lunes, 1 de febrero de 2016

Qué duro es trabajar de cara al público


Estoy convencida de que el mundo sería mucho mejor si la gente tuviera un poquito de consideración con la gente que trabaja de cara al público. Y lo digo hablando desde mi propia experiencia, ya que, el verano pasado, estuve trabajando tres meses como ayudante de recepción.

Sí, tres meses puede ser poco tiempo, pero se me hicieron interminables. Y tengo tantas anécdotas para contar... Desde el señor alemán enfadado porque en la playa hacía viento y se le metía la arena en la cara, hasta la señora canaria enfadada porque nadie le había dicho que su habitación iba a estar debajo de la antena telefónica, y los recepcionistas pretendíamos que le diera un cáncer.


Pero ya no hablo desde la perspectiva de una persona que trabaja de cara al público, sino desde la de clienta. Porque es increíble lo caradura que puede llegar a ser la gente, y la vergüenza ajena que pueden llegar a dar.

Esta mañana he ido a una tienda de Vodafone porque la batería de mi móvil está dando problemas. La maquinita me dio el turno 23, y todavía iban por el 10. "Bueno, mala suerte", pensé. "Pues me siento y espero". Y me senté, resignada, en uno de esos sillones tan incómodos. 

Una pareja entró justo detrás de mí, y sacó el turno 24. Al ver el último número que habían llamado, el señor empezó a resoplar y a quejarse en un tono relativamente alto. Pero la pareja se sentó a mi lado, y cuando el caballero se cansó de soltar improperios, se calló.

Ésas son las reacciones que cabría esperar de personas mínimamente civilizadas. ¿Tienes que esperar? Pues te callas, y te jodes. ¿Tienes prisa? Pues te vas y vuelves más tarde, o vas a otra oficina en la que haya menos gente.

Pero definitivamente no das por culo.

Ejemplo número 1: una señora entró a los diez minutos de yo sentarme, y al ver la cantidad de gente que había en cola, se acercó a una de las mesas donde una de las comerciales estaba atendiendo a otro cliente, la interrumpió, y le preguntó si, para no sé qué historia que no recuerdo, era necesario hacer la cola. La muchacha, muy educadamente, respondió que sí. La señora puso mala cara y contestó que, para lo que necesitaba, no hacía falta demasiado tiempo. A todo esto, el cliente mirando a la mujer con ganas de estrangularla. La chica, haciendo acopio de paciencia, le explicó a la señora que, por más o menos complejo que fuera el servicio, el sistema de colas estaba puesto para poder atender a los clientes en riguroso orden de llegada. Y la señora, como no podía ser de otra forma, se encabronó y empezó a gritar: que aquello no podía ser, que si el servicio era nefasto, que cómo era posible que la fueran a hacer esperar para una tontería, que así iban a perder clientes y se iban a ir a Movistar... En fin, que montó un espectáculo. Al final, la mujer se marchó dando gritos, y la cara de la comercial... Bueno, se la pueden imaginar.

Ejemplo número 2: había otro señor que se dedicó a perseguir (literalmente) a los empleados por toda la tienda, y cada vez que alguno de ellos llamaba un número, él les enseñaba su ticket, que tenía el número 28, me imagino que con la esperanza de que colara y lo atendieran. Pero no coló, ¿cómo iba a colar? Ni que los empleados fueran idiotas. Lo mejor es que el tipo se dedicó hacer eso desde que llamaron al número 15.

Ejemplo número 3: otra señora (siempre son señoras. Siempre) que estaba siendo atendida por un chico paga lo que tiene que pagar, le da las gracias al muchacho y se levanta. Cuando la señora abandona el puesto, el comercial llama al siguiente número, y una chica joven ocupa su lugar. Mientras el muchacho está despachando a la nueva clienta, la señora se para a mitad de camino hacia la salida y empieza a cotillear accesorios. Descuelga uno, y con todo su morro, vuelve a donde estaba el empleado que la atendió, y le dice: "Mira, cóbrame esto también". Habían pasado unos cinco minutos. El chico, estupefacto, le contesta que ahora está atiendo a otra clienta, y le pide por favor que vuelva a coger un número, ya que hay mucha gente en cola. La señora, como era de esperar, se mosquea, y le dice: "¿Qué más te da, si me acabas de atender?". Lo mejor es que fue un tipo que estaba sentado cerca de donde estaba yo el que respondió: "Porque cuando termine con la chica, me toca a mí; y no me da la gana que usted se cuele después de estar aquí esperando casi 20 minutos. Haber cogido eso antes". 

Para qué fue aquello. La señora entró en cólera, dejó lo que fuera que tenía en la mano en la mesa donde estaba trabajando el chico, y le dijo al otro cliente que era un sinvergüenza, y que ojalá le pasara algo. Yo, y prácticamente todos los que estábamos en la tienda nos quedamos muertos. El tipo sólo respondió con un "Venga, hasta luego".

La conclusión de todo esto es que no se puede ir en ese plan por la vida. La gente se olvida de que los que están al otro lado del mostrador sólo están intentando hacer su trabajo, y que muchas veces, no pueden complacer sus deseos particulares: porque hay otros clientes, porque hay unos procedimientos establecidos, o simplemente, porque no es posible. Pero, cuando lo es, lo hacen. Claro que lo hacen, es su trabajo. ¿Por qué no lo iban a hacer? Y eso la gente no lo entiende: se creen que, por el hecho de haber pagado o de pagar después del servicio, tienen derecho a todo, así como el derecho a exigir cualquier cosa. Las cosas no son así. Tú, señora pejiguera y maleducada (sobre todo lo segundo): no eres el ombligo del mundo. Y cuando ese pobre o esa pobre trabajadora te dice que esperes, o que no es posible eso que le estás pidiendo, no es que no lo haga porque no quiera y quiera fastidiarte el día: es porque no puede. Él o ella no tiene la culpa. Así que no le grites. No le insultes. No montes un numerito. No des por culo. Es tan fácil como dar media vuelta y salir del establecimiento.

Por un mundo más fácil para los que trabajan de cara al público.

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