viernes, 6 de febrero de 2015

Atelofobia



Hace cosa de una semana, un compañero de trabajo de mi padre (que casi es como un tío mío, porque me ha visto crecer. Es decir, cumplir años. Crecer literalmente, no mucho) me pidió que me reuniera con él, que había algo de lo que quería hablar conmigo. Quería pedirme un favor de carácter académico-investigador, por el cual me pagaría una determinada cantidad. Evidentemente, no me negué: recibir un dinero por hacer algo que he hecho miles de veces mientras estudiaba en la universidad; y que además, se me da bien, es un negocio. 

El problema vino después, cuando me propuso presentar los papeles para solicitar una beca para el hacer el doctorado. Éste es un tema que me viene chirriando desde hace tiempo, pues no había pasado ni un mes desde que presenté el Trabajo de Fin de Máster cuando mi padre me dijo: "¿Qué? Ahora a por el doctorado, ¿no?". En ese momento ni siquiera me planteé el si quería meterme a hacer la tesis doctoral, porque estaba del TFM hasta el culo, y le dije tenía que pensármelo. No descartaba la posibilidad, pero tampoco era algo que me entusiasmara realmente.

Le di vueltas durante los meses de verano, y al final decidí que no iba a hacer el doctorado este año. Me he pasado los últimos cinco años de mi vida estudiando, y simplemente, ahora lo que me apetece es trabajar (si algún empresario con corazón me llama algún día, claro). Eso no significa que no haga el doctorado más adelante, sino que, ahora mismo, no tengo ganas ningunas de meterme en eso. Mi decisión no le hizo especial gracia a mi padre, pero bueno. No sería la primera vez.

Pues bien, el compañero de mi padre me propuso el tema de la tesis, que, visto desde fuera, parece muy innovador e interesante, pero que yo no termino de verlo. Era un rollo así de utilizar la inteligencia artificial para predecir comportamientos en el turista. No estoy segura, no entendí muy bien el rollo, y era sólo una idea sobre el qué quería estudiar. Nada concreto. El caso es que le dije al buen hombre que tenía que pensármelo, y que le daría una respuesta.

Se me ocurrió la genial idea de preguntarle a mi padre. Claro, ¿qué iba a decirme él? Que presentara los papeles, por supuesto. Que, si al final me la concedían, tendría un "sueldo" de 1.200€ todos los meses durante un máximo de cuatro años, con el que podría vivir perfectamente si no encontraba un trabajo. 

Tal cual me lo planteó, pues al final acabé aceptando la propuesta. Tenía que aceptarla, ¿no? Era lo que cualquiera habría hecho en mi lugar. Era lo que debía hacer.

Pero, claro. Al buen hombre se le olvidó comentar que el plazo acababa el 6 de febrero (mañana. Bueno, hoy, que ya pasan de las 12) a las dos de la tarde. Eso me lo dijo el lunes al mediodía. Y la cantidad de papeles que había que entregar era agobiante.

Cumplimenté, preparé y entregué todo aquello de lo que yo podía hacerme cargo. Es decir, todo aquello que no hablara sobre el proyecto de tesis en sí, del cual yo no tenía ni puñetera idea. Me he pasado toda la semana yendo y viniendo de sitios, entregando papeles, rellenando formularios, peleándome con el Acrobat... Un auténtico caos. A cambio, recibí un empeoramiento de mi lumbalgia que era ya lo último que podía desear.

Se suponía que esta mañana todos los documentos iban a estar listos para ser enviados. Yo había hecho mi parte, el tipo debía tener hecha la suya. Qué equivocada estaba. Lo primero que me dijo según entré en su despacho era que la memoria del proyecto de tesis (una de las cosas que había que entregar) era un pedazo de tocho de chorrocientas páginas del cual él se iba a encargar, pero que no había terminado. Me enseñó un fichero de Word con un mogollón de fórmulas matemáticas que me dieron mareos nada más de verlas. Y entonces me dijo: "Hay una parte de la memoria que tienes que escribir tú".

Me quedé blanca. Si ni siquiera sabía de qué narices iba la tesis, ¿qué se suponía que debía escribir? ¿Y para cuándo?

"Entre cinco y ocho páginas. Para hoy. Mañana por la mañana tengo dos reuniones a las que no puedo faltar, y todo tiene que estar enviado esta tarde".

Me vine abajo. He redactado textos así muchas veces, y he sacado verdaderas obras de arte cuando me pongo. Pero nunca bajo esas condiciones: sin saber exactamente qué demonios tenía que escribir, y disponiendo de un par de horas. No podía hacerlo. Estaba segura de que no iba a poder tenerlo para la tarde. Y que, si sacaba algo, sería un churro de cojones.

El compañero de mi padre debió de ver mi expresión de angustia, y me dijo que, si no quería hacerlo, que no lo hiciera. Que no presentara los papeles, y que lo dejara. Que no era plan el hacer algo que no me gustara o que no me apeteciera hacer. 

"Te voy a ser sincera", le dije. "No tengo maldita gana de hacer eso, y mucho menos con todas las cosas que tengo que hacer hoy. Estoy segura de que no voy a poder hacerlo bien. Pero no me siento a gusto echando todo esto para atrás ahora después de haberte hecho perder el tiempo preparando tu parte de los documentos".

"El tiempo que he perdido no sólo yo, sino tú también, ya no se puede recuperar. La cuestión es qué quieres hacer tú. La decisión la debes tomar tú. Porque yo no gano ni pierdo nada con esto. La única perjudicada eres tú".

Me bloqueé tanto que casi me echo a llorar delante del tipo. Me dijo que me fuera a casa, que pensara en lo que quería hacer y que le diera una respuesta lo antes posible, para él saber si seguía trabajando en la memoria o no.

Mi novio estaba trabajando cuando salí de su despacho, así que llamé a mis padres, que están de viaje. No sé para qué hice semejante tontería.

"Estas cosas son así. Si tienes que perder una tarde haciendo eso, la pierdes, por mucho que no te guste. Escribes lo que te salga, y lo presentas como puedas".

"Vete a casa, descansa, relájate, y come tranquila. Después de comer, te sientas y lo intentas. ¿Que no te sale nada? Mala suerte. Te quedas igual que estabas hace cuatro días. No puede pretender que le escribas una obra de arte de un día para otro. ¿Que te inspiras? Escribes lo que puedas. Como si es una sola página. Y que sea la otra parte la que decida no darte la beca porque no le convence lo que has presentado".

A pesar de que mi madre fue ligeramente más comprensiva que mi padre, no pude evitar echarme a llorar cuando me metí en el coche. Porque estaba muy perdida y no sabía qué hacer.

Volví a casa e hice lo que me dijo mi madre, excepto por lo de relajarme. Después de comer, me senté delante del ordenador con la intención de escribir algo. Aunque fuera una sola página. Dos, con suerte.

45 minutos después, el documento de Word estaba totalmente en blanco; y yo, con un ataque de nervios tal que me dio alguna arcada. 

Pero no porque estuviera bloqueada ni porque no lograra sacar el trabajo.

Porque me di cuenta de que no quería hacer la estúpida tesis doctoral desde el principio, y que dije que sí por compromiso. Porque es lo que debía hacer. Porque estaba intentando hacer una cosa que no me hacía nada de ilusión por agradar a todos los que esperaban que hiciera eso. Lo estaba haciendo por ellos, no por mí.

Fue doloroso darme cuenta de eso. Me doy un poco de pena, en realidad. Porque he sido así toda mi vida. Y, cuando creía que había cambiado y que había logrado anteponer mi bienestar y mis prioridades a las del resto del mundo, me di cuenta de que no era así. De que me siento culpable cuando hago lo que yo quiero, y no lo que quieren los demás.

Al final llamé al buen hombre y le dije que no iba a poder hacer lo que me pidió, y que no iba a presentar la documentación. Me dijo que ya se lo imaginaba, y que no pasaba nada. Que lo importante era que yo estuviera a gusto. Y que, sólo si yo quería, que me avisaría para el otro trabajo.

También llamé a mi madre, y me contestó, con voz seca: "Es la decisión que tú has querido tomar. Me puede parecer mejor o peor, pero es lo que tú has decidido. Aunque, yo en tu caso, con todas las molestias que te has tomado, habría seguido hasta el final, aunque fuera con una mierda de memoria". Mi padre no quiso ponerse al teléfono.

Son las 0:35, y aún sigo sintiéndome culpable por haber hecho lo que me ha dado la gana. Aunque fuera lo más sensato.

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