miércoles, 21 de marzo de 2012

Episodio narcisista de marzo.


Nunca me he considerado una persona especialmente atractiva.
De hecho, hace un par de años, en esas edades en las que piensas las cosas más ilógicas y absurdas, conocidas como la adolescencia, me odiaba.
Detestaba no llegar al metro y medio, y ser el blanco de las burlas de mis compañeras.
Detestaba mi pelo fino, encrespado y sin forma.
Detestaba ser plana como una tabla de surf.
Detestaba mi inevitable acné.
Detestaba mi culo respingón, como el de las avestruces.
Detestaba tener las piernas definidas y torneadas por el deporte, casi como las de un futbolista.
Odiaba mi cuerpo y me sentía un bicho feo. No era bonita, y tampoco podía hacer nada para intentar arreglarlo. No podía maquillarme debido al (inservible) tratamiento anti-acné que seguía. Aparte de eso, no sabía maquillarme. No podía llevar el pelo suelo porque se me encrespaba a la mínima y parecía Mufasa. No podía ponerme faldas ni pantalones apretados porque resaltaba la turgencia de mis piernas y de mi enorme trasero.
No me gustaba, y no quería que nadie me mirara más de la cuenta. No quería sentirme más fea de lo que me sentía. Así que, en un momento de lucidez, decidí que lo mejor sería vestirme de negro. Pensé que, de negro, no destacaría, y si no destacaba, nadie se fijaría en mí. Pasé tristemente más de tres años de mi vida vistiendo con camisetas negras y vaqueros zarrapastrosos. 
Pero un día me miré al espejo y me pregunté: "Oye, sí que puedo pintarme los ojos. ¿Qué tal me quedaría?". Le robé un lápiz de ojos a mi hermana y, torpemente, me pinté la línea interior del párpado inferior, y luego el del superior. Me volví a mirar al espejo y me di cuenta de algo que hasta ahora no había visto: tenía unos ojos bonitos. Son de un mediocre marrón oscuro, pero me sorprendió el efecto que daban las líneas negras a la forma almendrada de mis ojos. 
Me gustó. Por primera vez vi algo en mí que me gustaba.
Llevé los ojos delineados al instituto al día siguiente, y muchos me dijeron: "¡Te has maquillado! ¡Te sienta bien el cambio!". No sé si lo decían por quedar bien, pero me lo creí. Pensé que me vendría bien un cambio. Un cambio que me ayudara a verme mejor y a quererme un poco más.
Desterré la ropa negra de mi hermana y poco a poco fui incorporando colores más alegres, como el rojo, el amarillo, el naranja o el verde. Descubrí que me sentía más a gusto con colores chillones. En cierta manera, me hacían sentir de mejor humor. También descubrí que me gustaban los gorros de lana, las bufandas y pintarme las uñas de colores imposible, como verde Miku o amarillo subrayador. 
Al final, incluso, dejé de maquillarme. Me sentía tan bien que no me hacía falta.
El caso no es el cómo me vistiera, sino el cómo llegué a quererme y a aceptarme tal y como soy. No puedo cambiar cosas como mi baja estatura o mi poco pecho. Tengo que vivir con ello, y para eso, o lo aceptas, o estás jodido.
Y ahora sigo midiendo menos de un metro y medio, sigo estando plana, sigo teniendo el pelo finísimo y sigo teniendo las piernas fuertes. Pero ahora no lo veo como algo por lo que avergonzarme. Mi metro y medio forma parte de mi personalidad, el remolino que se me forma en el flequillo es parte de mi identidad, y qué cojones, lo digo bien claro, me encantan mis piernas, y más cuando me pongo botas de tacón. Tengo unas piernas cojonudas.
Y si un día quiero vestirme con unos pantalones rojos y una camiseta de chico, me visto. Y si al siguiente me quiero poner una falda y sandalias, pues también. Y si me quiero poner mi gorrito panda de lana, me pongo mi gorrito panda de lana.
Porque ahora, cada mañana, me miro al espejo y me digo: "Qué guapa me veo hoy".
No soy la mujer más atractiva del mundo. Pero, si no te quieres tú, ¿quién te va a querer?

1 comentario:

  1. ._. menos mal que ya te quieres! Con la de tíos que te tendrán ganas!

    ResponderEliminar

¡Vamos, es gratis y no duele!


¡Gracias por leer hasta el final! ♥