nada, y pensé que había sido culpa mía...

Entonces los labios de Ryan se curvaron en una sonrisa tan irónica que incluso me dolió. Se llevó los brazos detrás de la cabeza.

- Me di cuenta de lo que pasaba unos días después, cuando llegó otro chico nuevo.

- ¿También le... ? – quise saber.

- A Rodrick le encantaba la ropa ancha y la música rap.

Me paré a razonar. Había algo que no cuadraba.

- Un momento. No recuerdo a nadie que llevara...

- Le hicieron lo mismo que a mí. Le ignoraron por completo, hasta que un día apareció vestido como si hubiese salido de la portada de Vogue.

- Tienes que estar bromeando – parpadeé, incrédulo.

-No bromeo – dijo en tono despectivo. Parecía haber vuelto a ser el chico malcriado de esta mañana. Son los otros chicos los que le hacen comportarse así, pensé. No es que él fuera así realmente -. Desde ese día, se adaptó al grupo como pez en el agua. Y fíjate si se ha adaptado, que si mañana intentaras adivinar quién era, estoy seguro de que no sabrías decir quién es.

Traté de no creérmelo, pero era imposible. La evidencia estaba en que esta mañana, en clase, todos los chicos parecían iguales, y si hubiese habido alguno que vistiera pantalones anchos y una gorra, me habría acercado a él. Pero eran clones idénticos. Me parecía inconcebible que una persona pudiera haber cambiado por completo sólo para agradar a otros y encajar. Y lo que me parecía aún más increíble era lo que me había contado Ryan sobre los otros chicos: que le hicieran el vacío solamente por tener otros gustos, y quizás otra manera de pensar. Aunque, recordando detenidamente lo que había pasado un par de horas antes, no me extrañaba en absoluto, dado que Ryan y yo teníamos un estilo más o menos parecido.

La verdad es que una parte de mi cerebro quería darles un voto de confianza e intentar que conmigo fuera diferente, la misma parte que decía que lo que Ryan estaba haciendo era totalmente egoísta: comerme la cabeza para que, al igual que él, me alejara de ellos. Pero la otra parte de mi cerebro me decía que no valía la pena, y que a pesar de que Ryan estaba siendo poco ético, yo había empezado eligiendo pegarme a Ryan como una lapa cuando los demás pasaban de mí.

Definitivamente Ryan era un auténtico cabrón cuando quería. Pero tenía sus razones para serlo. Y, sinceramente, me sentí muy aliviado cuando me contó qué era lo que le habían hecho los otros chicos. Si hubiese sido un tema de acoso, no habría sabido dónde meterme.

Finalmente, cuando Ryan se hubo callado, me atreví a hacer un comentario en voz baja.

- Quizás tengas razón...

- En realidad – se apresuró a decir, relajando la expresión. Volvió a ser el Ryan agradable y educado que a mí me gustaba – no he debido contarte esto. quizás hubiese sido mejor que te hubieses dado cuenta tú solo. He quedado como un capullo.

En realidad, sí. Pero no importa., no lo había hecho con mala intención... bueno, a lo mejor sí.

- Bueno, a mí no me importa. Tú al menos no me has ignorado – sonreí – Gracias.

- Si te soy franco, TJ – me devolvió la sonrisa, enseñándome su dentadura perfecta -, ésa es precisamente la razón por la que me acerqué a ti – le miré horrorizado, y él trató de calmarme -. ¡Eh, no pienses que fue por compasión ni nada! Es que no quería que nadie más pasara por lo que yo pasé. Es bastante desagradable, y más si te acribillan a preguntas constantemente.

- Un poco, sí – suspiré.

- Aunque, ahora que he hablado un poco más contigo, me parece que hice la elección correcta – se detuvo y se puso frente a mí, y me dedicó una sonrisa que sólo podría describir con una palabra: preciosa -. Eres un tío muy agradable.

Sentí cómo la sangre subía a mi cara y a mi cuello, y después, un calor sofocante. Ryan me miró con fingida perplejidad, y soltó una carcajada.

- ¡Pero hombre, no seas tan tímido!

- ¡Lo intento, pero no puedo evitarlo! – escupí, tan avergonzado que quise que la tierra se me tragara -. ¡Me da vergüenza!

- ¿Qué te da vergüenza? ¿Hablar conmigo? ¡Pero si no muerdo!

Qué gracioso eres cuando quieres.

Ryan se secó las lágrimas con la manga de la sudadera y me guiñó un ojo.

- No te preocupes, te entiendo. Sólo estaba bromeando – y entonces clavó sus azulísimos ojos en los míos, y pronunciando suavemente cada sílaba, me confesó -. De verdad que me caes genial, TJ. Me encantaría que fuéramos amigos.

No supe por qué, pero mientras me decía aquello, sentí cómo un escalofrío me recorría la espalda de abajo arriba, y algo en mi estómago dio un giro de trescientos sesenta grados.

Quizás por la simple razón de que llevaba esperando oír eso durante toda la mañana.

O al menos eso era lo que quería creer.

Por fin había encontrado a alguien en quien confiar y en quien apoyarme. Y en menos tiempo del que había pensado.

Ryan me ofreció los nudillos, y se los choqué.

Jamás te estaré lo suficientemente agradecido por lo que hiciste esa tarde, Ryan.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El laboratorio de Komui: "sala de charla" especial comienzo de curso.

¡Buenas noches! Bienvenidos una vez más a El laboratorio de Komui. No hace falta decir que Komui no está. Bien, en esta ocasión, y como motivo del comienzo del nuevo curso académico (a pesar de que yo empecé la facultad hace una semana), dedicarñe este ratito a enumerar todas aquellas cosas tontas y simples que, precisamente por tontas y simples, me hacen feliz. ¡Allá voy!

* Reventar las burbujas del papel de embalar.

* Ponerme un jersey prestado y darme cuenta de que huele a quien me lo dejó.

* Darme un baño caliente por el mero placer de jugar con el agua y las burbujas de jabón.

* Responderle a mi hermana con un "En mi época no nos lo estudiamos así" cuando me pregunta una duda con los deberes.

* Ganar a mi padre jugando a Escoba.

* Que alguien se ofrezca a pelarme los langostinos y enguarrarse las manos por mí.

* Encender la radio y que justo esté sonando mi canción favorita.

* Acertar los paneles de La ruleta de la suerte cuando apenas hay letras.

* Mezclar vinagre con bicarbonato y observar cómo hacen espuma.

* Comer Nutella a cucharadas.

* Recibir una postal de alguien que está de viaje.

* Pedir un caramelo y que sea de fresa.

* Que mi padre me traiga ambrosías de Binter.

* Chuparme los dedos después de comer Pelotazos.

* Volver a ver episodios antiguos de Shaman King o cualquier otra serie de mi infancia.

* Capturar un Pokémon legendario.

* Observar cómo alguien se tropieza en la calle y disimula como si nada hubiera pasado.

* Vencer a un jefe difícil en un Final Fantasy.

* Pintarme bien las uñas de la mano derecha (soy diestra).

* Beber el caldito del ramen y sorberme el moquillo que sale por el picante.

* Que Mr. Pelos cargue con mis bolsas cuando voy de compras.

* Que salga el rey en el roscón de Reyes.

* Meterme en el mar y revolcarme en la arena de la orilla hasta empanarme como una croqueta.

* Descubrir que, a pesar del tiempo, sigo recordando la letra de las canciones de Disney.

* Recibir un mensaje que solamente dice "Estoy pensando en ti".

* Hacer temblar la gelatina.

* Ver nacer una mariposa.

* Tirarme a una piscina en calma.

* Pisar la nieve virgen.

* Descubrir que no eres la única que no entiende el chiste.

* Encontrar a otro canario cuando estoy de viaje en el extranjero.

* Terminar un sudoku.

* Merendar con el pastel o las magdalena que acabas de preparar.

* Frotar un globo con un jersey de punto y acercármelo al pelo.

* Hacer pompas de jabón.

* Las tardes de peli, palomitas y mantita.

* Tomar el sol en el césped de un parque.

* Sentir el chisporroteo de los Peta Zetas en la lengua.

* Quedarme traspuesta en el sofá viendo la tele.

* El olor a coche nuevo.

* El día que me quitaron la ortodoncia.

* Asomarme a la ventana y ver a lo lejos a alguien conocido.

* Sostener en las manos una taza de Colacao calentito.

* Coger a alguien de la mano en el cine.

* Verlo todo limpio y nítido cuando me pongo las gafas.

* Las películas sin anuncios del Canal+.

* Sacarle fotos a las flores,

* El olor de la calle después de llover.

* El potaje de lentejas de mi madre.

* Pasar una tarde jugando a la PlayStation y bebiendo cerveza.

* Los aros de cebolla.

* Ponerme camisetas de chico.

* Dormir en ropa interior.

* Que funcione el Campus Virtual.

* Que el camarero de la cafetería de la facultad te invite a una CocaCola.

* Las nankimas con salsa picante.

* Ver los vídeos de Elvisa una y otra vez.

* Que los bizcochos no se me peguen al molde.

Y hasta aquí la sala de charla de hoy. A cualquiera que le apetezca hacer su propia lista, ¡tiene todo el derecho del mundo a hacerlo!

Au revoir!

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mamimomentos.

M: ¡Eh, eh, eh, eh! ¿Adónde crees que vas?
R: ... ¿a mear?
M: De eso nada. Acabo de limpiar este baño, vete al de abajo.
R: ¡Jobar, mami! ¿En serio voy a tener que bajar al primer piso sólo para hacer pis?
M: Habértelo pensado antes.
R: Perdona si tengo problemas de próstata.
M: Pues vete al urólogo a que te metan un dedo en el culo, guapa.

R: (estudiando) ¡Mamá! ¿Sabías que uno de los derechos de los socios de las sociedades anónimas es el derecho a la suscripción preferente de nuevas acciones o de obligaciones convertibles en acciones? Esto quiere decir que cuando en una sociedad anónima se produce un aumento del capital social, los socios tienen preferencia a la hora de suscribir el 10% de esas nuevas acciones para igualar el porcentaje de capital social que tenían con anterioridad con respecto a la nueva proporción del capital actual. ¿Tú lo sabías?
M: Claro, ayer lo comentaron en Sálvame.

M: Ana dice que, cuando dejemos la empresa, montemos una funeraria. Haya o no haya crisis, la gente se muere igual...

M: ¿Quién ha hecho esa tortilla? Ha quedado un poco mongólica.
R: Es una tarta, mamá...
M ... oh... tiene un aspecto muy... original.
R: ¿Quieres probarla?
M: Definitivamente no.

M: ¡Oye! ¡Ya evolucioné como un Pokémon una vez para captar tu atención, no quiero tener que digievolucionar esta vez para que me hagas caso!

R: Mamá, ya te he dicho que, cuando dejes la empresa, montes un burdel. ¡Serías una madame cojonuda! Ya te estoy viendo, con la boa de plumas rojas, el cigarrillo con el filtro, y el lunar postizo en el labio.
M: ¿Y qué aportarías tú, emprendedora?
R: Yo te llevarías las gestiones y las finanzas.
M: ¡Ni de coña! ¡Tú a chuscar como todo el mundo!

M: ¿Y qué estabas haciendo antes de que te llamara?
R: Viendo una cosa.
M: ¿Qué cosa?
R: D. Gray-Man.
M: ¿Qué es eso?
R: Una de mis series frikis.
M: Oh, entonces no me interesa.

R: Sí, y así, cuando venga tu antiguo jefe al burdel, te vengas mandándole con la putilla más gorda y más fea.
M: Pero si antes dijiste que tú ibas a encargarte de las finanzas.

M: ¿Qué quieres que te regale por tu cumpleaños?
R: El Pokémon Platino.
M: ... no, ahora en serio, ¿qué quieres que te regale?
R: Que es en serio, el Pokémon Platino.
M: ... vas a cumplir dieciocho años.
R: ¿Y?
M: ... Dios, ¿en qué me habré equivocado?

M: ¿Qué quieres para almorzar mañana? Dime lo que te apetezca, pero no voy a hacer ni lentejas, ni potaje de acelgas, ni pescado con guisantes, ni croquetas, ni carne estofada, que a tu hermana no le gusta.
R: ... haz lo que te dé la gana.

M: Oye, ¿qué quieres para tu cumple este año?
R: Si te lo digo, ¿me prometes que no te enfadas?
M: No pienso comprarte más Pokémon.
R: Entonces, sorpréndeme.

R: Mami, quiero comprarme unos pitillos rojos que vi en Pull&Bear. Están baratísimos.
M: No te preocupes, que cuando vaya a que le suban el vuelto, el precio será el normal. Porque no hay pantalón que te compres que no tenga que llevar a arreglar. Ya podrías crecer un poco.
R: ...
M: Pero yo te quiero tal y como eres.
R: Sí, arréglalo ahora.

M: Oye, oye, ¿tú estás segura de que la amiga de Andrea no es lesbiana?
R: ... buenos días, mamá.

R: Oye, mamá, ¿puedo...?
M: No.
R: Pero si no he...
M: No.
R: ¡Escucha al menos lo que...!
M: No.
R: ¡Mamá, que sólo...!
M: No.
R: ...
M Por cierto, ¿qué querías?

M: Deberías buscarte un novio con coche.
R: ¿Para qué?
M: Para que me lleve a mí cuando tu padre esté ocupado.

M: ¿Me acompañas a El Corte Inglés?
R: ¿A qué hora sale la guagua?
M: ¿En guagua, con la chusma? Yo me voy en taxi.

M: ¡Oye, pon El Programa de Ana Rosa y vete contándome, que hoy van a hablar de lo de Jesulín de Ubrique!
R: Mami, tengo que hacer el trabajo de Marketing...
M: ¡Ni que no pudieras hacerlo con la tele puesta y el teléfono en la oreja!

Que viva la madre que me parió.

lunes, 12 de septiembre de 2011

El placer de las cosas sencillas.

Como todas las noches, a eso de las ocho y media, pusieron en marcha su ritual. Ella se metió primero en el cuarto de baño. Se dio una larga ducha de agua caliente y se puso el pijama, un coqueto combinado de camisilla y pantaloncitos morados. Cuando salió, se cruzó con él en el pasillo. Le besó fugazmente los labios y le dijo que iba a preparar la cena. Él sonrió, la siguió con la mirada hasta que desapareció en la cocina y fue a ducharse.

Con un par de huevos, una lata de champiñones, un poco de jamón y un pellizco de tomillo, en pocos minutos, preparó un sabroso revuelto. El olor de los champiñones calientes inundó la cocina y se deslizó por el pasillo. Cuando él salió del baño, con sus gastados pantalones a rayas, el aroma golpeó su nariz. Inspiró profundamente y se pasó la lengua por los labios. Mientras caminaba hacia la cocina, pensó en que tenía mucha suerte: pocas personas cocinaban tan bien como ella.

Cenaron juntos en la cocina, sin prisas, mientras se contaban algunas anécdotas del día. Ella le confesó que no pudo evitar reírse cuando una madre le explicaba en el hospital las dolencias de su hija, a la que llamó Pocahontas. Él, por su parte, le contó que uno de sus alumnos de Primaria le había preguntado qué era masturbarse. La curiosidad de ese niño hizo que ella casi se atragantara. Pasaron un rato muy agradable. Disfrutaron con la simpleza de sentarse juntos a la mesa.

Él se ofreció a fregar los platos, y ella preparó la televisión de la sala para ver una película que había alquilado. Era una comedia romántica. Él se sentó en el sofá, y ella se acurrucó junto a él, hundiendo su cabeza en el hueco de la clavícula. Él, por su parte, le rodeó el hombro y apoyó la mejilla sobre la coronilla de ella. La apretó fuerte contra él, y ella sonrió. Sintió la calidez de la piel desnuda de su pecho contra su rostro. Le gustaba tenerlo cerca, para ella sola.

La película era francamente mala. Penosa, como él la había descrito. Era el típico intento de comedia americana de bajo presupuesto. Se rieron a carcajadas, no de los chistes del guión, sino de los actores y del propio argumento. Las risas de uno hacían reír al otro, y eso les hacía felices. Mientras hacían el esfuerzo de prestar atención a la televisión, él jugaba con algunos mechones de su larga cabellera rubia. Le encantaba su pelo: era suave, fino, y olía siempre a frutas. A pesar de que siempre le habían gustado las chicas morenas, no podía negar que ésa era una de las cosas que más le gustaban de ella.

Al final, se rindieron. Apagaron la televisión de pura vergüenza ajena y se fueron a dormir. Se acostaron, después de lavarse los dientes. Ella fue la primera en meterse en la cama, tapándose con las mantas hasta la oreja. Él se acostó a su lado, y como todas las noches, le besó la frente, le dijo que la quería y le dio las buenas noches, y ella hizo lo mismo.

Pasó una hora, y ella aún daba vueltas en la cama. No conseguía quedarse dormida, a pesar de que permanecía con los ojos cerrados pensando en cosas agradables. Pensaba en él, en lo mucho que le gustaban sus ojos verdes; en sus dientes, blancos y alineados; en esa mata de pelo castaño, siempre despeinado. Para ella, él era lo más hermoso que podría haber deseado nunca.  

Abrió los ojos, empezando a desesperarse. Rodó media vuelta sobre el colchón, esperando verle la cara. Pero él estaba de espaldas. Suspiró, y se acercó a él, pero sin llegar a tocarlo, para no despertarlo. Pero estaba despierto.

- ¿Qué te pasa? - preguntó.

- No puedo dormir - contestó ella, avergonzada,

Él se dio la vuelta al instante, y la rodeó con los brazos. Antes de que pudiera decir nada, empezó a acariciarle la cabeza con los dedos. Le susurró suavemente al oído que no pasaba nada, y que intentara pensar en cosas bonitas, como una puesta de sol en la playa o una montaña nevada. Ella no dijo nada, y se limitó a hacerle caso. Se imaginó a ella misma sentada en la playa, escuchando el ruido del mar, mientras él dibujaba círculos sobre su pelo. En cuestión de minutos, el sueño la venció.

No supo decir cuánto tiempo estuvo durmiendo hasta que volvió a despertarse sin razón aparente. Aún aturdida, le buscó con la mirada. Le encontró a su lado, mirándola con el gesto más dulce que jamás le había visto.

- ¿Qué haces?

- Estoy esperando a que te quedes dormida. Si no consigues coger el sueño, estaré aquí contigo.

Se sintió la mujer más afortunada del mundo. Le abrazó con mucha fuerza, y aunque eso sólo consiguió desvelarla del todo, no le importó tener que trasnochar junto a la persona que más quería en el mundo.

¡Gracias por leer hasta el final! ♥